En abril de 2003, en el boletín nº 69 del WRM, escribimos un artículo sobre la República Democrática de Congo centrado en la explotación de columbita-tantalita (coltan, en su forma abreviada), un mineral ampliamente utilizado en teléfonos celulares, computadoras portátiles y videojuegos, y en cómo la explotación de este mineral había devastado bosques como el de Ituri, cambiando para siempre un hábitat que antes sustentaba a la comunidad Mbuti y donde vivían gorilas, okapis (parientes de la jirafa), elefantes y monos. De esta manera, el coltan ha dejado tras de sí un panorama de guerra y depredación en los bosques de ese país.
Ahora, queremos seguir el rastro de este mineral hasta su procesamiento, para ver si esa destrucción vale la pena de algún modo. Para eso, viajaremos a través del relato de Mvemba Phezo Dizolele, periodista y escritor independiente que escribió un excelente informe a partir del recorrido que hizo por su país en el verano de 2006, en el marco de una beca del Centro Pulitzer. Mvemba vio por sí mismo lo que el coltan le deja a los congoleños.
El periodista visitó la ciudad de Bukavu, “alguna vez conocida como la perla del Congo debido a su hermoso clima y sus montañas” y actualmente un centro de explotación de coltan. “La Buvaku que encontré el verano pasado apenas se asemeja a la famosa ciudad de la que oía hablar cuando era niño”, escribió.
Siguiendo el rastro del coltan, Mvemba visitó el barrio de Ibanda y fue “hasta el fondo de una casa de dos plantas que alguien convirtió en oficinas”. “Olive Depot”, relata, “es una de las mayores empresas de coltan de la ciudad, pero para mi sorpresa, es poco impresionante. Considerando la publicidad que el coltan ha recibido en la prensa occidental recientemente, esperaba encontrarme con un gran centro de procesamiento, un edificio imponente con complejas máquinas e ingenieros que ladraran órdenes a sus subordinados. En cambio, me encontré con el sistema de procesamiento más rudimentario y con una veintena de hombres que trabajaban con sus manos y parecían jugar con tierra como niños. Nadie ladraba órdenes. Los hombres trabajaban en silencio, solo interrumpido por el sonido de sus propios movimientos. Nos echaron una rápida mirada y volvieron a su tarea. Estaban cubiertos de polvo, de coltan. Un par de ellos tamizaba un gran tazón de tierra y soplaba el polvo, que caía sobre sus rostros. La imagen era terrible. La mayoría no usaba máscara ni uniforme. Tampoco llevaban zapatos, quizá por elección. No pregunté... En el proceso, los hombres del galpón debían separar todas las impurezas del producto en sí. Mezclado con la tierra estaban el coltan y sus productos hermanos, la casiterita y la wolframita, y ellos debían encontrarlos. El producto final parecía grava aplastada”.
Mvemba cuenta que la mayoría de los trabajadores no tienen contrato: “Cada mañana, un gran grupo de trabajadores forma fila frente a la puerta del establecimiento para pedir trabajo. Unos pocos son elegidos, y el resto es enviado de vuelta a casa. Ganan menos de un dólar al día, mientras que en el mercado internacional el coltan cuesta entre 8 y 18 dólares por libra”.
Además, está el trabajo en las minas. “En Mushangi, un camino peligroso lleva a las minas, en las que solo se ve a unos pocos adultos. La mayoría de los mineros son niños y adolescentes de diferentes edades, que trabajan en condiciones precarias. De sol a sol, trabajan en pozos abiertos con los instrumentos más primitivos y sin protección alguna contra las piedras que caen y los derrumbes de tierra. Andan a gatas por túneles oscuros que no cuentan con ningún soporte estructural”.
“En mi viaje por Congo vi mucho sufrimiento. Ver a los niños arrastrarse por esos pozos y túneles puso a prueba mi firmeza. Bahizi, de 10 años, me cuenta: ‘Hago este trabajo duro porque mi padre está muy viejo para mantenerme’. El niño ha trabajado en la mina durante varios meses. ‘Es lo único que hay para hacer aquí’, lamenta".
“Los niños forman un enjambre a nuestro alrededor, buscando atención y pidiendo que los fotografiemos. Les saco varias fotos, a la vez que hablo con ellos y escucho sus relatos. A través de la lente, veo infancias perdidas y sueños rotos”.
“Le preguntamos a Baruti, de 16 años, y a sus amigos si entienden adónde va el coltan de Mushangi. ‘Va a Bukavu’, responden. ‘¿Saben que el coltan se cotiza muy bien en Estados Unidos y Europa? Se precisa para las computadoras, los teléfonos móviles y los videojuegos’, les explico. ‘No’, responde Baruti. Su mundo gira en torno a los pozos abiertos, donde pasan siete días a la semana y ganan menos de 20 centavos por día”, relata Mvemba.
“Una última pregunta antes de partir hacia Bukavu. Son las 3 p.m., y es tarde para estar en este lugar. ‘¿Saben que la explotación del coltan estimula la guerra en el Congo?’, les pregunto. Baruti me mira a los ojos y responde: ‘Si lo supiéramos, no trabajaríamos aquí’ ”.
Artículo basado en el informe “In Search of Congo’s Coltan”, de Mvemba Phezo Dizolele, publicado en Pambazuka News 316. E-mail: pambazuka-news@pambazuka.gn.apc.org, http://www.pambazuka.org/