Nadie en su sano juicio puede acusar al Presidente George W. Bush de que se preocupa demasiado por el cambio climático. Su currículum en la materia es intachable y tanto su apoyo irrestricto a la industria petrolera como sus guerras petroleras han significado importantes contribuciones al calentamiento global. Por si quedaran dudas, su persistente negativa a firmar el Protocolo de Kioto lo convierte en el líder indiscutido de quienes aportan más a la destrucción del clima del planeta Tierra.
Es por ello que llama poderosamente la atención su súbito interés en los biocombustibles. En efecto, durante su reciente visita a varios países de América Latina (Brasil, Uruguay, Colombia, Guatemala y México) ese fue el punto más claro en la agenda de una gira que fue definida por alguna prensa como “la diplomacia del etanol”. Es más, poco antes de iniciar su gira visitó las instalaciones de una empresa vinculada a la industria del etanol, donde hizo referencia -entre otras- “a tecnologías que nos permitirán convertir astillas de madera en combustibles que hagan funcionar automóviles”.
Este súbito interés de Bush en un tema al parecer tan alejado a sus intereses y preocupaciones sirve para comprender mejor las razones por las que tantos gobiernos y agencias del Norte están impulsando el desarrollo de los biocombustibles en tantos países del Sur.
A diferencia de otros gobernantes del Norte, Bush ni siquiera intenta presentarse como “verde”. Las razones que esgrime son fundamentalmente estratégicas y económicas. Afirma que el impulso a los biocombustibles es “un muy importante objetivo nacional”, que consiste en “pasar a ser menos dependientes de combustibles provenientes del extranjero y por ende asegurar que nuestros intereses estratégicos nacionales estén mejor protegidos y que nuestros intereses en materia de seguridad económica estén más intactos”. En lo económico dice que “A medida que los precios de los hidrocarburos suben, tiene sentido que seamos capaces de lograr que fuentes alternativas de energía lleguen al mercado lo más rápido posible”.
Todo ese razonamiento seguramente ya lo han hecho los gobiernos de la mayoría de los países del Norte –en particular los europeos- lo que lleva a dudar acerca de cuán “verdes” son sus intenciones.
Desde el punto de vista de muchos gobiernos del Sur, los biocombustibles son percibidos simplemente como un nuevo producto a ser exportado; como una “oportunidad”. Ello, unido a los múltiples apoyos que para su desarrollo están recibiendo de agencias de cooperación y organismos multilaterales, ha resultado en la adopción de políticas y medidas concretas para su promoción en decenas de países, sin tomar en cuenta sus posibles consecuencias sociales, políticas, económicas y ambientales.
En contraposición, las organizaciones populares del Sur los ven como una grave amenaza para la subsistencia de la gente. En efecto, los planes gubernamentales implican que millones de hectáreas de tierras hoy productoras de alimentos van a ser destinadas a la producción de combustibles para alimentar automóviles. Cultivos como el maíz, la soja, la caña de azúcar, la palma aceitera y muchos otros van a ser convertidos en etanol o biodiesel. En palabras del propio Bush, ya está prevista la conversión de madera en etanol, lo que significa la amenaza de la plantación de aún más monocultivos de árboles de rápido crecimiento para alimentar autos. Todo ello se hará a expensas de tierras productoras de alimentos y de bosques.
En ese contexto, la reciente reunión llevada a cabo en Malí por la soberanía alimentaria, donde participaron representantes de más de 80 países se expidió claramente contra “los ‘Desiertos Verdes’ de los monocultivos de biocombustibles industriales y otras plantaciones” (ver 1). También lo hicieron las mujeres allí reunidas en su declaración sobre soberanía alimentaria enfatizando que “Los monocultivos, entre ellos, los empleados para los agro-combustibles ... tienen efectos negativos sobre el ambiente y sobre la salud humana ...” (ver 2)
En otro contexto, el Tribunal Permanente de los Pueblos (ex Tribunal Russell) se reunió recientemente en Cacarica, Colombia y en su dictamen se incluyeron graves acusaciones a empresas productoras de aceite de palma. Entre otras cosas, se las acusó (y al gobierno colombiano) de haber sembrado palma en “territorios colectivos de comunidades afrocolombianas, operaciones que fueron posibles gracias a la comisión e impunidad de más de 113 crímenes de Lesa Humanidad, 13 desplazamientos forzados, 15 casos de torturas, 17 detenciones arbitrarias, 19 saqueos a caseríos, 14 incursiones de tipo paramilitar, agresiones a la zona humanitaria, 4 asesinatos o ejecuciones extrajudiciales y la llamada ‘desmovilización’ que ha posibilitado el desarrollo de nuevas amenazas de muerte y de control sobre la población”. (ver 3)
Claro que eso no habrá preocupado demasiado a los presidentes colombiano y norteamericano cuando se reunieron recientemente, ya que ambos han sido y siguen siendo socios en la masacre que se lleva a cabo en ese país bajo el nombre de Plan Colombia. El resultado final será para ellos positivo: la producción de biodiesel de palma. Pero es bueno que los futuros consumidores de este combustible reflexionen sobre el testimonio de una mujer que dijo ante el Tribunal que: “la palma aceitera está abonada por la sangre de nuestros hermanos, amigos y familiares”, agregando que “no tenemos donde trabajar porque el territorio está cubierto de palma”.
Esa es la verdadera cara que se esconde tras los llamados “biocombustibles” en el Sur. Bio significa vida. Sin embargo, el cultivo de estos combustibles significa muerte. Muerte de comunidades enteras, muerte de culturas, muerte de personas, muerte de la naturaleza. Llámense plantaciones de palma aceitera o de eucaliptos, trátese de monocultivos de caña de azúcar o de soja transgénica, los impulsen gobiernos “progresistas” o “conservadores”. Muerte.
Lo que podría haber sido algo positivo (la sustitución de combustibles fósiles por combustibles derivados de biomasa) ha sido convertido, por obra y gracia de determinados intereses del Norte, en una de las más graves amenazas para la supervivencia de millones de personas en el Sur. Para que los biocombustibles vuelvan a ser positivos debe cambiarse totalmente el enfoque: debe pasarse de la producción para un mercado global al abastecimiento local, del monocultivo a la diversidad, del monopolio a la descentralización, de lo social y ambientalmente destructivo al respeto por la gente y la naturaleza. Algo que no está en el pensamiento de las empresas, pero que sí es posible encontrar en la cabeza de las personas, tanto del Sur como del Norte. A todas y todos ellos apelamos para que protejan la vida y ayuden a detener este proceso que –bajo un manto “ecológico”, es sinónimo de muerte.
(1) La declaración completa se encuentra disponible en: http://www.wrm.org.uy/actores/FSM/Declaracion_Nyeleni.html
(2) La declaración completa se encuentra disponible en:
http://www.wrm.org.uy/temas/mujer/Declaracion_Mujeres_Nyeleni.html
(3) La declaración completa se encuentra disponible en: http://www.wrm.org.uy/paises/Colombia/Audiencia_Biodiversidad.pdf