La expansión de las plantaciones a gran escala – ya sea de cultivos agrícolas o de árboles – para la producción de agrocombustibles líquidos como bioetanol y biodiesel, está creciendo en muchos países del Sur y generando efectos perjudiciales para la gente y el medio ambiente.
Hoy en día, hasta la FAO admite los riesgos. Un informe recientemente publicado por esta organización, a propósito de la producción de agrocombustibles y sus impactos diferenciados de género, explica que esta actividad podría aumentar la marginación de las mujeres en las zonas rurales, amenazando sus medios de vida.
El modelo de producción a gran escala de materias primas para agrocombustibles requiere mayores superficies de tierra, lo cual genera más presión sobre las llamadas “tierras marginales”, que cumplen una función clave para la subsistencia del sector rural pobre y son en general trabajadas por las mujeres. El informe reconoce que el reemplazo de los cultivos locales por plantaciones de monocultivos para combustible podría amenazar la biodiversidad agrícola así como el vasto conocimiento y las técnicas tradicionales de los pequeños agricultores para la gestión, selección y almacenaje de los cultivos locales (todas actividades realizadas principalmente por las mujeres).
Además, la producción de agrocombustibles podría tener impactos negativos para la cría de ganado – primordial para la seguridad alimentaria de los hogares rurales – al reducir la disponibilidad de tierras para pasturas y aumentar el precio del forraje (debido al uso creciente de productos agrícolas para la producción de agrocombustibles).
El posible agotamiento o degradación de los recursos naturales asociado con las plantaciones a gran escala para la producción de agrocombustible, podría ser una carga adicional para el trabajo y la salud de los agricultores rurales, especialmente para las mujeres. Si la producción de agrocombustibles compitiera directa o indirectamente por el agua y la leña, podría disminuir la disponibilidad de dichos recursos para uso doméstico. Esto forzaría a las mujeres – que en la mayoría de los países en desarrollo son tradicionalmente responsables de recolectar agua y leña – a recorrer grandes distancias para obtener dichas provisiones, reduciendo así el tiempo disponible para obtener ingresos de otras actividades.
La posible pérdida tanto de diversidad biológica como de diversidad agrícola también resulta una amenaza para la producción de alimentos, poniendo seriamente en riesgo los medios de vida rurales y la seguridad alimentaria a largo plazo. En particular, la posible deforestación asociada con el establecimiento de plantaciones a gran escala para la producción de agrocombustibles podría tener consecuencias negativas para los pueblos que dependen del bosque para obtener su sustento, aumentando así su inseguridad alimentaria.
La producción de agrocombustibles podría también tener impactos diferenciados degénero en cuanto al acceso a los alimentos, tanto por sus efectos sobre los precios como sobre los ingresos. Existe evidencia creciente de que el aumento de la demanda de productos agrícolas para la producción de agrocombustibles líquidos está contribuyendo a revertir la caída de los precios de los productos agrícolas y los alimentos que se había registrado en las últimas décadas. Esto podría tener consecuencias negativas para la seguridad alimentaria, en particular para los hogares que son compradores netos, así como para los países que son importadores netos de productos agrícolas y alimentos. La demanda creciente de agrocombustibles líquidos podría también desestabilizar los precios de los productos agrícolas y de los alimentos, exponiendo a un número importante de hogares e individuos al riesgo de la inseguridad alimentaria. Las subas repentinas de los precios de los alimentos tendrían repercusiones negativas, especialmente en los hogares pobres y los grupos vulnerables, y en particular en las mujeres y los hogares con cabezas de familia de sexo femenino, los cuales suelen estar más expuestos a la inseguridad alimentaria crónica o transitoria debido también a su acceso restringido a actividades que generen ingresos.
Además, las supuestas oportunidades de trabajo en las zonas rurales generadas por el establecimiento de plantaciones para la producción de agrocombustibles apuntan principalmente a mano de obra agrícola poco calificada, y suelen ser además trabajos zafrales o informales. La FAO informa que un número creciente de esta fuerza laboral son mujeres y que, en general, dada la desigualdad social existente, están en desventaja con respecto a los hombres en lo relativo a beneficios laborales, a la seguridad en el trabajo y a los riesgos para la salud.
En general el cultivo de caña de azúcar y palma aceitera ha estado asociado, en varios países del Sur, a condiciones de trabajo, salud y seguridad laboral injustas, al trabajo infantil y al trabajo forzado. En algunos casos, las condiciones de trabajo en las plantaciones (en especial las que producen materia prima para agrocombustible) suelen tener efectos diferenciados de género. Los propietarios de la tierra en general prefieren emplear mujeres ya que pueden pagarles menos que a los hombres y las consideran una fuerza de trabajo más dócil y dependiente, y por lo tanto, más fácil de explotar.
Dada la prevalencia de acuerdos de trabajo informales, resulta difícil obtener datos confiables sobre el porcentaje de la mano de obra agrícola remunerada de sexo femenino. Sin embargo, hay evidencia de que dicho porcentaje se ha ido incrementando a nivel mundial y que las mujeres hoy en día representan de un 20 a un 30 por ciento del total de la fuerza laboral agrícola remunerada. En América Latina y el Caribe la cifra llega al 40 por ciento, mientras que en los países africanos es probable que el porcentaje sea aún mayor. Se ha comprobado que las mujeres suelen recibir, en promedio, menos entrenamiento y educación que los hombres; a menudo realizan tareas repetitivas que pueden desembocar en problemas de salud, y corren riesgos en cuanto a su función reproductiva a consecuencia de la exposición a los agroquímicos. En Malasia, por ejemplo, las mujeres, que representan alrededor de la mitad de la mano de obra de las plantaciones a menudo son reclutadas para fumigar con plaguicidas y herbicidas químicos sin el entrenamiento y el equipo de seguridad adecuados. Esto podría causar serios problemas para la salud de esas trabajadoras a largo plazo.
El informe de la FAO concluye que los esfuerzos para mitigar el cambio climático a través de la promoción de la producción de agrocombustibles líquidos puede menguar la resiliencia social y económica de las personas (especialmente entre los grupos más vulnerables, incluido el de las mujeres), debilitando su capacidad para enfrentar impactos exógenos como el cambio climático.
Sin embargo, la FAO no asume una posición decidida contra el modelo de agrocombustibles que se promueve, el cual es insostenible por su propia naturaleza. La FAO termina con una quimera: “si se lograra que la producción de biocombustibles fuese beneficiosa tanto para los hombres como para las mujeres de los países en desarrollo, se fortalecería su capacidad para sobrellevar los impactos del cambio climático”.
Apreciamos la información brindada por el informe de la FAO, pero pensamos que su conclusión final carece de fundamento. Cada vez más se comprueba que los agrocombustibles no acarrean ningún beneficio social o ambiental, y el informe de la FAO describe cómo afectan especialmente a las mujeres pobres del medio rural. La conclusión debería entonces ser fuerte y clara: si quieren beneficiar a las mujeres rurales pobres, ¡no promuevan los agrocombustibles!
Extracto adaptado y comentado de: “Gender and Equity Issues In Liquid Biofuels Production Minimizing The Risks To Maximize The Opportunities”, Andrea Rossi y Yianna Lambrou, Organización para la Alimentación y la Agricultura de las Naciones Unidas (FAO), Roma, 2008, ftp://ftp.fao.org/docrep/fao/010/ai503e/ai503e00.pdf.