Aparentemente preocupados por el cambio climático y la urgente necesidad de reducir las emisiones de dióxido de carbono resultantes de la quema de combustibles fósiles, los gobiernos del Norte --particularmente los pertenecientes a la Unión Europea, pero también los de EEUU y Canadá-- están promoviendo, cada vez más, el uso de un determinado tipo de materia prima, considerado ´renovable´, para la generación de energía en gran escala: la madera.
Para abastecer esa creciente demanda de los países del Norte enormes extensiones de territorios en el Sur están amenazados de ser ocupados por plantaciones de monocultivos de árboles, que profundizarán el proceso ya existente de acaparamiento de tierras. Actualmente en el Sur ya hay cerca de 60 millones de hectáreas de tierra ocupadas por plantaciones industriales de árboles.
De acuerdo a un informe de la propia Unión Europea, una de las principales promotoras del uso de biomasa de madera, “la demanda creciente de energía de biomasa de madera es probable que aumente el precio global de la madera, lo que añadirá presión sobre los bosques y otros ecosistemas y conducirá a conflictos vinculados al uso del territorio. Otros riesgos más específicos incluyen deforestación en los casos cuando los bosques naturales son reemplazados por plantaciones de monocultivos y los impactos a largo plazo sobre la producción de alimentos y la seguridad energética”.(1) Sin embargo, no hay indicios que esa preocupación en relación a los riesgos se haya traducido en medidas concretas para enfrentar efectivamente las raíces de la crisis climática. Por el contrario, se busca legitimar el proceso de expansión de plantaciones para biomasa a través de sellos de certificación “sustentable” como por ejemplo el FSC.
La nueva publicación del WRM, “Plantaciones de árboles en el Sur para generar energía en el Norte” busca sobre todo alertar respecto a los impactos que ya provoca y provocaría una expansión acelerada de este tipo de plantaciones de árboles para atender esa creciente demanda en el Norte sobre las comunidades rurales en países del Sur que dependen del acceso a la tierra y de la disponibilidad local de biomasa para su propio abastecimiento de energía y sobre la conservación de bosques y otros ecosistemas.