Las plantaciones madereras han sido un componente del paisaje de Sudáfrica durante más de un siglo. La colonización trajo consigo una gran variedad de especies exóticas. No todas ellas fueron exitosas, pero rápidamente resultó claro que las acacias y los eucaliptos provenientes de Australia se adaptaban bien a las condiciones ambientales reinantes en el este de Sudáfrica.
Se ha aceptado desde siempre que estos dos géneros, junto con especies de pino introducidas más recientemente, juegan un importante papel en la economía local. Dado que los bosques nativos fueron seriamente degradados durante el siglo pasado, se consideró necesario generar alternativas mediante especies de rápido crecimiento, con el fin de satisfacer la creciente demanda de madera para la construcción, puntales para minas, materiales para el envasado y, por supuesto, más recientemente para alimentar las fábricas de papel. La situación empezó a cambiar tan pronto como surgió la percepción de que la demanda externa de productos madereros podría estimular las exportaciones de Sudáfrica.
Por el año 1950 una compañía italiana instaló una fábrica de rayón en el poblado costero de Mkomazi. Los efluentes de la fábrica eran bombeados directamente hacia un río que desembocaba en el mar unos pocos kilómetros aguas abajo. En esa ocasión los sudafricanos degustaron (y olieron) el primer caso de seria contaminación atmosférica y marina.
Posteriormente fue construída la fábrica de SAPPI sobre el Río Tukela en el pueblo de Mandeni. El olor proveniente del establecimiento podía percibirse hasta 50 kilómetros a la redonda, en tanto que los efluentes eran esparcidos por una extensa área próxima a la fábrica.
La opinión pública comenzó a percibir más seriamente la situación recién después de que comenzaron a producir la gigantesca fábrica de SAPPI en Ngodwana y el establecimiento de MONDI en Richards Bay. El surgimiento de una conciencia ambiental le permitió a la gente establecer vinculaciones entre enfermedades respiratorias y contaminación atmosférica. Las alarmantes fotografías publicadas en la primera página de los diarios, mostrando cantidad de peces muertos como consecuencia de un serio derrame de efluentes ocurrido en la fábrica localizada en Ngodwana, hizo que la ciudadanía comenzara a preguntarse acerca del verdadero impacto de esta industria.
Dado que necesitaban forzosamente madera como materia prima para hacer funcionar sus fábricas, las mencionadas compañías SAPPI y MONDI, junto a un número de actores de menor envergadura, empezaron una loca carrera de compra de tierras, pagando altísimos precios por aquellas situadas en las proximidades de sus establecimientos, de forma de poder consolidar sus operaciones en vastos predios y sacar ventaja de los bajos costos de transporte.
En su urgencia por plantar las tierras recientemente adquiridas, prestaron muy poca atención a los impactos ambientales. Se plantaron árboles en humedales y corrientes de agua, al tiempo que se pagaban compensaciones a los administradores de los predios para maximizar la producción en dichas áreas. Se llenó de árboles incluso terrenos públicos, incluyendo reservas viales y tierras comunitarias, sin consideración alguna por las consecuencias que ello acarrearía.
Por entonces el gobierno sudafricano decidió “comercializar” la madera de propiedad estatal y así nació SAFCOL (Compañía Maderera Sudafricana Ltda.). En poco tiempo la propia SAFCOL se subió al carro y empezó a instalar plantaciones sobre praderas naturales que habían sido previamente sustraídas del uso debido a su fragilidad desde el punto de vista ecológico.
Los caminos de las corporaciones forestadoras
Se piensa que las mayores entidades corporativas responsables de la expansión de las plantaciones para pulpa en Sudáfrica en realidad invierten más dinero y esfuerzo en propaganda que en una verdadera protección y restauración ambiental. Su reacción frente a las crecientes críticas por parte de la opinión pública ha sido gastar más dinero en hacer propaganda en revistas y diarios. Están patrocinando una gran variedad de proyectos “ambientales”, que abarcan desde libros sobre pájaros y flores, hasta educación y reciclado de basura.
En los últimos años las compañías madereras han incluído en su estrategia la contratación de “ambientalistas” para hacer frente a las críticas. En muchas ocasiones estas personas, que parecen ser fácilmente tentadas por la posibilidad de empleo en el mundo de las corporaciones, son reclutadas de agencias de conservación gubernamentales. Estos “ambientalistas” pagos son utilizados como portavoces, haciendo declaraciones a los medios, hablando en escuelas y clubes, difundiendo el mensaje falso de que sus empleadores están realmente mejorando el ambiente a través de la plantación de millones de árboles exóticos. En shows y ferias se reparten plantines de pino a los escolares como parte de un ejercicio de lavado de cerebro. Personas poco informadas son empujadas a creer que todos los árboles son buenos.
Con la finalidad de apaciguar los ánimos de la opinión pública respecto de la pérdida de agua superficial a causa de las plantaciones, las compañías abren pozos en las áreas afectadas. Gente que hasta entonces disponía de agua de buena calidad prácticamente en la puerta de su casa, ahora tiene que cargar agua desde grandes distancias. A raíz el descenso del rendimiento hídrico, áreas donde antes se realizaba el cultivo de bananas, papas, repollos y otras legumbres sin necesidad de riego, ahora están afectadas por la sequía.
El ganado vacuno y las cabras se ven forzados a apiñarse en los pocos manantiales naturales y ríos remanentes, dañando sus márgenes, pisoteando los suelos y contaminando los manantiales y pozos, haciendo que esta agua sea no utilizable para el consumo humano.
Las dos grandes productoras de pulpa se han embarcado en la promoción de “lotes comunitarios” a escala intensiva en áreas rurales. Engañando a la comunidad, MONDI proclama que el modelo adoptado es parte del Programa Gubernamental de Reconstrucción y Desarrollo (RDP).
Una vez que han convencido a los campesinos de que se volverán ricos en cuanto sus árboles estén listos para la cosecha, tras siete u ocho años de espera, las compañías les suministran los plantines e información acerca de cómo instalar los lotes. Lo que no hacen es informar a los futuros dueños de los lotes acerca de los efectos ambientales y sociales del modelo:
- No les advierten de no plantar en humedales ni en las proximidades de ríos y arroyos
- No les dicen que deberán buscarse otras tierras para el pastoreo del ganado
- No les avisan que perderán ingresos por sus tierras durante por lo menos siete años
- No les previenen que su suministro de agua se verá negativamente afectado
- No les dicen que no hay garantía de que la compañía comprará sus árboles cuando hayan crecido
- No se les informa adecuadamente acerca de los costos de los servicios ofrecidos por la compañía
- No se les menciona lo difícil y caro que será reconvertir sus tierras a pasturas o a uso agrícola
Las alusiones a la creación de empleo para la población local no explican qué sucedió con la gente que antes tenía una ocupación en tareas rurales. Con la expansión de las tierras de propiedad de las compañías plantadoras, muchas personas que estaban empleadas en la producción de hortalizas, de caña de azúcar y ganadera están siendo expulsadas de sus hogares y de las tierras que habían ocupado durante años. Es política de las compañías plantadoras consolidar las pequeñas propiedades en grandes “bloques” que puedan ser manejados por un solo “forestal”. Granjas, establos y viviendas de trabajadores están siendo demolidos para dar lugar a plantaciones. La gente que ha vivido en estos lugares toda su vida se ve forzada a mudarse a zonas sobrepobladas, habitadas por poblaciones indígenas, donde deben construir su nueva casa, reubicar a sus hijos en escuelas también superpobladas, y buscar nuevos trabajos en sectores en los que carecen de experiencia y conocimiento.
Para peor, muchas de las oportunidades laborales creadas por las compañías madereras son derivadas a contratistas que no están obligados a ofrecer beneficios sociales asociados con empleo permanente. Muchos de estos contratistas prefieren emplear a inmigrantes ilegales desesperados dispuestos a trabajar por salarios más bajos y que no pueden afiliarse a un sindicato.
Complicidad del estado en el desarrollo de la industria
Las fábricas de pulpa y papel de Sudáfrica se han beneficiado con masivos incentivos fiscales, tanto mediante asistencia directa de la Corporación para el Desarrollo Industrial (IDC) como indirectamente a través del acceso a servicios baratos de agua y electricidad, contaminación libre y leyes de impuestos muy favorables.
Ello otorga a la industria una significativa ventaja, lo que se suma a su propia capacidad de manipular el precio de la madera rolliza dada la vastedad de sus plantaciones. Mantener el precio de la madera rolliza lo más bajo posible, les permite asegurarse el máximo beneficio para el producto terminado en fábrica.
Tanto MONDI como SAPPI han adquirido fábricas en Europa y otros países del Norte. Una sencilla explicación es que necesitan una boca de salida garantida para los productos fabricados en Sudáfrica. La explicación menos obvia podría ser que estas inversiones son una forma de blanquear las ganacias acumuladas a costas del ambiente y del pueblo de Sudáfrica.
La planeada expansión de las plantaciones
La industria tiene la clara intención de aumentar el área de las plantaciones en Sudáfrica en 600.000 hectáreas, que se sumarán al existente millón y medio. Asimismo su propósito es establecer extensas plantaciones en Mozambique.
La intensa investigación que se viene desarrollando sobre variedades de eucalipto resistentes al frío está provocando una seria preocupación. El éxito de esta investigación podría significar que vastas áreas del interior del país, hoy ocupadas por praderas y establecimientos de producción granera, podría ser presa de las plantaciones forestales.
Las áreas interiores de pradera del cinturón costero subtropical son vitales para la producción hídrica en Sudáfrica. Estas zonas pueden absorber lluvia en el verano, que luego es liberada lentamente para alimentar los ríos y los cauces durante el invierno seco. Si allí se establecieran extensas plantaciones forestales, podría ponerse en peligro el suministro de agua para los granjeros y la población de las ciudades ubicadas aguas abajo, así como exacerbarse la erosión edáfica.
MONDI ha importado máquinas cosechadoras mecánicas computarizadas. Estas máquinas trabajan 24 horas al día, cortando árboles, podando, extrayendo corteza, cortando los rolos y apilándolos. Tres turnos de ocho horas empleando tres personas frente a unos 200 trabajadores si se utilizaran métodos manuales. Una simple máquina torna obsoletos a 197 trabajadores
Muchos operadores de las plantaciones han pasado de métodos intensivos en el uso de mano de obra para el control de malezas, a la utilización de herbicidas aplicados por especialistas contratados. Una vez más ello resulta en menos personal empleado directamente en la industria.
En resumen –como en otras partes del mundo- este modelo forestal está demostrando claramente que, siendo muy beneficioso para las grandes corporaciones, sus impactos sociales y ambientales lo hacen insustentable en el largo plazo. La gente de Sudáfrica ya está organizando la oposición al modelo. Sus impactos ambientales y sociales están volviéndose más claros a medida que la industria va ocupando nuevas tierras en el país e incluso en los países vecinos.