La entrada del banco no tiene nada que ver con la escala humana. Construido en vidrio y acero, el edificio se yergue sobre los visitantes como una máquina gigante sin una mota de polvo. Una máquina para tragar gente y fabricar dinero, quizás.
La semana pasada visité el cuartel general del banco como parte de una visita organizada por la ONG alemana Urgewald para discutir la financiación de la industria de la celulosa por parte de los bancos. Desde el piso 50, donde tuvo lugar la reunión, la vista es espectacular. El sol brillaba y hacía resplandecer el río que serpenteando atraviesa la ciudad. No me sentía en las entrañas de la bestia capitalista. Cerca de una docena de banqueros de siete importantes instituciones aparecieron para escuchar las presentaciones de seis ONG. La reunión se realizó según la “regla de Chatham House”, es decir que puedo utilizar la información de la reunión pero no puedo decir quién dijo qué cosa ni quién más estuvo presente allí.
Antes de la reunión yo había calculado que la industria de la celulosa planea construir alrededor de 25 millones de toneladas de nueva capacidad en los próximos cinco años, en su gran mayoría en Brasil, Uruguay, Rusia, China, Australia e Indonesia. Incluso considerando nuevos cierres de fábricas de celulosa en el Norte, esto significa un aumento espectacular de la capacidad. En los últimos diez años la industria se ha expandido al ritmo aproximado de un millón de toneladas por año. Ahora sus planes son expandirse cinco veces más. Durante la reunión quedó claro que mi cifra de 25 millones de toneladas se quedaba corta. Hay planes de construir tres nuevas plantas de celulosa en Rusia y una en Malasia, ninguna de las cuales entraba en mis cálculos.
El ciclo de expansión y caída de la industria de la celulosa se relaciona directamente con el exceso de capacidad de la industria. La industria se expande cuando el precio de la celulosa es alto. Cuando toda la nueva capacidad ingresa al mercado, el precio cae. Ya ha ocurrido antes (repetidamente) y parece que está por volver a ocurrir.
Durante la reunión los banqueros nos oyeron hablar de las promesas hechas hace 20 años en Indonesia. La industria de la celulosa traería prosperidad. Brindaría empleos y salvaría los bosques al dar un uso económico a la madera. La realidad es que la industria ha traído contaminación, pocos empleos, conflictos sociales, conflictos por la tierra y destrucción de extensas superficies de bosque. Incluso donde se han establecido plantaciones, ha sido en sustitución de los bosques. Hoy, empresas de la celulosa están talando bosques de turbera y drenando pantanos de turba en Sumatra para establecer plantaciones. En el proceso liberan a la atmósfera grandes cantidades de carbono almacenado en la turba.
Que la industria de la celulosa dependa de la madera como materia prima significa que se necesitan vastas superficies de plantaciones industriales de árboles para alimentar las fábricas de millones de toneladas anuales de hoy. Esto lleva inevitablemente a conflictos sobre los derechos a la tierra, pues no es tan simple encontrar por ahí grandes extensiones de tierra sin usarse. En Brasil están aumentando los conflictos por la tierra y el Movimiento de Campesinos Sin Tierra (MST) repetidamente se ha fijado como objetivo las plantaciones de eucalipto de la industria en sus ocupaciones de tierras.
Los banqueros nos oyeron hablar del impacto sobre el agua de las plantaciones industriales de árboles: cómo los pozos y los pantanos se secan, los niveles de las napas subterráneas caen y los cursos de agua temporales se vuelven permanentemente secos, y cómo se hace imposible cultivar alimentos básicos como el arroz en campos rodeados de plantaciones.
Los banqueros también oyeron sugerencias sobre la elaboración de normas como forma de no invertir en los peores proyectos de celulosa y plantaciones. Nos oyeron hablar de un proyecto de cartografía que delimita áreas de bosques primarios. Nos oyeron hablar de la gama de mecanismos del derecho internacional que podrían aplicarse a casos de abusos de los derechos humanos vinculados con fábricas de celulosa, por ejemplo. Nos oyeron hablar de varios bancos comerciales de EEUU, los Países Bajos y el Reino Unido que han redactado políticas forestales, en parte para intentar evitar su participación en proyectos destructivos como los de APP y APRIL en Indonesia. ABN Amro está trabajando para aplicar su política forestal a todas las actividades bancarias y no solamente la financiación de proyectos, lo que es fundamental en el sector de la celulosa, pues la mayoría de las fábricas se financian mediante bonos, acciones, capital accionario y préstamos empresariales generales.
Los bancos nos dijeron que no tienen suficiente capacidad para desarrollar sus propias políticas forestales. Parece que incluso observar la diligencia debida es difícil. Algunos de los bancos dijeron que si un proyecto está cubierto por la empresa alemana de seguros de créditos comerciales Euler Hermes, invertirían sin mucho más análisis. Esto es una noticia extremadamente inquietante para las ONG que desde hace años están en campaña para que Euler Hermes elabore normas significativas para excluir los proyectos social y ambientalmente destructivos. En 2004, Euler Hermes ofreció a APP China un seguro de crédito a la exportación a pesar de los problemas que APP ha causado en Indonesia. Greenpeace China ha documentado cómo APP China ha cortado bosque ilegalmente en Yunnan y establecido plantaciones de árboles dentro de zonas protegidas en Hainan.
Señalamos los problemas de confiar en Euler Hermes. Bueno, está la política sobre bosques del Banco Mundial, replicaron los bancos. O están los enfoques comunes de la OCDE para las agencias de crédito a la exportación. O los Principios de Ecuador. Cualquier cosa, parece, antes de admitir que tienen que dedicar una mirada crítica a su participación en los enormes problemas causados por la industria de la celulosa y sus plantaciones industriales de árboles. Viniendo de bancos que emplean decenas de miles de personas y generan miles de millones de euros por año, esto es un poquito difícil de aceptar.
Por Chris Lang, http://chrislang.org