La isla de Misima está situada en el archipiélago de las Luisíadas en la provincia de Milne Bay, en Papúa Nueva Guinea. La isla tiene 40 kilómetros de largo y 10 kilómetros de ancho en su punto más ancho, y está cubierta por bosque tropical húmedo excepto en la zona costera y al pie de las colinas, donde ha sido desmontado para cultivos o transformado en bosque más abierto.
Con una comunidad de aproximadamente 14.000 habitantes que practican agricultura de subsistencia, la sociedad de Misima está dividida en clanes, y la pertenencia a esos clanes es por vía matrilineal. Tradicionalmente las mujeres heredan y tienen la propiedad de la tierra, aunque los hombres mayores conservan la autoridad sobre algunas áreas. Fue en este contexto que la compañía canadiense Placer Dome inició las actividades de extracción de oro.
En diciembre 1987 se otorgó un contrato especial de minería por 21 años a Placer Pacific (ahora Placer Dome Inc.), y la construcción de la mina comenzó en 1988. Declarada oficialmente abierta en 1989, la mina Misima es una mina de extracción a cielo abierto convencional.
La introducción de la minería en Misima implicó la compra de grandes extensiones de tierra y el reasentamiento de las comunidades que previamente vivían en esos territorios. Los valores sociales cambiaron rápidamente desde 1989, facilitando el quiebre de las estructuras sociales tradicionales y el ensanchamiento de una importante brecha generacional, procesos que produjeron impactos sumamente negativos sobre las mujeres.
Durante el proceso de negociación del reasentamiento, la compañía trató con hombres, excluyendo a las propietarias tradicionales de las tierras: las mujeres. Antes de la aparición de la minería, las mujeres mantenían un estatus relativamente alto y tenían una participación destacada en la vida pública debido a su papel central en la propiedad de la tierra y en la producción de alimentos tanto para los vivos como para las ofrendas a los muertos. A partir de este proceso, su estatus, independencia y papel dentro de la comunidad comenzó a debilitarse.
La minería ha proporcionado en forma directa e indirecta oportunidades de empleo para la gran mayoría de los hombres Misima que viven en el punto oriental de la isla y para un número de Misima "expatriados". Las mujeres Misima vieron sustituida su tradicional base de poder por el poder del dinero, que se puede obtener y administrar sin su participación.
El aumento de la economía monetaria también creó divisiones entre las mujeres. Algunas esposas de trabajadores asalariados emplean a otras mujeres para que trabajen sus huertos, lo que genera distribución de dinero dentro de la comunidad, pero al mismo tiempo reduce el estatus de esas mujeres frente a otras mujeres Misima.
Muchas mujeres cuyos maridos son trabajadores asalariados ya no mantienen grandes huertos porque los hombres no pueden ayudarlas a hacer las actividades necesarias, especialmente el desmonte de tierras y también porque pueden comprar alimentos con el dinero ganado por los hombres. Sin embargo, las mujeres, especialmente aquellas que no participan en la economía monetaria, están sometidas a presión creciente para mantener esos huertos debido a la reducción de la disponibilidad de árboles proveedores de alimentos como resultado del desmonte extensivo.
El medio ambiente de la isla está claramente contaminado por las operaciones mineras. Los residentes se quejan sobre el gusto y la salud de los peces y los niveles de agua cada vez más bajos de los ríos. Algunas mujeres ya no quieren ir a los ríos a bañarse, lavar ropa o preparar alimentos debido a los bajos niveles del agua y a la decoloración del agua después de la lluvia, lo que consideran una evidencia de contaminación. Las mujeres informan que la calidad del agua es tan mala que ya no pueden beberla. Algunas mujeres sienten que esto significa un riesgo a largo plazo para su salud y la de sus bebés.
El aumento de la disponibilidad de dinero en efectivo ha producido ciertos problemas sociales, incluso el consumo excesivo de alcohol. Como sucede en la mayoría de los lugares del mundo, son las mujeres y los niños quienes deben soportar el impacto del abuso de alcohol.
La respuesta inicial de la compañía al plantearse estos problemas fue emplear un número limitado de mujeres para tareas secretariales, administrativas, de oficina y limpieza, y también apoyar a los grupos y negocios locales de mujeres, asegurando que las mujeres tuvieran representación en comités como los grupos de contacto con el poblado y el Comité de Revisión de Situación del Estudio de Impacto Social (SIS). Pero algunos de estos mecanismos no favorecieron la participación de las mujeres, más allá de la asistencia a reuniones. Tener un lugar en un comité no significa automáticamente que una persona se sienta en condiciones de hablar, de ser escuchada o de influir en los resultados. La participación no incluye automáticamente a aquellos quienes previamente fueron excluid@s de tales procesos y es tan participativa como lo deseen quienes dirigen los procesos, o tanto como l@s involucrad@s lo exijan. La dominación masculina en el gobierno y entre los representantes de la comunidad Misima también contribuyó a negar en forma efectiva los derechos de las mujeres.
Como sucede a menudo, y a pesar de los esfuerzos para evitarlo, muchos de los costos sociales, culturales y ambientales de una mina no son visibles hasta que la mina no empieza a operar. En este momento los pobladores locales comenzaron a experimentar en carne propia el cambio inesperado en su estilo de vida resultante de la participación súbita en la economía monetaria, la llegada abrupta de personas de afuera contratadas para construir y operar la mina, el daño ambiental debido a los desechos resultantes de la operación, e incluso los desequilibrios de la dieta a medida que los precios de los alimentos se dispararon.
La mina dejará de funcionar en 2005. El cierre planteará nuevos problemas sin precedentes a los pobladores de Misima. El cierre de negocios, la pérdida de empleo, la disminución de alternativas de transporte, la imposibilidad de acceder a alimentos de las tiendas, la pérdida de electricidad y la degradación de edificios e infraestructura son apenas algunos de los factores que deberá enfrentar la comunidad.
Sin embargo, las posibilidades de Misima de volver a sus prácticas tradicionales se ven dificultadas por disputas intergeneracionales y la pérdida de los valores tradicionales. Es muy poco probable que el cambio fundamental del estatus de la mujer y de su relación única con la tierra se pueda revertir y recuperar después del cierre de la mina, con las repercusiones que eso implica para las futuras generaciones.
Artículo basado en información obtenida de: "One day rich; community perceptions of the impact of the Placer Dome Gold Mine,Misima Island, Papua New Guinea", Dr Julia Byford, Tunnel Vision: Women, Mining and Communities, Forum Report, noviembre de 2002, http://www.caa.org.au/campaigns/mining/tunnelvisionpapers/index.html ; The Misima mine: An assesssment of social and cultural issues and programmes, Allen L. Clark and Jennifer Cook Clark,
http://www.natural-resources.org/minerals/development/docs/pdfs/misimacasestudy.pdf