El estado de Roraima, al norte de Brasil, se está incendiando. Un desastre similar al que afectó recientemente a Indonesia está sucediendo, y la responsabilidad del gobierno brasilero también es similar al de su par indonesio. Como en las selvas de aquel país, la Amazonia brasilera es continuamente objeto de quemas con el fin de abrir tierras al "desarrollo". El proceso comienza con la construcción de carreteras. Estas sirven como vías para los procesos de colonización promovidos desde el gobierno, los que conllevan la destrucción de la selvas a través de la corta, la reconversión de tierras a agricultura y la ganadería, la minería, el desarrollo hidroeléctrico, etc. En este escenario, no es que los incendios "sucedan". Estos constituyen en realidad el mecanismo más barato y de uso corriente para el raleo de tierras para el "desarrollo". El gobierno brasilero –como el de Indonesia- sabe perfectamente que esto es así, pero hasta ahora no ha tenido la voluntad política de frenar este proceso. Por lo tanto ambos deben ser considerados culpables de sendas destrucciones.
Los medios de prensa internacionales están señalando una serie de consecuencias a partir de la catástrofe en curso: pérdida de biodiversidad, cambio climático, efecto invernadero. Si bien todo esto es cierto, el énfasis que se pone en las consecuencias "globales" esconde la tragedia que esto implica para las poblaciones indígenas locales, como los Yanomani, para quienes la selva lo es todo. Culturas como esas pueden sobrevivir solamente con/en la selva, que les provee de alimento, medicamentos, protección, espiritualidad. La selva es su hogar y está siendo destruido. Para ellos, esto es Hiroshima. En el marco del actual modelo de desarrollo, ellos son los únicos cuyo interés radica en la protección de los bosques. Para los economistas que gobiernan el mundo, tanto los bosques como los pueblos indígenas son obstáculos en el camino del "progreso". Por lo tanto, las políticas son planeadas para destruirlos, física y culturalmente.
Resulta entonces obvio que los incendios de la Amazonia no se van a extinguir con más bomberos, militares o aviones. Puede ser que el incendio de Roraima sea controlado antes de que consuma la mayoría de la selva del estado, pero otro incendio lo sucederá en cualquier otro lado. Para encontrar una solución verdadera, la comunidad mundial –y en primer lugar el pueblo del Brasil- deben brindar su apoyo a los verdaderos dueños de la Amazonia –los pueblos indígenas- y ayudarles a que obtengan finalmente el reconocimiento de sus derechos territoriales. Solamente entonces el mundo podrá estar seguro de que la Amazonia suministrará al planeta sus invalorables servicios.