¿Qué es la Red Ambiental Indígena (IEN)?
La Red Ambiental Indígena (IEN, por su sigla en inglés) nació en 1990 en América del Norte, a partir de la esperanza, el coraje y la visión compartida de jóvenes, mujeres y ancianos indígenas de numerosas tribus, con la voluntad de proteger nuestra dignidad frente a la actual destrucción del ambiente en nuestros territorios. IEN es una gran alianza de comunidades indígenas que está en la primera línea de la resistencia contra los combustibles fósiles, la minería y las industrias tóxicas que invaden nuestras tierras y cursos de agua. Nuestra organización es de base comunitaria y nos auto-representamos, regidos por los principios del consentimiento libre, previo e informado. Varios de nuestros fundadores provienen de un largo linaje de resistencia indígena contra la colonización de América del Norte.
¿Cómo (y por qué) es que la ejecución de proyectos a gran escala (desde la extracción de petróleo a la construcción de carreteras y represas) afecta más a menudo a las comunidades indígenas y tradicionales?
Desde la perspectiva de nuestros pueblos indígenas del Norte, la conquista y la colonización de nuestras tierras y territorios por colonos europeos que comenzó hace más de 500 años, giró siempre en torno al objetivo de los colonizadores de ejercer el poder y el control de nuestras tierras. Por eso, cuando los invasores europeos llegaron a tierras indígenas, trajeron consigo una cosmología tan diferente a la nuestra que no pudimos comprenderlos y ellos no pudieron comprendernos. El valor más destructivo que impusieron los invasores europeos fue la cuantificación y la “cosificación” del mundo natural mediante la imposición de un valor monetario a las cosas sagradas. Además, cometieron genocidio contra los pueblos indígenas que resistieron. Los que han implementado sistemas económicos capitalistas insustentables, están a la búsqueda permanente de “recursos naturales” para alimentar al gran monstruo que crearon. Ese monstruo necesita energía, por lo que buscan las zonas remotas del país para extraer minerales, construir grandes represas, llevarse nuestros árboles nativos e incluso robar nuestras medicinas tradicionales. Necesitan construir carreteras y vías férreas para acceder a nuestras tierras y territorios. Vivimos en un mundo con una sociedad dominante que siempre quiere tomar y tomar, y nunca devolver. Son como una especie depredadora, no una especie de compasión y amor por los bosques, las aguas, la tierra, las plantas, los animales, las aves, los peces y la vida toda. Creo que esta sociedad dominante tiene ahora un sistema de valores que no respeta la sacralidad de los principios creativos femeninos de la Madre Tierra y la relación con el Padre Cielo. Ellos crearon las políticas neoliberales de la globalización, la liberalización, la privatización, la desregularización y la desnacionalización que constantemente intensifican la violación de nuestros derechos inherentes como Pueblos Indígenas, y que violan las leyes naturales de nuestra Madre Tierra, de su biodiversidad. Es por eso que siempre andan a la búsqueda de petróleo y de los llamados minerales ricos bajo tierra, que derriban los árboles más antiguos, que capturan el Espíritu del Agua y bloquean los ciclos de su flujo vivo.
¿Qué significa para usted “racismo ambiental”?
En Estados Unidos, a fines de la década de 1980 y principios de la de 1990, se realizaron estudios que revelaron que las leyes ambientales y de salud pública de este país discriminaban a los pueblos indígenas y a las “personas de color”. Por “personas de color” me refiero a los afroamericanos, a los latinoamericanos y a los asiático-americanos. Desde principios de la década de 1970 se aprobaron exigentes leyes ambientales nacionales que también requerían su cumplimiento por parte de los Estados. Se trataba de leyes y normas sobre aire limpio, agua limpia y muchas otras referidas al ambiente y la salud. Sin embargo, en la década de 1980 se descubrió que numerosas empresas y fábricas estaban construyendo industrias contaminantes a los vecindarios de las comunidades de “personas de color”, sin ninguna consideración por su salud. Además, cerca de esos grupos - incluidas nuestras naciones (comunidades) tribales indígenas - se instalaron vertederos de residuos tóxicos a gran escala. A principios de la década de 1990, Estados Unidos y la industria nuclear impulsaron planes para depositar residuos altamente radiactivos de reactores de energía nuclear en tierras y territorios indígenas. El gobierno prometió millones de dólares así como acuerdos de distribución de beneficios con cada uno de los miembros de la tribu para que apoyaran la utilización de nuestras tierras como vertedero de desechos nucleares y tóxicos. Sin embargo, con todas esas formas de desarrollo industrial tóxico, radiactivo y ecológicamente destructivo, el gobierno de Estados Unidos no aplicó las leyes ambientales federales de manera igualitaria. A eso lo llamamos racismo ambiental.
Esto también se aplica a las industrias extractivas relacionadas con la minería y la producción de combustibles fósiles. El gobierno de Estados Unidos, a través de los programas de su Oficina de Asuntos Indígenas, negoció varios acuerdos mineros con nuestros gobiernos tribales, haciendo falsas promesas de que nos beneficiaríamos con esos acuerdos mineros y con las explotaciones de combustibles fósiles. Pero nunca se dispuso la aplicación de normas y reglamentos ambientales efectivos para proteger la calidad del agua y el aire, la salud de nuestra gente y del ecosistema, y los sistemas alimentarios tradicionales. Esto es injusticia ecológica e injusticia en materia de salud.
El hecho de que las tierras tribales remotas en América del Norte contengan gran parte de los recursos energéticos que quedan, sumado al deseo de Estados Unidos de lograr la “independencia energética” utilizando combustibles fósiles, significa que tanto el gobierno como la industria se enfocan agresivamente en las tierras tribales para satisfacer las necesidades energéticas de Estados Unidos (y Canadá). Esta presión para explotar los combustibles fósiles en tierras indígenas preocupa enormemente a quienes trabajan en temas de energía y clima.
Debido a que numerosas comunidades tribales están en condiciones económicas de pobreza y los gobiernos tribales tienen la presión de brindar soluciones, la industria energética se aprovecha de la situación prometiendo beneficios económicos a corto plazo, y así poder acceder a las tierras y los recursos indígenas. La posesión de los recursos energéticos sumado al deterioro de las economías da como resultado que muchas de nuestras Tribus Indígenas del Norte sean vulnerables ante las destructivas “soluciones” económicas a corto plazo del mundo dominante.
Ahora, este “racismo” se practica en todo el mundo. Élites de los países del hemisferio Sur que impulsan su agenda nacional de explotación del ambiente natural no tienen consideración alguna por los Pueblos Indígenas de sus países. En todo el mundo se ha intensificado la explotación y el saqueo de los ecosistemas y la diversidad biológica, así como también se han intensificado las violaciones de los derechos inherentes a los Pueblos Indígenas que dependen de ellos. Nuestro derecho a la libre determinación, la autonomía y la soberanía en materia de desarrollo, nuestros derechos inherentes a nuestras tierras, territorios y recursos, se ven cada vez más atacados por la colaboración de los gobiernos con las empresas transnacionales y las organizaciones no gubernamentales conservacionistas. Los activistas y líderes indígenas que defienden sus territorios siguen sufriendo represión, militarización, y hasta asesinato, encarcelamiento, acoso y la difamación al llamarnos “terroristas”. Nuestros derechos colectivos violados se enfrentan a la misma impunidad. La reubicación forzada o la asimilación amenaza económicamente y políticamente a nuestras futuras generaciones, a nuestras culturas, lenguas, formas espirituales y a nuestra relación con la tierra. Esto sucede en todo el planeta - en toda nuestra Madre Tierra. Todo esto es una injusticia.
¿Y esto qué significa para la lucha de los Pueblos Indígenas?
Mirando los últimos 26 años, nuestros Pueblos Indígenas y las “personas de color” del movimiento por la justicia ambiental y económica han puesto el alma en el movimiento ambiental, sacando a la protección del ambiente de su encierro para cambiar las políticas y construir la base de la resistencia estratégica de las comunidades de base afectadas desproporcionadamente por las industrias contaminantes. Pero más aún, también para el cambio social y económico.
La lucha por nuestros Pueblos Indígenas es una lucha en base a derechos. Nosotros, los Pueblos Indígenas de todas las regiones del mundo, defendemos a nuestra Madre Tierra - nuestros bosques, agua, y la vida toda -, de la agresión del desarrollo insustentable y de la sobreexplotación de nuestros recursos naturales por la minería, la explotación forestal, las mega-represas, la exploración y extracción de petróleo. Nuestros bosques sufren por la producción de agrocombustibles, biomasa, plantaciones y otras imposiciones de las falsas soluciones al cambio climático y del desarrollo dañino e insustentable.
También luchamos contra la mercantilización de la Vida - la Naturaleza - de la Madre Tierra y el Padre Cielo. El capitalismo de la naturaleza es un perverso intento de grandes empresas, industrias extractivas y gobiernos de lucrar con la Creación mediante la privatización, mercantilización, y la venta de lo sagrado y de todas las formas de vida, y del cielo, incluido el aire que respiramos, el agua que bebemos, y todos los genes, plantas, semillas tradicionales, árboles, animales, peces, la diversidad biológica y cultural, los ecosistemas y los conocimientos tradicionales que hacen posible y placentera la vida en la Tierra.
La Madre Tierra es la fuente de vida y necesita ser protegida; no es un recurso para explotarlo y mercantilizarlo como “capital natural”. Como Pueblos Indígenas, entendemos nuestro lugar y nuestras responsabilidades dentro del orden sagrado de la Creación. Nos duele la falta de armonía del mundo cuando somos testigos de la deshonra al orden natural de la Creación y la continuada colonización económica y la degradación de la Madre Tierra y de toda la vida que hay en ella.
El mundo moderno no puede alcanzar la sustentabilidad económica sin justicia ambiental y sin una fuerte ética ambiental que reconozca nuestra relación humana con la sacralidad de la Madre Tierra. El futuro de la humanidad depende de un nuevo paradigma económico y ambiental que reconozca plenamente los ciclos de vida de la naturaleza y que reconozca los derechos de nuestra Madre Tierra.
Además de nuestra lucha por nuestros Derechos como Pueblos Indígenas, la lucha es por el reconocimiento de los derechos del agua a ser saludable; y los derechos del Bosque y la Mujer Sagrada del Bosque a ser saludable. Ésta es nuestra lucha.
A menudo comparto mis miedos, preocupaciones y puntos de vista sobre la cuestión de nuestras luchas. Pienso que si continúan las tendencias actuales, los árboles nativos ya no encontrarán lugares habitables en nuestros bosques, los peces ya no encontrarán sus ríos habitables, y la humanidad encontrará sus territorios inundados o afectados por la sequía debido a un clima cambiante y a fenómenos climáticos impredecibles y extremos. Nuestros Pueblos Indígenas ya han sufrido de manera desproporcionada los efectos negativos y acumulados del calentamiento global y el cambio climático, así como los efectos negativos de la industria extractiva de combustibles fósiles y sus sistemas de procesamiento.
La Madre Tierra y sus recursos naturales no pueden sostener las necesidades de consumo y producción de esta sociedad moderna industrializada y su paradigma económico dominante, que valora el crecimiento económico rápido, la acumulación de riqueza tanto individual como empresarial, y que está en una carrera para explotar los recursos naturales.
Veo los riesgos de un sistema de producción no regenerativa del mundo que crea exceso de residuos y contaminación tóxica. Hemos reconocido la necesidad de que los países, ya sean de aquí del Norte o del Sur, apunten a nuevas estructuras económicas, regidas por los límites absolutos de la sustentabilidad ecológica, las capacidades de carga de la Madre Tierra. Veo la necesidad de una distribución más equitativa de los recursos mundiales y locales. Imagino que necesitaremos el estímulo y el apoyo de comunidades autosustentables.
Como Pueblos Indígenas observamos que las Naciones Unidas, el Banco Mundial y otros sectores financieros y privados, en especial las industrias extractivas y energéticas, y - dentro de Estados Unidos - Estados como California, impulsan una agenda de la economía “verde” que amplía la mercantilización, privatización y financiarización de las funciones de la Naturaleza. Estas funciones de la Naturaleza son los ciclos dadores de vida de la Madre Tierra.
Éste es uno de los problemas más apremiantes que enfrentamos como Pueblos Indígenas. Este régimen de la economía “verde” asigna un precio monetario a la Naturaleza y crea nuevos mercados financieros que sólo aumentarán la desigualdad y acelerarán la destrucción de la naturaleza - de la Madre Tierra - y, a su vez, de nuestras tierras indígenas. No podemos poner el futuro de la Naturaleza y de la humanidad en manos de mecanismos especulativos financieros como el comercio de carbono, los regímenes de compensación de carbono - tales como la “Reducción de las Emisiones derivadas de la Deforestación y la Degradación” (REDD) - y otros sistemas del mercado de compensaciones por pérdida de conservación y de biodiversidad.
Los proyectos tipo REDD y los proyectos de compensación de carbono ya son causantes de violaciones de los derechos humanos, acaparamiento de tierras y destrucción ambiental. Si REDD+ llegara a implementarse en todo el mundo, podría abrir las puertas al mayor acaparamiento de tierras de los últimos 500 años. Estas iniciativas permiten que delincuentes empresariales como Shell y Chevron salgan indemnes.
Del mismo modo que históricamente se utilizó la doctrina del descubrimiento para justificar la primera ola de colonialismo, alegando que los Pueblos Indígenas no tenían alma y que nuestros territorios eran “terra nullius”, tierra de nadie, ahora el comercio de carbono y REDD+ inventan argumentos igualmente deshonestos para justificar esta nueva ola de colonización y privatización de la naturaleza. Esto es muy grave.
La relación inseparable entre los seres humanos y la Tierra, inherente a los Pueblos Indígenas, debe ser respetada por el bien de todas nuestras generaciones futuras y de toda la humanidad. Ésta es la lucha.
¿Conoce usted otros criterios verticalistas en los territorios indígenas que sean menos evidentes o visibles? Y si es así, ¿podría explicar cómo esas imposiciones son también expresiones de racismo ambiental?
En la mayoría de los sistemas de gobierno nacionales, estatales y subnacionales, tanto del Norte como del Sur, no existen mecanismos para una participación significativa de los Pueblos Indígenas en la formulación de políticas. La mayoría de los gobiernos tiene una política paternalista y verticalista que decide qué es lo mejor para sus Pueblos Indígenas. Esto se da especialmente con las políticas de producción de energía y extracción de minerales. Muy rara vez los gobiernos están dispuestos a conceder a sus Pueblos Indígenas derechos sobre el subsuelo, y limitan así sus derechos territoriales. Hay una duda constante en cuanto a que los gobiernos nacionales realizan acuerdos secretos que luego, cuando se implementan, atentan contra los derechos de los Pueblos Indígenas. Así que, ¿qué mecanismos defendemos?
Los principios, o las normas, del consentimiento libre, previo e informado (CLPI) son muy importantes en todas las decisiones gubernamentales que se adoptan. El CLPI también contempla el derecho inherente de nuestras comunidades indígenas a negarse a alguna forma de explotación dentro de nuestros territorios que consideremos lesiva. En el Norte, el gobierno de Estados Unidos quiere limitar nuestra voz y nuestro derecho a negarnos, y sigue impulsando las políticas de “consulta”. La pregunta es ¿consulta a quién? A los gobiernos les gusta “consultar” a nuestros intermediarios indígenas y en realidad nunca llegan a las bases, a la comunidad, para reunirse con el colectivo de nuestras comunidades y discutir todos los aspectos de la forma de desarrollo que quieren imponer a nuestro pueblo. Muy a menudo ya llegan con los planes hechos. Esto sucede en todas partes. Es por esto que exigimos que nuestras comunidades indígenas estén plenamente informadas antes de que ocurra el emprendimiento. Y tenemos derecho a estar plenamente informados de todos los aspectos de lo que se propone. De lo bueno y de lo malo. Y, por último, tenemos derecho a ofrecer nuestro consentimiento colectivo, incluso si tenemos que decir que no al proyecto. El gobierno debe respetar nuestro derecho a decir que no. Pero este no es el caso.
¿Cómo piensa que el movimiento de solidaridad por la justicia social y ambiental puede ayudar a la lucha contra el racismo ambiental en todas sus formas?
En el Norte, en la década de 1990, cuando el racismo ambiental llegó a su apogeo y se reconocieron nuestros reclamos de justicia ambiental, nos unimos como Pueblos Indígenas con las minorías, con las “personas de color”. Lo hicimos como una estrategia política para construir poder para el cambio. Como Pueblos Indígenas, somos las “primeras naciones” e indígenas de las tierras y territorios de Estados Unidos, y dijimos a las “personas de color” y a los movimientos por la justicia social que lucharíamos juntos a ellos, en la medida que ellos también se solidarizaran con nuestros derechos como Pueblos Indígenas. Vimos la necesidad de construir una base de poder de solidaridad con otros movimientos por justicia social y ambiental como forma de fortalecer nuestras voces para lograr el cambio en Estados Unidos. Esta estrategia continúa dentro del movimiento climático, ya que hemos aplicado el concepto de “justicia” al clima. En este movimiento por la justicia climática compartimos muchos de los problemas que también tienen otras comunidades que enfrentan el racismo y la pobreza, y son marginadas y discriminadas por la sociedad dominante de Estados Unidos. Por lo tanto, hemos formado nuestras propias alianzas de justicia climática y hemos movilizado a comunidades que hoy están en la vanguardia de la lucha contra la economía de los combustibles fósiles, para elevar una sola voz que exige cambiar el sistema, no el clima.
Es necesario el diálogo entre los Pueblos Indígenas y los pueblos no indígenas y las comunidades que están en la primera línea de las luchas, para presionar a sus gobiernos a reevaluar un sistema jurídico colonial que no funciona. Se necesita de esta solidaridad para construir una base de poder, para desarrollar la educación popular con la que informar a las comunidades históricamente oprimidas de lo que está sucediendo a nuestra Madre Tierra. A través de la educación popular y los principios de organización basada en la comunidad, cada vez más personas reconocen la necesidad de un cuerpo jurídico que reconozca los derechos inherentes del ambiente, los animales, los peces, las aves, las plantas, el agua y el propio aire.
Actualmente vemos que hay movimientos sociales que comienzan a identificar una estructura de poder que no tiene respeto por nadie, excepto el pequeño 1% de las elites ricas. Ahora comienzan a ver la sabiduría y la importancia de las cosmologías, filosofías y visiones indígenas del mundo. Vale la pena el esfuerzo de movilizarse para cambiar el sistema, junto con otros movimientos no indígenas. Necesitamos poder popular para buscar y alcanzar soluciones a largo plazo que se aparten de los paradigmas e ideologías predominantes centrados en la búsqueda del crecimiento económico, el lucro empresarial y la acumulación de riqueza personal como los principales motores del bienestar social. Las presiones externas del mundo seguirán teniendo efectos negativos en nuestros Pueblos Indígenas. Así que, ¿cómo cambiamos esto? Trabajamos en red y construimos alianzas con los aliados no indígenas y con los movimientos sociales. Las transiciones apuntarán inevitablemente a sociedades dominantes que puedan ajustarse de manera equitativa a los niveles reducidos de producción y consumo, y sistemas cada vez más localizados de organización económica que reconozcan, honren y estén delimitados por los límites de la naturaleza reconocidos por la Declaración Universal de los Derechos de la Madre Tierra.
Gracias.