Vivir no debe por qué ser una lucha contra poderes asesinos. La vida de las mujeres y los hombres Ayoreo de los grupos aislados (sin contacto con nuestra civilización) no era una lucha, era vida en y con los territorios, como durante siglos. Hoy sin embargo, y a pesar suyo, su vida se vuelve un resistir, un aguantar – y un tener que luchar – desde que otro mundo vino a invadir y a sobreponerse al suyo...
¿No es esa también nuestra historia, estemos donde estemos? ¿De vernos presos, enredados y atascados en situaciones de resistencia y de aguante, cuando nuestro interés simplemente era el de estar tranquilos, de sentir felicidad, de vivir?
Las mujeres y los hombres indígenas Ayoreo de los seis o siete grupos que viven “en aislamiento voluntario”, una condición y denominación que no han buscado sino que es el resultado de un proceso de exterminio y arrinconamiento, hoy son una ínfima pero significativa minoría humana. Antes, los pueblos indígenas que poblaban toda nuestra América, cada uno con su mundo diverso, eran mayoría, y los minoritarios y “aislados” eran los primeros colonizadores e invasores.
Hoy, los grupos aislados Ayoreo continúan su vivir en los bosques del norte del Gran Chaco: caminando y recorriendo sus territorios grupales, de lugar en lugar, y, al hacerlo, encuentran la vida y dan vida a cada rincón de su rica y variada geografía, la que nosotros con ojos de externos a la vida del monte muchas veces percibimos como una mera extensión boscosa uniforme e invariable en la planicie chaqueña. Nuestro lenguaje vuelto economicista tiende a describir ese su andar nómada como un asegurar “recursos” para vivir: el agua, tan preciada en el Chaco bastante seco, los animales que cazan y comen, las frutas que crecen en el monte. Pero ellas y ellos no tienen esa mirada que solo ve lo útil y lo define todo desde la escasez: los bosques chaqueños no son pobres, sino ricos, el vivir de los que “aún” viven en estos bosques no es un sobrevivir y luchar. No lo era. Mientras, para nosotros occidentales de las sociedades “modernas”, ya nos resulta impensable una vida que no esté sometida a la presión de lo económico, al tener que “ganarse la vida” luchando. Para muchas y muchos de nosotros, es la única manera de vivir que nos queda, y es la que consume todas nuestras energías.
Sin embargo, la gente del monte que llamamos aislados no necesita “ganarse la vida”. La tienen ganada cuando nacen, y vuelven a encontrarla y a la vez recrearla con cada paso y cada día. Su mundo en el que viven no es su enemigo como lo es el nuestro para nosotros. Su mundo - lo llaman ‘eami’ que significa monte (bosque), y también significa mundo – los contiene, los alberga y los cobija. Es un mundo con el que viven en comunicación, ese es su vivir, y que a la vez vive con esa comunicación: lo sienten, lo miran, lo reconocen, pronuncian sus nombres. Lo respetan, temen sus fuerzas inmensas, y saben cuidarse de las mismas. Saben que hay una manera de convivir con el mundo que es el “cómo hay que vivir”, el “buen vivir”, y si se logra vivir así, sin molestar al mundo, apenas comunicándose con el mismo y con lo que a uno le toca, se mantiene un equilibrio sagrado que es lo que sostuvo a este planeta durante un tiempo largo, antes de nuestra era, como fruto de muchos equilibrios guardados cuidadosamente por mujeres y hombres de muchos mundos. El mundo Ayoreo es solo uno de ellos...
La verdad que no sabemos bien cómo están de veras, ahora mismo. De su vida de antes y de siempre, sabemos a través de los testimonios recogidos de aquellos que fueron arrancados a su mundo a la fuerza, por misioneros, y que llegaron a contarnos sus vidas. Pero con los grupos aún ahora aislados nadie tiene contacto. Solo podemos discernir y recoger – como frutos del monte - las señales de su vida y su andar, e interpretarlas a la luz de nuestro conocimiento y nuestra intuición. Más al extremo norte y noroeste del Chaco viven grupos aislados más cobijados por montes aún continuos y extensos; también con más y más desmontes en la cercanía, pero aún hay cierta tranquilidad. No así en el sur, más cerca de los pueblos y las ciudades nuestras del Chaco Central. Allí hay mujeres y hombres aislados que escuchan y reciben ya cada día el mensaje de la destrucción de los bosques y de su lisa y llana desaparición. Y su andar de cada día ya está marcado por la misma. Muchos de sus lugares ya se volvieron “no- lugares”. Puntos del planeta que perdieron su cara y su nombre, desaparecidos que no volverán, y que en el mundo Ayoreo “dejaron de ser”. En cambio, desde el nuestro, reciben nuevos nombres, los lugares Ayoreo muertos se vuelven lugares de nuestro mapa, (¿un mapa de la muerte?), conectados por nuestros caminos, determinados por nuestras obras, productivos según nuestra definición, clasificados según su grado de utilidad para nosotros; algunos se vuelven estancias ganaderas, otros, futuras plantaciones de soja (si Monsanto logra la anunciada hazaña de la semilla resistente a la sequía).
Mientras, esos grupos Ayoreo aislados más expuestos, viven y caminan entre estancias y empresas ganaderas, siempre invisibles, pero ya no tienen a dónde ir para no escuchar el ruido día y noche de las topadoras que echan más monte cercano, o el de los camiones en cualquiera de los muchos caminos que impusieron el artificio de la cuadrícula a su mapa.
¿Saben las mujeres Ayoreo aisladas, y los hombres, contra qué están luchando? Hace un tiempo, dejaron en los bordes de su mundo plumas y señales chamánicas con el fin de detener la desaparición del mundo, pero en vano. Deben percibir que lo que tienen en frente son poderes más fuertes que los de su mundo, fuerzas que hablan otros idiomas. Y deben empezar a dudar de sus propias fuerzas, a sentirse amenazados y debilitados.
Esta época del año, los meses de febrero y marzo, es la época del ají del monte, y son ellas, las mujeres Ayoreo que recorren el monte para recogerlo. Este año, estas mujeres lo harán con más temor, con muchas más precauciones, con el crujir incesante de las máquinas presente. Habrá menos ají. No habrá el ají de algunos de los lugares porque ya no existen. Al igual que el ají, también el caraguatá pertenece al mundo de la mujeres, son ellas las que lo recolectan para convertir sus fibras en el hilo para los bolsos y tejidos, sus escritos cotidianos en los que entretejen vivencias, creencias, esperanzas y sueños.
Las mujeres recolectoras están amenazadas, al igual que los frutos que buscan, al igual que los hombres cazadores que están amenazados como los animales que cazan. Con ello, la fuerza independiente, diversa y única de su mundo está en peligro.
La deforestación, palabra que en lo escrito aquí, en este texto, suena tan abstracta y que sin embargo en el Norte del Chaco es tan implacablemente concreta, la deforestación destruye de a poco la vida y equilibrio del mundo Ayoreo también. Destruye libertad y autonomía, vida que no depende de dinero ni de supermercado. Vida auto sostenida, y sustentable.
Luchar no siempre es guerrear y atacar. A veces es un florecer silencioso, invisible y pacífico. Las mujeres - y los hombres- de los grupos aislados luchan contra la deforestación. Lo hacen con su estar allí y aferrarse a su vida, inseparable de la de sus territorios. A veces luchar es simplemente estar y persistir, es valorarse y hacerse fuerte, y reconocer y estar consciente de la propia riqueza.
Benno Glauser (Iniciativa Amotocodie, Chaco Paraguayo), correo electrónico:bennoglauser@gmail.com