Desde mediados de la década de 1980 existe una tendencia mundial hacia la subcontratación en aquellos aspectos del modelo de producción de las plantaciones madereras que exigen el uso intensivo de mano de obra. En Sudáfrica, la industria maderera admitió abiertamente que su principal motivo para reemplazar los empleados permanentes por trabajadores subcontratados fue reducir costos. Esto resultó en una cantidad de consecuencias negativas para los trabajadores de las plantaciones y sus familias, que perdieron la seguridad laboral y todos los beneficios normales del empleo directo permanente (planes de asistencia médica, seguros, jubilaciones, vivienda, becas de estudio y oportunidades de capacitación interna y de hacer carrera, entre otros). Las comunidades trabajadoras sufrieron desventajas y pérdidas económicas considerables, en tanto los beneficios de las empresas madereras aumentaron en forma exponencial.
Otra razón para que la industria maderera se pasara a la subcontratación de la mano de obra fue su claro deseo de no tener que lidiar con acciones sindicales capaces de poner en riesgo la productividad y por lo tanto el lucro. “Tercerizar” los empleos en virtud del sistema de contratación de mano de obra efectivamente traspasa la responsabilidad por la salud y la seguridad de los trabajadores a subcontratistas que a menudo cuentan con pocos recursos y ni siquiera pueden brindar a sus trabajadores los elementos básicos de protección como guantes y máscaras. En general el sistema de subcontratación está muy mal supervisado por parte de las empresas forestales, y dado que los contratistas principales a menudo pasan el trabajo a otros subcontratistas, obteniendo así una ganancia sin tener que involucrarse realmente en el trabajo, cada vez es más difícil controlar si se están cumpliendo las condiciones del contrato en términos de aspectos como capacitación, salario mínimo o equipo protector.
Antes incluso de que ocurriera esta transición, las mayores empresas forestales ya habían hecho un esfuerzo considerable para eliminar o reducir el uso de mano de obra en el campo mediante tecnología mecánica cara capaz de sustituir cientos de trabajadores con una sola máquina. El uso de herbicidas tóxicos para controlar plantas extrañas y malezas en las zonas de las plantaciones fue otra alternativa económica a los métodos manuales de desmalezamiento que antiguamente brindaban trabajo a mucha gente. A pesar de esto la industria se ha mantenido fiel a sus dudosas afirmaciones de que las plantaciones madereras crean nuevos empleos y mejoran las comunidades rurales, aunque esto está claramente lejos de la verdad. Es bien sabido que otras actividades agrícolas, incluido el cultivo de caña azucarera, brindan empleo a muchas más personas que las plantaciones de árboles. La mayoría de las pérdidas de empleo ocurren cuando las empresas agrícolas mixtas de propietario y administrador individual se sustituyen por plantaciones madereras, y esta pérdida de empleo se agrava con la reducción de los salarios y beneficios de los trabajadores que inevitablemente resulta.
El modelo prevaleciente de plantaciones madereras que se usa en Sudáfrica y en muchos otros países es responsable de una amplia gama de impactos negativos que pueden contribuir a los accidentes laborales y la mala salud de los trabajadores. Los impactos dañinos a menudo se extienden más allá del lugar de trabajo y llegan a los hogares y las comunidades de los trabajadores a través de vínculos que evolucionaron como parte del gobierno colonial y en tanto efecto de la mentalidad corporativa prevaleciente de “lucro a cualquier precio”, según la cual muchos de los costos directos asociados con la producción de madera en las plantaciones se evitan y transfieren a las comunidades obreras y el medio ambiente. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) de las Naciones Unidas ha clasificado el trabajo en los bosques y las plantaciones forestales como uno de los más peligrosos, pero en combinación con los efectos de las malas condiciones sociales causadas por el sistema de contratación de mano de obra usado en la industria de la madera éste se vuelve todavía más dañino. Sin entrar en gran detalle, puede verse que muchos efectos nocivos sobre los ecosistemas y la gente se ocultan de la vista de la sociedad, o bien ésta los ignora, y que aparentemente el gobierno tampoco tiene ganas de quitarse las anteojeras.
Las plantaciones perturban la vida comunitaria a través de desplazamientos, desalojos y especialmente la migración de los trabajadores motivada por el sistema de contratación de mano de obra. Esto ocasiona la ruptura de las familias y el aumento del alcoholismo, la drogadicción y la delincuencia. La proliferación de las enfermedades de transmisión sexual, con inclusión del VIH/sida, puede vincularse directamente con las exigencias a los trabajadores, en especial los camioneros, que por necesidad se ven obligados a alejarse de sus hogares para encontrar trabajo. En general, las plantaciones madereras perpetúan un ciclo de pobreza que enquista la nutrición insuficiente, la educación inadecuada y la mala salud. Las familias desplazadas a menudo terminan viviendo en asentamientos precarios donde se exponen a las enfermedades, la delincuencia y la amenaza constante de perder todas sus pertenencias en los incendios que frecuentemente arrasan sus inseguros hogares.
Las mujeres constituyen una gran parte de la mano de obra empleada en las plantaciones madereras, pero su participación en general se reduce a tareas físicas como desmalezar, descortezar o aplicar plaguicidas. Al mismo tiempo estas mujeres tienen que asumir la responsabilidad de administrar el hogar, criar los niños y muchas otras tareas afines. En el caso de planes de cultivo subcontratado, y en especial en casos de hombre jefe del hogar ausente, las mujeres deben soportar la carga adicional de proteger y administrar la parcela. A menudo reciben poca recompensa, dado que el dinero de la venta de la madera suele ir directamente al hombre, especialmente cuando el beneficiario legal del acuerdo de subcontratación con la empresa maderera es él.
La industria sudafricana de la madera se jacta de que está certificada por el Consejo de Manejo Forestal (FSC) en más del 80% y alega que eso demuestra que las plantaciones industriales de madera se gestionan en forma responsable según los principios, criterios y normas del FSC para la administración forestal. ¿Por qué, entonces, hay tan pocas pruebas tangibles que apoyen estas pretensiones? ¿Por qué, también, tantos de los problemas experimentados en Sudáfrica se encuentran en otros países en desarrollo donde se han establecido monocultivos de árboles en gran escala? Brasil, Chile, Ecuador, Uruguay, Swazilandia, Uganda, India, Indonesia y Tailandia son algunos ejemplos.
La respuesta a estas preguntas debería ser fácil de ver, pero desgraciadamente aquéllos que controlan el aparato propagandístico de la industria mundial de la pulpa y el papel prefieren mantenerse en la negación y el engaño. Se ha dicho que si una mentira se repite las veces suficientes terminará aceptándose como la verdad e incluso el mentiroso empezará a creer que es cierta, salvo que esta mentira sea cuestionada permanentemente por la verdad. En este caso la mentira de la certificación de las plantaciones está siendo cuestionada por más y más gente del mundo entero cada día.
Artículo basado en parte del reciente informe sobre agrocombustibles y certificación “The Social Impacts of Certified Timber Plantations in South Africa and the Implications Thereof for Agrofuel Crops”, redactado para la Coalición Mundial por los Bosques.