Los bosques naturales no son los únicos paisajes invadidos por plantaciones de árboles. Las praderas nativas, biológicamente diversas, de Sudáfrica están siendo rápidamente reemplazadas por monocultivos de pinos y eucaliptos, grandes consumidores de agua, para la exportación de pasta de papel.
Nos encontramos en God’s Window, un conocido puesto de observación justo en el borde de la escarpadura de Drakensberg, en el noreste de Sudáfrica. Debajo de nosotros, un barranco de 700 metros se hunde en un oscuro mar de follaje. Millas y millas de bosque ininterrumpido se extienden desde allí hasta el Parque Nacional Kruger, en la frontera con Mozambique.
“El problema es que estos no son bosques. Son monocultivos gigantes de origen extranjero”, explica Philip Owen, coordinador de Geasphere, una organización ecologista financiada por la Sociedad Sueca para la Conservación de la Naturaleza.
Cuando los europeos llegaron a estas llanuras bajas, el paisaje que se extiende bajo nosotros estaba dominado por la pradera y la sabana, con algunos bosques nativos sólo en los valles de los ríos. Ahora sólo sobreviven vestigios del ecosistema original.
“Muchos ven las praderas como paisajes uniformes, cuando en realidad contienen una enorme diversidad: 82 especies vegetales por kilómetro cuadrado e insectos, pájaros y pequeños mamíferos en abundancia. Sólo una de cada seis especies de plantas son pastos; las otras son, en su mayoría, especies perennes resistentes. Algunas pueden llegar a sobrevivir durante miles de años en un lugar determinado.”
Más del sesenta por ciento de las praderas sudafricanas han desaparecido y no podrán ser restauradas. Aquí, en la provincia de Mpumalanga, ese proceso se ha prolongado durante generaciones, tanto que muchos consideran los eucaliptos australianos y los pinos mejicanos como árboles nativos. Los primeros fueron plantados hace cien años para producir madera para la industria minera.
Las plantaciones madereras sudafricanas cubren hoy un millón y medio de hectáreas, de las cuales 600.000 están en Mpumalanga. La carretera que va de God’s Window a la capital de la provincia, Nelspruit, parece atravesar un bosque en el norte de Suecia, pero las filas de árboles perfectamente alineados y el suelo agotado y gris cuentan una historia diferente.
Ese suelo carece de los microorganismos necesarios para que las hojas de pino y eucalipto se descompongan. El dosel de follaje impide el paso de la luz, y las raíces penetran hasta la napa freática.
“Estos pinos absorben 25 litros de agua por día, mientras que los eucaliptos llegan a consumir 600, muchísimo más que cualquier árbol nativo”, dice Philip Owen.
Philip inició Geasphere en 1999, luego de un gran encuentro sobre la crisis del agua en Sudáfrica. En muchos sentidos, puede decirse que el daño que podía hacerse en Mpumalanga ya fue hecho: las plantaciones ya están instaladas y la falta de tierra limita su futura expansión. Pero los esfuerzos de Geasphere van mucho más allá de Mpumalanga, y la organización divulga información y tiene influencia en los países vecinos, Mozambique y Suazilandia, donde los árboles exóticos están siendo implantados rápidamente. En la minúscula Suazilandia ya cubren el diez por ciento de la superficie del país.
“El desarrollo es crucial para el sur de África, pero aumentar la cantidad de plantaciones de árboles no es buena idea. Las plantaciones no crean muchos empleos ni ingresos, y tienen un fuerte impacto sobre el acceso al agua, la diversidad biológica y las estructuras sociales.”
A Philip le molesta especialmente que más del 80 por ciento de las plantaciones de árboles sudafricanas hayan recibido la certificación FSC por silvicultura responsable. Esto da a los consumidores del Norte una imagen engañosa. Después de todo, es en los países industrializados que se consume la mayor parte de la madera.
Al oeste de Nelspruit se encuentra Ngodwana, la fábrica de papel más grande de Sudáfrica. A medida que entramos en el valle sentimos el aire cargado de olor a sulfato. Una nube de humo amarillento nos rodea mucho antes de que las chimeneas aparezcan en el horizonte.
“Se considera que la circulación de agua es suficiente para diluir los residuos hasta un nivel ‘aceptable’. Sin embargo, no se tiene en cuenta que los períodos de sequía se están alargando y que el volumen de agua está disminuyendo.”
La fábrica produce 500.000 toneladas de pasta de papel por año, y la mayor parte se exporta. Hay mucha demanda y el propietario de la fábrica, el grupo multinacional Sappi, planea aumentar un 70 por ciento la producción. La materia prima adicional se obtendrá en parte transformando las plantaciones de pinos en plantaciones de eucaliptos que crecen más rápidamente, pero que también consumen más agua. La producción aumentará pero el número de empleos seguirá siendo el mismo.
Mientras Sudáfrica, la “nación del arco iris”, lucha por la igualdad de negros y blancos, el panorama laboral parece haber quedado congelado en el tiempo. Los trabajadores negros viven en el valle. Allí visitamos Bhamgee, un caótico barrio de latas que no tiene ni siquiera calles o instalaciones básicas. Lo que empezó siendo un pueblito se ha extendido para albergar a las prostitutas que llegaron al valle ante la perspectiva de encontrar una gran población de obreros de la fábrica y de camioneros. La prostitución, el VIH y el SIDA son ahora endémicos.
Más arriba, en la falda de la montaña, los empleados de alto rango viven en comunidades cercadas. Como visitantes blancos, pasamos sin problema frente a los guardias negros armados, a pesar de que nuestra visita no tiene ningún motivo oficial. Sólo vemos empleados blancos entre los lujosos chalés; en los caminos de entrada suele haber dos autos estacionados. Las casas están separadas por verdes parques que hacen pensar en algún barrio de gente rica en Suecia.
Philip Owen creció durante el apartheid. Describe sus años escolares en Nelspruit como una especie de lavado de cerebro, muy diferente de lo que sucedía en su casa, donde los límites raciales eran menos definidos. En Geasphere, blancos y negros trabajan codo a codo. A treinta kilómetros de allí, en casa de Philip, conocí a Thelma Nkosi y a December Ndlovu. Ambos trabajan para la organización.
“Las plantaciones tienen muchos impactos sociales negativos. La falta de agua afecta principalmente a las mujeres, que tienen que caminar mucho más para conseguir agua y leña”, explica Thelma.
La vida se ha vuelto también menos segura. Es peligroso pasar por las plantaciones donde suelen esconderse violadores y criminales. Los árboles provocan erosión y degradación del suelo y ponen en peligro la disponibilidad de alimentos. Por otra parte, también son evidentes los efectos sobre la cultura.
“Nuestra identidad está amenazada cuando los lugares rituales son desplazados por las plantaciones. Los cementerios de los ancestros se vuelven inaccesibles, desaparecen árboles que cumplían funciones tradicionales, ya no se pueden realizar ceremonias de iniciación ni otros rituales”, explica December.
Las experiencias de Mpumalanga son importantes para países menos ricos, como Mozambique y Angola.
“Reclaman la inversión de capitales porque es fácil creer en la propaganda de las empresas forestales. Los inconvenientes aparecen más tarde”, dice Thelma.
El activismo ambientalista de Philip comenzó cuando se empezó a establecer plantaciones de árboles en la montaña que domina Sudwalaskraal. Allí vive, en la granja familiar comprada por su abuelo en los años 60, que ahora está repartida entre parientes. La falda de la montaña está cubierta de bosque nativo; en los barrancos hay numerosas cuevas calcáreas de tres mil millones de años, que estuvieron habitadas por humanos (homo habilis) hace nada menos que 1,8 millones de años. Las cuevas de Sudwala son maravillas históricas y geológicas que atraen cada año multitud de visitantes.
Los efectos de las plantaciones son claramente visibles. Hoy en día, las cuevas se han secado y hay que regarlas con manguera. Los manantiales que alimentaban el bosque desaparecen durante la estación seca.
Caminamos hasta la pradera que resta en la cima de la montaña. La puesta de sol nos permite vislumbrar el paisaje nativo original, de una belleza deslumbrante. La esposa de Philip, Elsmarie, nos muestra hierbas raras, especies de gramíneas y cuevas de serpientes, así como pequeños pinos que siempre logran escapar de la muralla oscura de la plantación que está en el lado opuesto de la montaña.
“Tenemos una lucha constante para evitar que proliferen las especies no nativas. En Sudáfrica, los árboles que se han propagado sin control ocupan una superficie tan grande como la de las plantaciones. Los pinos se pueden cortar, pero para eliminar los eucaliptos hay que envenenar sus raíces”, explica Philip.
Las zonas de pradera ennegrecida dan testimonio de los recientes incendios. Esto tiene que suceder periódicamente para mantener la diversidad biológica, pero cuando el fuego encuentra una plantación de árboles el resultado puede ser desastroso.
“Últimamente tuvimos incendios forestales graves en los que murieron muchas personas. Antes, los árboles nativos acumulaban humedad y actuaban como cortafuegos, pero ahora todo está demasiado seco. El calor llega a tal extremo que la superficie del suelo está recocida, formando una costra dura. El agua de lluvia corre y se evapora, en lugar de penetrar en la tierra.”
Al día siguiente fuimos con December a su pueblo natal, Bushbuck Ridge, algo muy diferente de las granjas blancas. Un millón de personas vive allí, en un enorme barrio de latas, muchas veces sin agua ni electricidad. December mantiene a su familia lavando autos en un galpón abierto que está junto a su casa.
Más del ochenta por ciento de los sudafricanos recurren a la medicina tradicional más que a las técnicas occidentales. Con la desaparición de las praderas, quienes la practican tienen cada vez mayores dificultades para conseguir sus materias primas. December nos lleva a casa de Hilda Calinah Manyike, una nganga o curandera herborista entrenada que está oficialmente autorizada a recoger hierbas en los parques y reservas nacionales. La choza en la que atiende contiene una pequeña farmacia.
“Antes era más fácil conseguir todas las hierbas que necesito. Ahora tengo que recorrer grandes distancias para encontrarlas, y algunas ya no están.”
A Hilda le resulta ahora imposible curar algunas dolencias, como el asma, y se ve obligada a enviar a sus pacientes a un médico occidental, si es que pueden pagarlo.
Bushbuck Ridge limita al este con el Parque Nacional Kruger. Dentro de ese parque viven los mismos grandes animales que antes recorrían las llanuras bajas y las sabanas de los alrededores.
Al atravesar la entrada debemos frenar para dejar pasar a una manada de elefantes. Ñúes, jirafas, cebras y una variedad de antílopes se pasean a ambos lados del camino. Aquí vemos también babuinos, que en las plantaciones fueron exterminados por las empresas forestales.
Pasamos la noche dentro del parque. En la oscuridad oigo a los elefantes moverse como piezas de una enorme maquinaria. Al amanecer ruge un león.
“La diversidad biológica de estas praderas ha mantenido la vida humana durante milenios, pero todo se transformó durante los últimos cien años”, dice Philip.
“Praderas como las norteamericanas, como la puszta húngara o las estepas rusas son los tipos de vegetación más amenazados. El ochenta por ciento ya desapareció y no puede ser restaurado.”
Extraído de la Revista “Sveriges Natur” de la Sociedad Sueca para la Conservación de la Naturaleza.