Los primeros pasos
El debate internacional acerca de los impactos de las actividades petroleras tuvo relevancia a inicios de los años 90 cuando, por un lado, un grupo de pobladores de la amazonía ecuatoriana interponían una demanda en los Estados Unidos a la empresa Texaco por los impactos sociales y ambientales de sus operaciones, y Ken Saro-Wiwa junto con otros activistas eran ejecutados en Nigeria. Antes de estos hechos, el derrame del Exxon Valdez, en el año 89 ya había sido noticia, pero como un hecho aislado y que tomó relevancia por haber ocurrido en Alaska.
Lo que ocurría en Ecuador y Nigeria era un reflejo de lo que sucedía a nivel local: las comunidades ya estaban emprendiendo acciones, desde hacía muchos años, frente a la arremetida de las empresas petroleras y eran perfectamente conscientes de los impactos que estas actividades causaban sobre los derechos de los pueblos y sobre el ambiente.
Estos dos sucesos también inspiraron la conformación de la Red Oilwatch en febrero de 1996, en Quito, Ecuador. En distintos países - Guatemala, Colombia, Brasil, Camerún, Nigeria, Indonesia, Birmania, Perú, México, Ecuador - se hacía una reflexión sobre la necesidad de detener la expansión de la frontera petrolera en áreas frágiles y territorios indígenas.
Las actividades petroleras en todas sus fases causan impactos, locales y globales, sociales y ambientales, desde la primera incursión en las comunidades por parte de los relacionadores públicos de las empresas, la exploración, explotación, transporte, refinación, hasta la quema de los combustibles fósiles o la fabricación de agrotóxicos o plásticos. La pérdida de bosques es una más de las consecuencias. Solo en el caso de Texaco en Ecuador se calcula que se deforestaron más de un millón de hectáreas, entre trochas para la sísmica, plataformas, carreteras, campamentos, y otras instalaciones. En otros países este problema es similar.
Así, hablar de la no explotación de petróleo se convirtió en un imperativo para organizaciones locales y movimientos sociales que veían sus territorios devastados por la extracción de combustibles fósiles.
La primera propuesta fue la de la resistencia. Comenzaron a utilizarse diversas estrategias, como expulsar a las empresas petroleras o impedir su entrada, presentar demandas legales, vincular la oposición al petróleo con temas como la defensa de la biodiversidad, los derechos humanos, la deuda, la batalla contra el poder transnacional o el cambio climático. Empezaba una lucha entre la vida y la muerte.
Ya en Kioto, en 1997, OILWATCH y cientos de organizaciones más llamaron a una moratoria a la exploración de petróleo, gas y carbón. En 2002, durante la cumbre Rio+10, la moratoria a las actividades petroleras fue la propuesta central de Oilwatch: “Es innegable la acumulada evidencia científica que demuestra que el cambio climático es provocado por la quema de combustibles fósiles […] Oilwatch declara entonces una Moratoria a las Actividades Petrolíferas. Esta Moratoria puede ser impulsada desde niveles gubernamentales […], y desde espacios comunitarios, a través de la decisión soberana de pueblos, quienes a través de la resistencia, luchan por que no se abran sus territorios tradicionales a nuevas exploraciones petroleras”. La moratoria se podía ejercer a través de la declaratoria de áreas intangibles o zonas libres de petróleo.
La alternativa se debía construir desde la soberanía energética, entendida como una oportunidad para que los países y pueblos ejerzan control sobre su espacio, su cultura y su futuro, e incluiría el control sobre todo el proceso energético, desde la obtención y transformación, basadas en energías limpias, descentralizadas, renovables, de bajo impacto y diversas.
En el año 2004, en Malasia, Oilwatch y Amigos de la Tierra, junto con el WRM, presentaron una declaración conjunta en la que se hacía patente la necesidad de detener las actividades extractivas como la minería y la extracción de petróleo, para proteger los bosques, la biodiversidad y los derechos de los pueblos indígenas. Pero es en junio de 2005 en Montecatini (Primera reunión del Grupo Especial de Expertos sobre Áreas Protegidas) y posteriormente en diciembre de 2005 en Montreal (COP 11 del Convenio Marco de Cambio Climático y la SBSTA 23 de la Convención de Diversidad Biológica) que se presenta claramente el camino hacia una civilización pospetrolera. El eco-llamado internacional proponía vincular los temas de conservación de la biodiversidad, de los suelos y del aire, del cambio climático y de los derechos de los pueblos, en particular los indígenas, en una estrategia común, dejando el petróleo represado en su subsuelo. El primer paso podría darse en un lugar específico como el Parque Nacional Yasuní, en Ecuador. El camino desde la resistencia miraba al horizonte en la forma de la iniciativa Yasuní.
La propuesta Yasuní desde ese entonces ha ido madurando y se ha convertido en, probablemente, la propuesta más concreta hacia una civilización no petrolera. Pasa de la retórica a la práctica; del cinismo de las negociaciones sobre el clima a lo concreto en términos de soluciones; de la oscuridad a la nueva utopía para los movimientos de izquierda que no encontraban salida; de la decepción a la ilusión para la juventud.
Es por esto que otras organizaciones se la fueron apropiando, tuvo tan buena recepción en la comunidad internacional que la fue conociendo, y contó con mucha simpatía entre algunos gobiernos del mundo. Pero es en el Ecuador en donde más caló, alcanzando la cifra de un 75% de ecuatorianos que dicen que se debe proteger lo que queda del Yasuní, para lo cual hay que dejar de extraer el crudo del subsuelo en el bloque 43-ITT.
La propuesta Yasuní, en Ecuador, nació con cuatro objetivos:
Dejar de extraer 840 millones de barriles de petróleo, lo que significa no quemar más de 400 millones de toneladas de CO2
Proteger el territorio de pueblos en aislamiento voluntario
Proteger los bosques, ríos y biodiversidad de la zona
Dar el primer paso hacia un Ecuador pospetrolero
La propuesta de no extraer más petróleo, en Ecuador y el mundo, significa forzar un debate acerca de los problemas vinculados al petróleo más allá del mercado, la tecnología, la compensación, la corrupción o la repartición de beneficios. Significa pensar en ¿qué tipo de sociedad queremos ser?
La propuesta Yasuní y la defensa de los bosques y de los derechos de los pueblos
La relación entre la extracción de hidrocarburos fósiles y los bosques tiene varias conexiones. Una de ellas es, como hemos dicho, la pérdida de bosques debido a la tala directa o a la deforestación indirecta en las zonas petroleras. Pero también debido a que una de las falsas soluciones al cambio climático son los mecanismos REDD, que incorporan a los bosques al mercado de carbono y de otros servicios ambientales. REDD permite que las áreas boscosas que han estado protegidas por las comunidades indígenas sean convertidas en certificados de carbono o, lo que es lo mismo, premisos para contaminar. En la práctica, REDD está permitiendo que se siga extrayendo y quemando petróleo en el mundo.
Es por eso que declarar áreas libres de extracción petrolera, como en el Yasuní, no solo evita que se consuma más crudo sino que libera a los bosques de ser proveedores de servicios ambientales.
La explotación de hidrocarburos fósiles, además de la pérdida de bosques, es causante directa de violaciones a los derechos humanos. En primer lugar, para el avance de la frontera petrolera, lo primero que ocurre es que los relacionadores comunitarios llegan a las localidades sin avisar, con arrogancia e irrespetando los procesos comunitarios de toma de decisiones. En la mayor parte de los casos, los pueblos simplemente se ven enfrentados a la presencia de maquinaria presta a funcionar. Las petroleras, una vez en operación, causan contaminación local afectando gravemente la salud, destruyen los ecosistemas fuente de sustento de los pueblos, rompen el tejido social y deterioran las relaciones comunitarias. Son muchísimos los impactos que se provocan y hay bastante documentación al respecto. Por esto la propuesta de dejar el petróleo en el subsuelo busca acabar con el despojo de derechos que sufren las poblaciones locales.
Adicionalmente, en el caso del Ecuador, la iniciativa Yasuní/ITT pretende respetar el deseo de los pueblos Tagaeri y Taromene de vivir en aislamiento voluntario.
La propuesta Yasuní, la justicia climática y las nuevas relaciones internacionales
Los pueblos indígenas en resistencia al petróleo, que defienden sus bosques, tierras y territorios, están en la práctica construyendo sociedades pospetroleras y apoyando a la humanidad pues contribuyen a detener el cambio climático.
Bajo el principio de responsabilidades comunes pero diferenciadas, es una obligación de los países industrializados del Norte reducir la contaminación in situ. Los países del Sur que tienen bosques, como el Ecuador, tienen la responsabilidad de protegerlos y de respetar los derechos de los pueblos que viven en ellos y los cuidan, o reconocer la decisión de las comunidades que no quieren que se explote el crudo en sus territorios.
La propuesta Yasuní también constituye un ejercicio de justicia climática y ambiental pues conlleva reparar social y ambientalmente a los pueblos vulnerables, implica restituir los derechos y recuperar los territorios, para la reproducción de la vida. Una sociedad pospetrolera debe considerar la reparación de la deuda ecológica generada por los desastres del clima, y el compromiso de no repetición, como una forma de justicia.
Cuando el Ecuador lanzó la iniciativa Yasuní-ITT, en el año 2007, entre otros objetivos pretendía terminar con las relaciones de dominación, expolio y racismo ambiental. Un país pequeño debía ser reconocido por su valentía de no extraer petróleo, y contar con la solidaridad internacional para este esfuerzo. La cooperación internacional podía dar un giro radical, en lugar del endeudamiento, del negocio de la devastación, de usar a los países del sur como sumideros, de la intervención militar y de la impunidad de las empresas del Norte operando en el Sur.
La propuesta Yasuní: sumak kawsay vs capitalismo
Debido a que el capitalismo en su fase superior está anclado al petróleo, su economía, su tecnología, las instituciones y las bases de la sociedad petrolera deben también cambiarse. Para iniciar con este proceso hay que quitar el principal combustible del capitalismo: el petróleo. No alcanza con esperar que el cambio se dé a nivel del consumo; hay que cerrar la fuente.
Plantear una sociedad pospetrolera nos ayuda a evidenciar las contradicciones del capitalismo y cuestionar el desarrollo. Contradicciones como tecnología-naturaleza, o el valor de uso/cambio frente al valor intrínseco de la naturaleza, incluido el petróleo que tiene un valor intrínseco en donde está enterrado, deben ser resueltas a medida que se avanza en la sociedad pospetrolera.
Al respecto de la energía, hoy vemos su manifestación – y necesidad – en forma de movimiento, calor o electricidad. Pero desde el punto de vista de las diferentes culturas y pueblos, es distinto. Los pueblos indígenas y campesinos conciben a la energía desde el punto de vista de una buena alimentación, salud y territorios sanos. Para los pueblos tradicionales, energía tiene que ver con tiempo, espacio y relaciones. La energía no es escasa ni hay una crisis de energía, pues es infinita en los territorios. Lo que puede estar ocurriendo es un robo de energía de los territorios y una introducción de energías diferentes. Por ejemplo, la extracción de la energía del petróleo, que enterrado es inofensivo, para introducir luego energía transformada que puede ir desde automóviles, electricidad, agrotóxicos o basura plástica; o, una desposesión de la energía de los pueblos a través de la introducción de formas de vida inmediatista y violenta, y que rompe las relaciones entre los seres humanos y con la naturaleza.
Las actividades petroleras son una de las actividades humanas más devastadoras que llevan a cabo los seres humanos. Éstas suponen haber perforado las entrañas de la tierra y provocado fracturas en el mundo subterráneo, y en la superficie la destrucción de la vida en todas sus formas. Una sociedad libre de petróleo debe reconstruir la soberanía en la salud, en la alimentación, en la cultura, en la tecnología y en cuanto a la energía también.
El sumak kawsay, como filosofía andina, significa unas relaciones en armonía entre los seres humanos y con la naturaleza. Muchos pueblos indígenas en todo el mundo tienen este mismo principio, con otros nombres. Pero la premisa es que el sumak kawsay debe ser sin petróleo.
Ivonne Yanez, Acción Ecológica/Oilwatch Sudamerica – Ecuador, sudamerica@oilwatch.org