En noviembre de 2007, varios delegados del Movimiento Mundial por los Bosques Tropicales visitamos las instalaciones de Bosques Komatiland en Brooklands, en la provincia sudafricana de Mpumalanga.
Bajo una fotografía de J. Brooke Shires, quien en 1876 plantó los primeros eucaliptos y acacias en Brookland, escuchamos una presentación de la empresa. Komatiland es una empresa paraestatal que gestiona unas 128.000 hectáreas de plantaciones, principalmente de pinos. Los árboles se plantan con una rotación de 28 a 30 años para producir madera en rollo para serrar. Según nos dijeron, esta empresa emplea a 2.400 personas de forma directa y a otras 1.200 por contrato. Sus plantaciones en Brooklands cubren un área de poco más de 12.000 hectáreas y en aproximadamente un tercio de sus tierras la empresa utiliza un sistema de extracción con caballos.
Desde 1997, la compañía está certificada por SGS de acuerdo con el sistema de certificación del Consejo de Manejo Forestal (FSC). Un funcionario de Komatiland nos comentó que la certificación tiene cuatro niveles: están los que no cumplen con los criterios sin saberlo, los que no cumplen a sabiendas, los que cumplen a sabiendas y los que cumplen sin saberlo. En esta época de “maquillaje verde” de las empresas, esta parte de la presentación fue gratamente sincera. “No tengo ni la menor idea de dónde nos ubicamos”, dijo riendo. “Debemos estar entre el dos y el tres”. Se trataba de un empleado de una empresa certificada por el FSC, y estaba reconociendo públicamente que Komatiland no cumplía enteramente con los estándares de dicha entidad. “Todas las operaciones tienen inconvenientes. No somos perfectos. Podrán encontrar problemas en cada una de nuestras unidades de plantación”. Él sabía que estaba diciendo esto a una audiencia crítica, tanto de las plantaciones industriales de árboles como de la certificación FSC.
Winnie Overbeek preguntó acerca de los derechos territoriales y los conflictos por la tierra. “Esa es una pregunta muy europea”, fue la respuesta. Overbeek explicó que ha trabajado durante más de una década en Brasil, apoyando a los Pueblos Indígenas Tupinikim y Guaraní en su lucha por la tierra en la zona ocupada por las plantaciones de Aracruz Celulose, y que su pregunta tenía como base su propia experiencia. El representante de la empresa continuó sin perder la calma. “Sudáfrica es un país único”, explicó. “No hay pueblos indígenas en Sudáfrica según los estándares del FSC. Existió el Apartheid y hay muchos reclamos de tierras. Todas las plantaciones y granjas están en litigio. Eso no significa que las demandas sean válidas”. Todo esto suena sorprendentemente similar a los argumentos utilizados por Aracruz antes de que el Ministro de Justicia brasilero fallara a favor de los Tupinikim y Guaraní (ver Boletín Nº 122 del WRM, setiembre de 2007).
En 2007, Komatiland perdió unas 17.000 hectáreas de plantaciones por incendios. “El calentamiento global está empeorando las cosas”, dijo el funcionario de Komatiland. “Por ejemplo, los gorgojos del pino están atacando los árboles del bosque nativo. Nadie sabe qué es lo próximo que pasará. Hay cosas que van a cambiar y eso nos alarma”.
Wally Menne, de la coalición sudafricana TimberWatch, hizo notar que, si bien la empresa se llama Bosques Komatiland, este nombre no es apropiado ya que sus actividades forestales consisten en plantaciones industriales de árboles a gran escala.
Luego de la presentación nos llevaron a ver algunas de las plantaciones. Atravesamos los monocultivos de pinos y eucaliptos de Komatiland. Vimos enormes superficies taladas y zonas de plantación quemadas. Pasamos frente a las instalaciones donde la empresa aloja a los trabajadores: filas de casas de construcción precaria, adosadas en hilera, con techos de chapa y grandes números pintados en las puertas. En su evaluación de Komatiland, la certificdora SGS sostiene que la compañía emplea directamente sólo a 1.729 personas. Mientras atravesábamos las plantaciones y las zonas taladas vimos muy pocos trabajadores.
Nos detuvimos en la cima de una colina, con una pradera exuberante a un lado del sendero y un panorama de destrucción absoluta al otro lado. Todo ser vivo había sido cortado y arrancado, dejando algo parecido a un paisaje lunar marrón. Bajamos del vehículo y pasamos junto a una pila de troncos, algunos de los cuales estaban marcados con el número de gestión forestal y cadena de custodia de SGS (SGS-FM-COC-0068). A la distancia, una máquina levantaba troncos y los apilaba ordenadamente.
Durante la presentación de la empresa se nos dijo que el 30 por ciento de la tierra de Komatiland está sin plantar y que, desde 1994, la zona de plantaciones en Brooklands se redujo de 10.000 a 9.000 hectáreas. También nos dijeron que no se plantaba a menos de 20 metros de los cursos de agua. Había un riachuelo que corría justo al lado de la zona cortada a tala rasa; eucaliptos y pinos crecían hasta la orilla.
Vimos extraer troncos utilizando caballos. Komatiland nos dijo que la cosecha con caballos daña menos el suelo y emplea más personas que la tala mecanizada. La operación que vimos se desarrollaba en una pendiente que en todo caso era demasiado pronunciada para utilizar máquinas. Parecía un trabajo brutalmente duro. Cuatro hombres trabajaban con tres caballos. Los caballos tiraban de los troncos por la ladera, de a uno por vez. Los hombres debían luego desatar las cadenas de los troncos y tirar de los caballos nuevamente cuesta arriba. Mientras tanto, los encargados los miraban desde abajo. Uno de ellos había traído a su perro al trabajo.
Durante la presentación de la empresa se nos dijo que “el Apartheid existió” en Sudáfrica. Sin embargo, todos los trabajadores que vimos eran negros. Y todos los jefes que vimos eran blancos. Al parecer, en las plantaciones de Komatiland, el apartheid aún existe.
Por Chris Lang, http://chrislang.org