Hace diez años, la escritora india Kiran Desai publicó una novela titulada “El legado de la pérdida” (The Inheritance of Loss), acerca de las heridas y el sufrimiento de larga data, vinculados al colonialismo y la globalización.
Ese tipo de temáticas son territorio habitual de novelistas o poetas. Pero, ¿qué tienen que ver con el Movimiento Mundial por los Bosques? Los activistas de los bosques, inmersos en interminables presiones para responder a nuevos y sucesivos ultrajes, quizás no siempre puedan detenerse demasiado en el tema de las experiencias de pérdida, que son siempre únicas.
Y aún así, como bien lo saben los y las activistas, el dolor irreparable está por doquier entre quienes tratan de defender sus vidas y sus bienes comunes de la explotación de los bosques, del establecimiento de plantaciones de árboles, los programas extractivos, los proyectos de represas, los vertederos tóxicos y otros males por el estilo. ¿No sería esto algo sobre lo que preocuparse para quienes vivimos nuestras vidas personales en gran medida fuera de esas experiencias y que no logramos darle la debida importancia?
El Sueño del Progreso Automático
Ya conocemos, por ejemplo, las cegueras que se producen cuando las personas sucumben a un cierto sueño de progreso automático - un sueño común entre las élites gobernantes de todo el mundo.
Según este sueño, el futuro siempre cuida del pasado. La conquista colonial y la violencia contra los sistemas vivos se redimen con el tiempo a través de la acumulación de capital. Al final, todo el mundo va a estar bien. El progreso remediará las penurias. El desarrollo arreglará lo que se perdió. Quienes fueron separados de sus semejantes no humanos, algún día verán que eso fue lo mejor. La naturaleza encontrará una manera de recuperarse. Incluso los traumas aparentemente insoportables llegarán a ser soportables cuando sus víctimas descubran que la alternativa hubiera sido aún más terrible. La propia crisis climática terminará siendo un mero incidente pasajero suavizado con un manejo inteligente.
En este sueño, la realidad de la pérdida y de sus causas casi desaparecen. Incluso las pérdidas del futuro, por decirlo de alguna manera, se redimen por adelantado. Pregúntele a cualquier experto en desarrollo o Ministro de Industria, por ejemplo, lo que él o ella piensa acerca de la devastación causada por las plantaciones industriales para obtención de celulosa en países como Indonesia, Sudáfrica y Brasil, tal como se documenta en el libro publicado en 1996 por el WRM, “El papel del Sur”. La respuesta casi seguramente mostrará perplejidad ante el porqué alguien quisiera remover esa vieja historia. Después de todo ¡eso fue hace 20 años! Sin duda alguna, a estas alturas, ya debe haber toda una serie de nuevas prácticas sostenibles, programas de responsabilidad social empresarial o de “aprender haciendo” y otros similares que encaminarán a la extracción de celulosa por un curso seguro que la haga ambientalmente más sensible y socialmente más benigna.
De esta manera, el sueño esconde la realidad de que, veinte años después de “El papel del Sur”, la industria de las plantaciones continúa apropiándose de espacios de vida cada vez más grandes en la Amazonia, el África ecuatorial, la región del Mekong y los archipiélagos del sudeste asiático. Según la FAO, Asia y el Pacífico están hoy ocupados por 1,2 millones de kilómetros cuadrados de “bosques plantados”, y África, el Caribe, América Central y América del Sur por tanto más que una cuarta parte, donde pinos y eucaliptos conforman la mayor parte de la superficie total de las plantaciones.
El sueño también oculta la persistencia de otra de las tendencias identificadas en “El papel del Sur”: que, así como la industria del papel ha continuado expandiendo su imperio territorial, lo mismo ha ocurrido con su capacidad de procesamiento, el tamaño de sus máquinas, la relación producción/trabajador y la demanda mundial. Y nos encontramos con que a finales de 2015, la capacidad de una fábrica de celulosa mundial promedio recién construida era de dos millones de toneladas, frente a las 750.000 toneladas de 1995. Y con ese mayor frenesí en materia de producción, desde 1996 se ha llegado casi a duplicar la demanda de celulosa en el mercado. La visión de la década de 1990 de un mundo empresarial sin papel, una vez tan difundida, ahora está en el olvido. Sin embargo, continúan las generosas exenciones fiscales a la industria, así como permisos especiales y licencias del Estado, tal como lo hicieron en 1996, financiando aún más contaminación tóxica y una mayor destrucción de formas de vida y sustento: más y más pérdidas intolerables.
Vaciando el Espacio de la Pérdida
Como activistas sociales podemos pensar que somos inmunes a que nos atrape el romance del progreso automático, que juega un papel tan importante en la incapacidad de los expertos en desarrollo de hacer un análisis político. Sabemos que cada esfuerzo del capital por resolver sus problemas y consolidar su posición es seguido ineludiblemente por un nuevo dolor y una nueva lucha - y también que la resistencia creativa surge en múltiples formas, tal como los bosques notoriamente devastados por los primeros años de incursiones europeas en Asia encontraron formas de volver a la vida, aunque en configuraciones alteradas.
Pero, ¿hay quizás otras maneras en las que fracasamos en comprender la importancia de la pérdida - maneras que están socavando nuestro trabajo?
Un vacío en esta comprensión surge cuando nos permitimos lidiar con las historias de sufrimiento o de sanción como “proto-políticas”, es decir, cuando el espacio y el tiempo en que las personas experimentan la pérdida queda en un paréntesis políticamente vacío. Nuestro trabajo, nos decimos, es para borrar el dolor y el sufrimiento, no para revolcarse en ellos. Sin duda sabemos lo mal que están las cosas. Es suficiente con comprender el sufrimiento en abstracto. ¿Para qué detenerse en un sinfín de historias de horror cuando tenemos que tomar acciones exhaustivas, en un nivel superior, más político? “No te lamentes, ¡organízate!”, reza un conocido lema del movimiento.
Así que a pesar de nuestras mejores intenciones, terminamos poniendo entre paréntesis las experiencias concretas de quienes deben encontrar sus propios refugios, comenzar sus vidas de nuevo desde cero, de quienes sufren encarcelamiento, tortura o asesinato, o de lo contrario, de quienes deben soportar una serie de tormentas desarrollistas en un espacio y tiempo aparentemente separado del espacio y el tiempo privilegiados de la política. Esbozamos mapas políticos de la situación, analizamos las condiciones que amenazan la vida, identificamos las principales instituciones y otros actores, delineamos las circunstancias legales y acciones que deben llevarse a cabo. Desplegamos conceptos favoritos como permacultura, producción de alimentos orgánicos, fito-reparación, agricultura urbana y re-comunización, a pesar de la perturbadora sensación de que tales palabras pueden estar erróneamente tomando posesión de la experiencia de vida de aquéllos y aquéllas a quienes estamos hablando. En ocasiones escuchamos más a quienes están acostumbrados a planificar que a quienes experimentan el sufrimiento. Y sin duda, esto se hace más fácil cuando nos encontramos, biofísicamente hablando, ubicados en los mismos paisajes teleconectados de muerte que los planificadores, alimentándonos de la misma cadena de alimentos intoxicados.
Un Tipo de Atención más Cercana
¿Y si lo que se necesita es un tipo diferente de atención sobre el tema de la pérdida? ¿Y si lo que se necesita es llevar a cabo otro tipo de escucha de las expresiones culturalmente diversas en las que se expresa la pérdida? Quizás sea necesaria una perspectiva que nos acerque más a la experiencia humana, para no caer en la trampa de tratar la experiencia de la pérdida como un instrumento para otro proyecto imperial.
No es posible sanar en el espacio abstracto de los sueños. No es posible hacerlo sin confrontar las sensaciones específicas de la pérdida irrevocable y trabajar a través de ellas. Tampoco es posible apoyar las luchas de supervivencia de la gente común si se las mira desde arriba o desde afuera, calificándolas de desorganizadas y encerradas en sí mismas, y tratándolas como algo que no merece llevar el nombre de resistencia. Tampoco es posible comprender los diferentes ritmos y espacios de cambio en crisis que requiere la organización política sin tratar de aprender de experiencias concretas de sufrimiento. Sin estos esfuerzos, la solidaridad entre los diversos “nosotros” y “yo”s de los movimientos sociales no podrán llegar a otra cosa que al proverbial rejunte de muchas papas en un saco.
En realidad, las circunstancias políticas en las que tienen lugar el sufrimiento o la sanación son colectivas y a la vez íntimamente personales. Es necesario captar ambos aspectos para poder crear cualquier circuito de resistencia y solidaridad que sea capaz de lidiar con la influencia de las instituciones dominantes. Esta comprensión no tiene nada que ver con el histrionismo de moda de la “empatía” abstracta. De lo que se trata, más bien, es de reconocer lo que muy a menudo no se reconoce - las experiencias concretas de pérdida irreparable - y encontrar la mejor manera de incorporarlas al resto de lo que consideramos como político.
Hendro Sangkoyo, hendro.sangkoyo@gmail.com
School of Democratic Economics, Indonesia
Lecturas complementarias
Ricardo Carrere y Larry Lohmann (1996). El papel del Sur. Plantaciones forestales en la estrategia papelera internacional. Zed Books y Movimiento Mundial por los Bosques. http://wrm.org.uy/es/libros-e-informes/el-papel-del-sur-plantaciones-forestales-en-la-estrategia-papelera-internacional/
Hawkins Wright, Market Outlook-PwC, Global Forest and Paper Industry Conference, 2015.
Consejo de Administración Forestal, FSC (2012). Strategic Review on the Future of Forest Plantations.
Markus Kröger (2012). “Global tree plantation expansion: a review.” ICAS Review Paper Series No. 3, Octubre 2012.