La acelerada destrucción de bosques tropicales y tierras boscosas indígenas en Uganda con la finalidad de hacer lugar a la producción de palma aceitera y azúcar, sigue un patrón muy conocido que ya se vio en otras partes del mundo, en especial en el sur de Asia.
En 2001 el gobierno, según informó profusamente la prensa local, entregó 5.000 hectáreas de bosques protegidos que estaban bajo su tutela a BIDCO, una empresa productora de aceite de palma originaria del sur de Asia. Estos bosques, situados en las islas Ssese, en el lago Victoria, fueron rápidamente eliminados.
Actualmente se avecina otro revuelo en torno a la propuesta de entregar 7.000 hectáreas de bosques vírgenes situados al este de la capital a una productora azucarera que ya posee miles de hectáreas de plantaciones en las cercanías.
La línea del Ecuador atraviesa el corazón de la región de los grandes lagos de Uganda, que alberga, al oeste, la rica biodiversidad del Congo, comparable con la del Amazonas. Este país ha sufrido largos períodos de violencia política suscitada desde el Estado, que dejaron un legado contradictorio. Por un lado, en la élite y la clase política sigue habiendo una sensación generalizada de que el período de guerra e insurgencia (1966-1986) y los disturbios subsiguientes ocasionaron el “atraso” del país, que tiene la responsabilidad de “alcanzar” al resto del mundo.
Esto ha dado origen a una forma particularmente perniciosa de planificación económica hipócrita y dictatorial donde todo aquél que cuestione el gran plan para el desarrollo es calificado de inmediato de “antipatriótico”, enamorado secreto de los brutales regímenes anteriores o, simplemente, estúpido.
He pasado por esa experiencia. Recuerdo cuando nuestro presidente Museveni retrucó “¿Usted es un romántico? ¿Quiere volver al estado natural?” en respuesta a mi indagación sobre la base filosófica de sus planes de “desarrollo” para el país.
Esto ocurrió en 2001, en una entrevista radial durante las elecciones presidenciales. Lamentablemente la calidad del discurso oficial público en torno al medio ambiente no ha evolucionado mucho desde entonces.
La Dra. Margaret Kigozi, directora de la principal agencia ugandesa para atraer capitales extranjeros (Uganda Investment Authority), descalificó a los opositores del proyecto de represa hidroeléctrica en nuestro río Nilo tildándolos de “obsesionados con las ranas y las mariposas”.
Más recientemente, durante una entrevista radial muy dura, en respuesta a mis reiteradas indagaciones en cuanto a la sensatez de la decisión de otorgar a BIDCO carta blanca para talar grandes superficies de bosques e instalar allí sus plantaciones de palma, el Ministro de Estado para Inversiones preguntó enojado: “¿Acaso las palmas no son árboles?”
Por otra parte, sin embargo, Uganda realmente fue “dejada atrás” en la rebatiña de los capitales mundiales por convertir las riquezas naturales de los países pobres del Sur en “pasto para las inversiones”. El país permaneció relativamente más verde (situación similar a la de Congo y Sudán meridional, que ahora también están bajo amenaza) que otras partes del Sur que en aquel momento se consideraron suficientemente “estables” para la rapaz inversión extranjera. Esta es la perpetua ironía de la situación en la que nos encontramos.
Y entonces realmente estamos apenas en el principio de este proceso. Hay una enorme riqueza ecológica para que estos “cortoplacistas” internacionales saqueen y destrocen y hay una enorme avaricia, ignorancia e hipocresía en el gobierno que hace increíblemente fácil el acceso a esta riqueza.
Unos pocos valientes del departamento de bosques de Uganda han estado en contra del proyecto desde el principio. Incluso encontraron aliados en los lugares más insólitos (como el DFID, Departamento para el Desarrollo Internacional del Reino Unido) al explicar que los empleos prometidos eran virtualmente “esclavitud” y por lo tanto no un intercambio justo por la pérdida de estos bosques. Los ignoraron.
En este proceso de destrucción no hay nada nuevo. Las maniobras de los financistas globalizados ya no son novedosas. Por lo tanto, la única pregunta es: ¿Qué puede hacerse antes de que sea demasiado tarde o antes de que el costo de restauración potencial sea demasiado elevado?
La respuesta radica en el fortalecimiento de las voces activistas que están intentando, antes que nada, acceder a toda la nueva información relacionada con estos escándalos y hacerla pública, y en poder trabajar juntos en un foro que permita llevar a cabo acciones (tales como recursos de amparo, manifestaciones, campañas educativas en los medios y educación comunitaria) que aumenten el costo político de la adopción de tales políticas.
Para esto se necesitará que las personas organizadas compartan su información y sus capacidades. Ya hemos comenzado con la exposición pública de lo que ocurre en las islas Ssese, que están siendo destruidas por fuertes vientos y salarios bajos desde que se talaron los bosques de la península Bwendero. Según se informa, BIDCO ha solicitado otras 3.000 hectáreas de lo que queda de bosque. Dicen que les habían prometido un total de 10.000 hectáreas y tienen al gobierno de Uganda muerto de miedo con sus amenazas de retirarse si esta promesa no se cumple. La amenaza para los bosques no hace más que crecer.
Es importante saber que no estamos solos en esta lucha y que podemos aprender de los esfuerzos de otras personas que se enfrentan a los mismos desafíos.
Por Kalundi Serumaga, correo-e: kalundi@yahoo.com Kalundi Serumaga fue activista comunitario durante muchos años y en la actualidad es columnista en la prensa y tiene un programa radial en Uganda. En el año 2003 produjo y presentó un programa semanal sobre medio ambiente en la televisión nacional. El cementerio de sus ancestros se situaba en las tierras donde hace poco se estableció una plantación de palma aceitera a gran escala en las islas Ssese.