En el 2003, el filósofo australiano Glen Albretch (1), acuño el término “Solastalgia” para definir al conjunto de trastornos psicológicos que se producían en las poblaciones nativas como consecuencia de los cambios destructivos en su territorio como consecuencia de actividades mineras, desertización o cambio climático. El término, que significa dolor de la tierra que se habita (“solas” en griego significa tierra y “algia” significa dolor), puede manifestarse como un dolor visceral intenso y angustia mental que puede derivar en problemas a la salud, abuso de drogas, enfermedades físicas y tendencia al suicidio.
Este término o concepto tiene relación con el que desarrolla Laura Trujillo (2) de la palabra “lugar” que es el de “espacio cargado de sentimientos”. El lugar no es un espacio cualquiera, para aquellos que lo viven, está lleno de historias y sentimientos, por ello dice que “paisaje”, a diferencia de “lugar”, es aquel “espacio visto, pero no vivido”, mientras que el lugar es aquel que, al ponerle nombre, se le apropia y se le tiene pertenencia. Trujillo concluye que “donde los colonizadores [y por extensión mineros, agroindustriales, petroleros, madereros,...] vieron un espacio-paisaje, los nativos vieron un lugar”.
Es entonces consecuente, que ese espacio cargado de sentimientos desde la infancia, de experiencias hermosas, de subidas a los árboles o de excursiones a sus montañas, al que se le ha puesto nombre, cuando comience su desolación ocasione dolores del alma y trastornos psicológicos que acaban llevando a la tristeza por la pérdida del lugar que se anidó y que ya no volverá. Estos son trastornos parecidos a los que sufren quienes tienen que migrar, pero ahora se destacan en aquellas personas que sin moverse de su territorio ven desaparecer su horizonte, y con él su pasado y su historia ecológica que ya no verá su descendencia.
La solastalgia es el primer paso a una tristeza construida que se encamina a la desesperanza y al suicidio y que quizás esté en el origen de las oleadas de suicidios que asolan a muchas comunidades indígenas en diferentes lugares del mundo. En Ecuador, en los últimos años, se han incrementado los suicidios en las nacionalidades indígenas Cofán y Huaorani, que sufren la agresión de las empresas petroleras, y la nacionalidad Kichwa, que sufre la presión de la agroindustria. Esta tendencia al suicidio se da en todos los pueblos aborígenes del mundo donde la presión por sus tierras es extraordinaria. En Canadá, la comunidad Cross Lake Cree en dos semanas sufrió 140 intentos de suicidios y 6 consumados (3). Entre los pueblos nativos de los Estados Unidos los suicidios en el 2015 ocuparon, entre los varones de 18 a 24 años, el 34,3% de las muertes (4) (1 de cada 3) lo que ocurre en 566 tribus; pero las cifras de suicidios para menores de 18 años son entre tres y diez veces superiores al promedio nacional (5). Esta tendencia se da también en Australia donde las niñas aborígenes de 10 años han incrementado dramáticamente su tendencia al suicidio (6). Las reservas donde viven confinados para que las empresas puedan actuar sobre sus territorios parecen estar entre las causas.
El camino de la solastalgia al suicidio se alimenta de una tristeza que no encuentra salida en la defensa de la naturaleza. Las y los defensores de los territorios de los pueblos indígenas, invadidos por empresas transnacionales y megaproyectos, son asesinadas impunemente con la complicidad de los Estados (7). Más de dos asesinatos a la semana en el 2014 convierten a los defensores de la naturaleza en una de las dedicaciones de más riesgo, siendo Centro y Sudamérica las regiones con más asesinatos reportados del mundo contra defensores; un 40% fueron hombres y mujeres indígenas que protestaban por actividades mineras, extractivas, hidroeléctricas y agroindustria. El 90% de los asesinatos siguen impunes y hunden en la desesperanza a quienes se apoyan en los derechos humanos y de la naturaleza.
No debiera sorprendernos que en las estrategias de represión política, descritas por el filósofo y psicólogo social Edgar Barrero (8), la construcción del miedo pasa primero por alterar el horizonte, por hacer visible la presencia de los cuerpos represores del Estado, con la clara intención de que su presencia actúe sobre la conciencia de quienes se resisten a su intervención como una “acción persuasiva”. La siguiente etapa, si los defensores de la naturaleza no frenan su protesta, es entrar a sus casas, hacerles visible su indefensión y que sea entonces una “acción sugestiva” sobre el subconsciente, sobre las emociones y los riesgos que sufre la familia, la que se encargue de retirarlos de su lucha. Esta segunda etapa pasa por sacar a la población de su lugar, por construir la nostalgia (el dolor por la distancia del lugar), por que la gente que lucha se vaya o se frene. Finalmente, si ninguna de las opciones anteriores consigue esto, la construcción del miedo pasa por la “acción compulsiva”, por entrar al cuerpo de quienes resisten, por agredirlos para que sea el instinto el que actúe y se grite el “sálvese quien pueda”; por desaparecerles del lugar, sea quitándoles la vida o encarcelándolos. La destrucción del paisaje/lugar va acompañada de la destrucción de la salud de las personas, del tejido comunitario y del bienestar.
Si nos basamos en el concepto de salud de los pueblos indígenas en Chiapas (México) en cuya declaración de Moisés Gandhi de 1997 definieron que “salud es dignidad y detrás de cada enfermedad siempre hay un motivo de humillación”. La destrucción del ambiente, dejando completa desolación, no solo es una aberración per sé, sino una humillación para quienes habitan en esos lugares, cargados de sentimientos; porque los recuerdos están en la textura de los árboles, en un horizonte cuya visión les acoge e integra, en la música nocturna de sus bosques, en los olores de sus estaciones, en los sabores de sus frutas de temporada, en las cosechas, en las tareas de cuidado de la naturaleza de donde obtienen no solo los alimentos, también los sueños y aspiraciones de futuro.
La grabación de sonidos en el bosque, realizada por Bernie Krause en el parque Sugarloaf Ridge (9), en los Estados Unidos, desde 2004 a 2015, demuestra la acelerada pérdida de sonidos en apenas 11 años, lo que da una muestra del acelerado deterioro de nuestras selvas y bosques y la gravedad de la desaparición de especies.
¿Cómo recuperarse de esta solastalgia construida, de la nostalgia de la casa, de la destrucción que conduce a la tristeza y de ahí a un miedo que lleva incluso a la desesperanza y al duelo?
No hay fórmulas, pero sí la necesidad de hacerlo. Desde hace algunos años Julio Monsalvo impulsa en Argentina lo que ha denominado como Alegremia (10), “la alegría en sangre” o la búsqueda de infundir alegría en las venas, una propuesta que busca reconstruir y recuperar mejores niveles de salud.
En Ecuador, donde llegó esta corriente gracias a la celebración de la II Asamblea Mundial por la Salud de los Pueblos, hemos iniciado procesos de Alegremia en las comunidades afectadas por las aspersiones aéreas del Plan Colombia - fumigaciones realizadas en Colombia para supuestamente erradicar cultivos ilícitos y que por situaciones de frontera y el viento penetran a Ecuador. Desde hace 5 años también venimos celebrando festivales que impulsen el encuentro entre las comunidades afectadas, entre los hijos con sus padres y de las personas consigo mismas, en un intento de recuperar la estética del lugar, la ética del trabajo y la coherencia de las personas que buscan y construyen un mundo mejor (11).
La apuesta es por la salud y desde la recuperación de los lugares. Por recuperar los suelos deprimidos por la contaminación y el monocultivo, por la vida que fluye en los ríos y se esconde en las selvas, por las plantas que se atreven a darnos sus propiedades cuando nos acercamos a ellas con ternura, como hacen los indígenas Kichwas que antes de tomarlas para preparar sus infusiones les dicen “Kawsari, kawsari” (despierta, despierta), para que les den todo su potencial sanador; o cuando las domestican llevándolas a sus casas para que al conocerlas se sientan más amigas y den todas sus propiedades. Estamos recuperando la historia que trajo a millares de personas a una selva maravillosa y que fue cercenada por la industria del petróleo y empresas asesinas como la Texaco y encubridoras como Chevron que llenaron de muerte suelos, ríos, plantas, animales y familias.
Tenemos que hacer el camino de regreso, de recuperación y reparación, de reconstrucción de la vida desde la alegría, desde la historia, desde los juegos y el arte y desde aquellas tradiciones que estuvieron cargadas de verdad y nos dijeron que no eran científicas. Hay que vencer esa máxima neoliberal de los años ochenta que en Estados Unidos se vanagloriaba diciendo que “un pesimista es un optimista bien informado”. No podemos darnos el lujo del pesimismo, tenemos que recuperar la Alegremia a cualquier precio y nuestros lugares en la naturaleza.
No es extraño que haya sido un filósofo quien haya tenido que llamar la atención sobre la nueva enfermedad, la solastalgia. También Richard Louv, periodista estadounidense, en el 2005, describió el “Desorden por déficit de naturaleza”, refiriéndose a aquellos comportamientos anómalos en niños/as que les llevan a la obesidad o tristeza. Louv está convencido de que para una verdadera salud de la niñez, es imprescindible la exposición directa a la naturaleza; como para el desarrollo y el bienestar emocional y físico de los adultos. Lo curioso en ambos casos es que ninguno de los que describieron esas enfermedades es médico, porque solemos estar aplicando protocolos de intervención, acusando a quienes realizan prácticas médicas tradicionales o pretendiendo escalar en los centros hospitalarios, o perdidos en el paradigma químico, pero lejos de la naturaleza.
Bienvenidos sean todos aquellos, titiriteros, artistas, animadores, sanadores, shamanes y hierbateros, artistas y cantantes, teatreros de la Alegremia, paladines de la vida, lanzafuegos, adivinadores y malabaristas, payasos, cuenta-cuentos y humoristas, guardianes de lugares y defensores de la naturaleza, porque ustedes más que nadie son necesarios para construir salud. No podemos permitir que quede atrapada solo en las manos de los médicos. Ellos que curen las enfermedades, pero entre todos construyamos esa salud que se cimenta en la alegría.
Adolfo Maldonado, salud@accionecologica.org
Acción Ecológica, Ecuador, http://www.accionecologica.org/
(1) http://psychoterratica.com/solastalgia.html
(2) Trujillo, Laura (2009) Ecología política del desarrollo sostenible. Documento sin publicar. Universidad Andina Simón Bolívar, documento entregado en el curso de doctorado en Salud Colectiva, Ambiente y Sociedad.
(3) file:///home/adolfom/Escritorio/Informaci%C3%B3n%20Salud/comunidad-aborigen-canada-emergencia-oleada.html
(4) http://www.huffingtonpost.com/entry/native-american-youth-suicide-rates-are-at-crisis-levels_us_560c3084e4b0768127005591
(5) https://www.washingtonpost.com/world/national-security/the-hard-lives--and-high-suicide-rate--of-native-american-children/2014/03/09/6e0ad9b2-9f03-11e3-b8d8-94577ff66b28_story.html
(6) http://www.eldiario.es/theguardian/adolescencia-pensaba-dias-suicidarme-aborigen_0_493101032.html
(7) Global witness 2015 ¿Cuantos más? Abril 2015. https://www.globalwitness.org/en/campaigns/environmental-activists/cuantos-mas/
(8) Barrero, Edgar (2006) de Macondo a Mancuso: Conflicto, violencia política y guerra psicológica en Colombia. Ediciones Desde Abajo, Colombia, p.73
(9) Krause, Bernie en http://www.eldiario.es/cultura/fenomenos/negro-silencio-exticion-especies_0_522847830.html
(10) http://www.altaalegremia.com.ar/
(11) http://wrm.org.uy/es/articulos-del-boletin-wrm/seccion1/energias-alterativas-cuando-la-unica-alternativa-es-la-transformacion-integral/