Desde su origen en 1986, el Movimiento Mundial por los Bosques Tropicales (WRM) se ha interesado en la forma en que los bosques, la tierra y la vida de las poblaciones rurales son afectados por la producción industrial de un amplio conjunto de mercancías: soja, pulpa para papel, petróleo, madera, aceite de palma, maíz, bananas, café y muchas más.
En ese contexto, resultaba más que apropiado que, a mediados de los años 1990, el WRM empezara a hacer sonar alarmas relativas a otro flamante mercado de exportación que también podría llegar a tener efectos severos sobre los bosques y las personas que de ellos dependen: el comercio de la capacidad biológica de reciclaje del carbono.
¿Cómo fue que este particular “servicio ambiental” se convirtió en un nuevo producto de exportación del Tercer Mundo?
Gran parte de la responsabilidad le corresponde al Protocolo de Kioto de 1997. En apariencia, el punto principal de este tratado de la ONU sobre el clima era exigir a más de 30 países del Norte que redujeran sus emisiones industriales de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero (que hoy en general se reconoce son la principal causa del calentamiento global) en alrededor de un 5% para el año 2012.
Pero en realidad el acuerdo anima a los países del Norte a evitar parte de esas reducciones plantando árboles, en su propio territorio o en el de otros países, o participando de otros proyectos “compensatorios”.
Según este argumento, al tomar el dióxido de carbono del aire y depositar el carbono en los troncos de los árboles las plantaciones producen una mercancía valiosa desde el punto de vista climático, que puede venderse a los principales usuarios de combustibles fósiles del mundo.
Hace años que economistas y empresarios hacen planes para este comercio. Ya a principios de 1989 algunos consultores visionarios empezaron a diseminarse por el globo promoviendo proyectos experimentales de forestación para la absorción de dióxido de carbono en países como Guatemala, Malasia y Bolivia.
Después de 1997, cuando los intentos de crear este nuevo mercado se aceleraron en todo el mundo, el WRM empezó a tomar medidas más serias. Gracias a la producción de una serie de publicaciones y artículos en el boletín del WRM que señalaban los probables efectos nocivos ambientales y sociales de una nueva economía global de plantaciones de carbono, el WRM y su red colaboraron en la formación de una alianza de muchas organizaciones no gubernamentales, grandes y pequeñas, que se opone a los planes internacionales de obligar a las tierras del Sur a prestar servicios de “sumideros de carbono” baratos para el Norte industrializado.
Al igual que en muchas otras campañas de este estilo, el éxito solamente fue parcial. En 2001, frente al considerable escepticismo europeo, las partes del Protocolo de Kioto aprobaron oficialmente el uso de plantaciones en el Sur como sumideros de carbono para el Norte.
Pero no autorizaron que los derechos de captura de carbono de los bosques existentes del Sur se vendieran al Norte. La Unión Europea decidió, además, no permitir que en su Sistema de Comercio de Emisiones los créditos de los proyectos de plantaciones se intercambiaran por emisiones
Además, tal como el WRM había predicho ya en 1999, los inversores en proyectos específicos de forestación para carbono empezaron a sufrir dolores de cabeza cada vez más fuertes al enfrentarse con la resistencia de las bases y las ONG, así como con la imposibilidad científica de demostrar cuánto “ahorran” realmente los proyectos de carbono en biomasa a lo largo de sus breves e inciertas vidas.
Durante una reciente conferencia empresarial sobre comercialización del carbono, por ejemplo, un banquero privado europeo se lamentó de que su firma hubiera participado de una propuesta de la empresa brasileña Plantar, respaldada por el Banco Mundial, para generar créditos de carbono a partir de plantaciones y de mantener el carbón vegetal de las plantaciones como combustible industrial para la producción de hierro colado en lugar de pasarse al carbón mineral (véanse los boletines del WRM 60 y 92). “Nos metimos en una gran tormenta”, se lamentó el banquero. “Nos tiraron un montón de... piedras. Fue como meterse en un río lleno de pirañas”.
Para muchos, sin embargo, la idea de la forestación de carbono sigue siendo seductora. Muchas empresas de plantaciones industriales esperan todavía vender créditos de carbono para llenar bien sus arcas. El Banco Mundial sigue apoyando esquemas de ese tipo mediante sus fondos para el carbono. Las empresas y las grandes ONG conservacionistas con sede en Washington están impulsando proyectos que animarían a las comunidades locales o los gobiernos nacionales a vender los derechos del carbono de sus bosques nativos a corporaciones contaminantes.
Todo esto plantea varios desafíos estratégicos para el WRM y sus aliados.
Por ejemplo, ¿qué consejos podrían compartirse con las comunidades, en particular en América Latina, tentadas por lo que parece dinero fácil a cambio de seguir cuidando sus propios bosques? ¿Cuáles son las mejores maneras de fomentar la discusión entre las comunidades y los gobiernos acerca de las resultantes:
- Invasiones de abogados, consultores, contadores y contratos complicados con los que las comunidades deberán lidiar?
- Nuevas normas que darán a las empresas derechos de propiedad privada sobre el carbono en bosques comunitarios y podrán restringir el uso de los bosques?
- Bajos precios que las comunidades obtendrán por su carbono?
- Conflictos políticos con otras comunidades que luchan contra la extracción de combustibles fósiles y la contaminación, que la venta de créditos forestales de carbono alienta?
- Economías de intercambio local expandido?
Otra pregunta es el papel que el WRM y las redes afines deberían jugar en movimientos más amplios interesados en el cambio climático y otros problemas sociales y ambientales.
El papel pionero del WRM en la impugnación del comercio de carbono, en gran medida cumplido por la iniciativa Sinks Watch en asociación con su oficina en el Norte, se basó más que nada en sus críticas concretas a la forestación del carbono y a las instituciones que lo promueven, desde el Banco Mundial a las empresas de plantaciones pasando por las consultorías técnicas intelectualmente corruptas, así como en la experiencia de comunidades rurales locales específicas.
Pero con el tiempo, como suele ocurrir, este trabajo se ha vuelto inseparable del de otros movimientos con inquietudes más amplias o más diversas.
Por ejemplo, han sido inevitables los contactos más estrechos con grupos preocupados por el mercado de carbono en su conjunto, que incluye el comercio de emisiones y créditos de proyectos no forestales. Entre ellos se cuentan organizaciones como Carbon Trade Watch y Clean Development Mechanism Watch.
También se han estrechado los vínculos con grupos preocupados por la explotación de combustibles fósiles y los derechos a la tierra de las poblaciones indígenas (como Oilwatch y la Red Ambiental Indígena) y con grupos que trabajan temas tales como el enfoque de mercado hacia otros problemas ambientales, la contaminación industrial y las tendencias neoliberales y antidemocráticas en general. Desde el año 2003 los afiliados al WRM han participado en reuniones para la construcción de redes internacionales relativas al comercio del carbono, reuniones realizadas en el Reino Unido, Sudáfrica, Argentina, Brasil y Montreal en las que los asuntos “forestales” han sido apenas una parte. Hay otras reuniones planificadas para India y otros lugares para 2006.
Al ampliarse las alianzas lo mismo ha ocurrido con el análisis común de los mercados ambientales y las nuevas tendencias de las inversiones internacionales. Es cada vez más claro que el trabajo del WRM sobre el comercio del carbono, como el resto de su trabajo, se ha convertido, sin dejar de tener sus raíces en las luchas locales, en parte de una búsqueda más amplia de alternativas sociales y políticas que va mucho más allá de los bosques y la tierra.
Y, al mismo tiempo que construye nuevas alianzas con movimientos por la justicia social y grupos no vinculados específicamente con los bosques, el WRM se ve forzado a gestar nuevas estrategias para abordar a las ONG “orientadas a los bosques” que no comparten su experiencia social ni su visión de conjunto. Entre éstas se cuentan no solamente organizaciones partidarias de proyectos corporativos o colonialistas de “compensación” del carbono como Conservation International y The Nature Conservancy sino también entusiastas del comercio de carbono como WWF y Greenpeace.
Por Larry Lohmann, The Corner House, correo-e : larrylohmann@gn.apc.org