Dice el pueblo gitano que cuando sus mujeres estén en las esquinas ofreciéndose y sus ancianos mueran solos en los asilos, el pueblo gitano dejará de ser pueblo. Las mujeres en las zonas petroleras han sido arrojadas a las esquinas, castigadas con la violencia y están literalmente sumergidas en la contaminación.
La comunidad de Sarayacu en Ecuador hace tiempo habría sido sometida por las petroleras si no fuera por sus mujeres. Víctimas y protagonistas de la resistencia al petróleo; eso son las mujeres.
Abundan los datos y evidencias que demuestran el impacto de la actividad petrolera en el ambiente y en la economía. Los ecologistas hemos demostrado, con datos, el impacto sobre los ecosistemas, la salud y la biodiversidad. Con sus testimonios, las poblaciones locales han descrito su estado de empobrecimiento y humillación, y hasta el FMI ha tenido que reconocer que: “Hemos encontrado que durante los últimos 30 años, las reservas petroleras del Ecuador han disminuido mientras su deuda ha aumentado, empobreciendo paulatinamente al país cada vez más".
A pesar de que una parte importante de los desastres ambientales y sociales han sido reconocidos y hasta registrados, poco se habla de los impactos que sufren las mujeres y se reflexiona menos sobre esos impactos en el largo plazo, es decir en las siguientes generaciones.
La actividad petrolera ha destruido miles de millones de hectáreas en el mundo. Solamente en el Ecuador se han concesionado 5 millones de hectáreas, incluyendo áreas protegidas y territorios indígenas. La contaminación es permanente, accidental y también rutinaria. En el Ecuador solamente en el año 2001 se produjeron 75 derrames, uno cada 5 días, con una pérdida de más de 31.000 barriles de petróleo.
Las mujeres se han llevado la peor parte y resultan más vulnerables que los hombres a las enfermedades. De acuerdo a un estudio de Acción Ecológica que analizó, pozo por pozo, la incidencia de cáncer, éste constituye el 32% de las muertes en la zona petrolera, tres veces más que la media nacional (12%), y cinco veces más que en la provincia del estudio, afectando sobre todo a mujeres.
La gente lo sabe, se dice que hay bastante cáncer, bastantes muertos. A la esposa del señor Masache, por ejemplo, estando encinta de 8 meses y sana, le dio un derrame interno y murió. Después se supo que tenía cáncer; él dice que las a mujeres les da más el cáncer, porque son más delicadas, tienen hijos y trabajan.
En Lago Agrio, ciudad petrolera en la Amazonía ecuatoriana, el 65 % de las madres son solteras, pues los petroleros llegan en su calidad de hombres solteros con recursos y ofertas de una vida próspera. Y es la zona con mayor denuncia de violencia, a pesar de que la mayoría de las víctimas de violencia permanecen en silencio.
“Hace años cuando la Shell exploraba en territorio Kichwa se dio un incidente. Tres mujeres jóvenes fueron al campamento para vender chicha, los petroleros las siguieron al monte y las violaron. Ellas regresaron a la comunidad y por vergüenza no dijeron nada. Días más tarde uno de los esposos escuchó a los petroleros reírse de ellas….los hombres entonces, pegaron con rabia a sus mujeres”, me contó hace tiempo Cristina Gualinga, de Sarayacu.
El 75% de la población que vive en áreas de explotación petrolera usa el agua contaminada; un agua fétida, salada, de color y con petróleo en superficie. Los petroleros dicen que no hay problema con usarla, que el agua está sana, que lleva proteínas, y que como hace espuma, hasta leche debe tener.
Las mujeres padecen esa contaminación, y acaban por tener que ofrecerla a su familia. Ellas están en permanente contacto con el agua: lavan la ropa, bajan al río para que los niños se bañen, preparan la chicha. Además, están agobiadas por una mayor carga de trabajo, pues no solamente deben caminar más para buscar el agua para beber y leña para cocinar, sino que también deben atender muchas veces solas la chacra, pues los hombres se integran al circuito de demandas de las petroleras en calidad de jornaleros o muchas veces negociando y cambiando su territorio de cacería para abastecer de carne a los campamentos petroleros.
La primera vez que entré a territorio Huaorani me sorprendió que en cuatro días no oyera llorar un niño ni una sola vez. Parece poco importante y quizá solamente otras mujeres entiendan lo que eso significa, pero esos niños estaban realmente bien; los niños en cuidado casi colectivo, no recurren al llanto.
Hoy, tras la entrada de las petroleras, las mujeres Huaorani atienden en el bar de Shell Mera. Los hombres, casi alcoholizados se pasean en el carro de la compañía, antes de despertar heridos en los hospitales, como ha sucedido ya. Y los niños, a velocidad moderna, tienen que adaptarse a estas nuevas condiciones que les alejan de sus padres, destruyen su tierra y por lo tanto mutilan el futuro de este pueblo.
Las mujeres Huaorani y los ancianos cayeron, como quien cae en medio de la batalla. Fueron demasiadas las presiones que les llevaron a firmar un "convenio de amistad" con la empresa estadounidense Maxus; convenio que se firmó en inglés y por 20 años. En este convenio se permitía la operación petrolera en su territorio, dando por terminados meses de resistencia. La firma del convenio se realizó con la presencia de la hija del presidente de la república y el agregado de negocios de la embajada de Estados Unidos, y en aquel acto, grabada por la prensa, Alicia Durán Ballen entregó sus aretes a una mujer Huaorani y recibió a cambio una pechera Huaorani. ¿Crees que ganamos con el cambio? Le preguntó al asesor norteamericano con una sonrisa. ”Así ganamos Manhattan”, fue su respuesta.
No muy lejos de donde se registró esta caída, otro pueblo sostiene hoy una lucha de siete años. El pueblo de Sarayacu, resiste a la empresa argentina CGC y la estadounidense Burlington.
Las mujeres se organizaron y dijeron que si los hombres decidían dejar entrar a las empresas, deberían empezar a buscarse otras mujeres… y otro territorio. Han dicho que no permitirán que los hijos y jóvenes de Sarayacu se conviertan en peones y esclavos de las grandes empresas petroleras. Es una decisión no negociable.
La empresa ha respondido creando conflictos intercomunitarios, sobornando, manipulando y presionando al gobierno para que militarice la zona… y hace poco dijeron a la población que se minaron los senderos para que la población no saliera de la comunidad.
Las mujeres de Sarayacu decidieron caminar esos senderos para que ninguno de sus hijos perdiera la vida. Comenzaron la caminata con el peso del temor de una muerte inminente, terminaron el recorrido con el alivio de recuperar el derecho de ellas y sus hijos a andar por su territorio.
En Sarayacu son las mujeres desde las chacras y con la resistencia las que defienden el futuro posible de su pueblo.
Por: Esperanza Martínez, Oilwatch, correo electrónico: tegantai@oilwatch.org.ec