Suena como un cuento de hadas. Unas compañías multinacionales destruyen bosques y pisotean los derechos humanos. Luego, entran en escena organizaciones ambientalistas internacionales y, en pocos meses, transforman a las culpables en compañías responsables. Compañías multinacionales de aceite de palma, celulosa y papel, como Wilmar, Golden Agri, APRIL (Asia Pacific Resources International Limited) o APP (Asia Pulp and Paper) ya han logrado metamorfosearse como por arte de magia y pasar de destructoras a protectoras del bosque tropical de Indonesia.
Promesas similares han sido hechas por gigantes de bienes de consumo como Nestlé, Unilever, Mars, L’Oréal y Colgate-Palmolive, que necesitan aceite de palma como materia prima para sus productos.
Greenpeace, WWF y compañía parecen haber logrado lo que las organizaciones ambientalistas indonesias han luchado durante años por conseguir, es decir convencer a destructores notorios del bosque tropical de que mejoren sus prácticas. Los guiones de esas historias son todos parecidos: al principio, un gran grupo empresarial se ve arrastrado a la mesa de negociación por una gran campaña en Norteamérica o Europa. Las negociaciones son duras pero suelen tener un final feliz: la compañía anuncia públicamente que mejorará y recibe el aplauso de las organizaciones que participaron en la campaña, las cuales se sienten orgullosas de su éxito. La realización de los objetivos convenidos se deja en manos de una organización consultora, como el Tropical Forest Trust, por ejemplo.
Lejos de los éxitos narrados en comunicados de prensa por las compañías y las ONG involucradas, se dejan oír algunas voces críticas. ¿Cuánto vale realmente una promesa de no deforestar?
Para grupos empresariales como APP, los acuerdos de ese tipo llegaron justo a tiempo. APP ya se ha apoderado de suficiente tierra para establecer las plantaciones de acacias que necesita para su producción de celulosa. Así, le resulta fácil unirse a las organizaciones ambientalistas que prometen oponerse a una mayor destrucción de los bosques tropicales. Además, las leyes y reglamentaciones indonesias, como la moratoria sobre la tala que entró en vigencia en 2011, les han complicado la vida a los destructores de bosques.
De hecho, APP ya terminó el trabajo sucio: durante años, esa compañía destruyó más bosques de nuestro planeta que cualquier otra. Hasta hace unos pocos años, APP estaba destruyendo bosques de turbera en la península de Kampar.
Ahora, llegó el momento de cobrar para APP: Staples, el gigante de los materiales de oficina, anunció que vuelve a comerciar con la compañía indonesia. Staples había cortado su relación con APP en 2008, debido al comportamiento delictivo de esta última con respecto al medio ambiente.
También la compañía Wilmar afirma que para su producción no se destruye ningún bosque. Esa afirmación ha sido respaldada por organizaciones ambientalistas desde 2013. Para mantener intacta su imagen ecologista basta con vender las filiales problemáticas, como por ejemplo Asiatic Persada. Cuando uno de los conflictos territoriales con la población local comenzó a intensificarse, Asiatic Persada fue vendida, dentro de la familia Sitorus, al Grupo Ganda, manejado por el hermano del co-fundador de Wilmar, Martua Sitorus. En el papel, Wilmar ya no es responsable de esa compañía aunque, según la ONG indonesia Perkmpulan Hijau, Wilmar sigue recurriendo a Asiatic Persada como proveedor de materia prima. La población es suprimida con más brutalidad que nunca. Aparte de eso, Wilmar también comenzó a establecer plantaciones de palma aceitera en un parque nacional de Nigeria.
La gerencia de APRIL fue aún más lejos. Anticipándose a sus obligaciones, el gigante de la celulosa presentó una estrategia de sostenibilidad en enero de 2014, justo antes de una inminente campaña ecologista internacional. El Comité Consultivo Multilateral establecido por APRIL para supervisar la estrategia de sostenibilidad incluye al WWF. Esto llama la atención, dado que la misma organización ecologista ya había salido estafada en tratos con APRIL en 2005. APRIL simplemente ignoró los acuerdos y siguió produciendo papel en base a bosques tropicales. Luego de algunos años, el WWF se cansó y abandonó el asunto.
Hay más preguntas sin respuesta. ¿Podría ser esto un nuevo tipo de colonialismo, un colonialismo de las ONGs? ¿Pueden el WWF, Greenpeace y otras organizaciones ambientalistas internacionales seguir siendo consideradas legítimas cuando hacen acuerdos con notorios criminales ambientales de Indonesia? ¿Consultaron realmente a la población local afectada por los conflictos territoriales con Wilmar, APP, APRIL y demás? ¿En qué quedó el derecho al “consentimiento previo, libre e informado”?
Por supuesto, ninguna de las promesas verdes de las compañías menciona el cese de la expansión, a pesar de que ha sido siempre una exigencia clave de muchas ONG indonesias al negociar con la industria nacional de la celulosa y el aceite de palma. El peligro es que en el futuro otras compañías retomen la destrucción de los bosques primarios de Indonesia.
Parecería que las grandes organizaciones ambientalistas han quedado atrapadas en la lógica de sus propias campañas. Intentan mantener interesados a los donantes de los países industrializados contándoles historias de éxitos aparentes; los bosques tropicales y los orangutanes han resultado particularmente populares. Esto coincide exactamente con las campañas ambientalistas de las compañías y sus políticas “verdes”, con consignas tales como “No a la deforestación”, y hasta podría ser “Helado sin tigres”, por ser irónicos... Los derechos humanos y los conflictos por la tierra ya no resultan tan importantes.
Las organizaciones ambientalistas que compiten por el éxito y el reconocimiento han creado incluso una situación paradójica: se estorban entre sí. En un caso, por ejemplo, una ONG aplaude la nueva política ecológica de su compañía “asociada”, mientras que otra ONG no dejará pasar la ocasión de mostrar las desventajas de dicha asociación.
¿Acaso no se lograrían más cosas a largo plazo si se dejara de lado todo ese centrarse en sí mismo, y la comunidad internacional apoyara las acciones de las numerosas ONG indonesias? Saldrían fortalecidas en su papel de verdaderas defensoras de los derechos humanos, de la democratización y de la protección ambiental, y se asegurarían que los derechos a la tierra de los habitantes del bosque existieran no sólo en el papel. Naturalmente, esto no sería tan espectacular como los acuerdos a nivel de directiva con empresas multinacionales.
Además, habría que evaluar la función de certificadores, inspectores y consultoras. Todos esos proveedores de servicios cumplen un papel decisivo en los “acuerdos ambientales”. Operan con nombres como Pro Forest, Rainforest Alliance o Tropical Forest Trust, y se llaman a sí mismos inspectores o consultores independientes. ¿Se puede realmente confiar en su independencia, sabiendo que quienes les pagan son las compañías que ellos inspeccionan? En Indonesia no faltan ejemplos de supuestos inspectores independientes que han presentado informes “favorables”. ¿Quién puede decir que eso va a cambiar? ¿Por qué cambiaría?
¿Quién va a pedir a compañías como APP que acepten la responsabilidad de los delitos que cometieron en el pasado? ¿Qué noción de justicia pueden tener las numerosas víctimas de APP de las últimas décadas, cuando ven florecer ahora los negocios de esa misma compañía, con el beneplácito de algunas organizaciones ambientalistas?
El autor de este artículo es consciente de que el hecho de negociar con las compañías madereras destructivas tiene muchas ventajas. Además, ONG internacionales como Greenpeace han marcado sin duda una enorme diferencia. No obstante, es importante reflexionar también sobre el trabajo de las organizaciones sin fines de lucro. Este artículo no pretende ser especializado sino contribuir a la discusión.
El autor, Peter Gerhardt, trabaja para la ONG denkhausbremen.de y se le puede ubicar enpeter@denkhausbremen.de