La cubierta forestal en Chile ocupa unos 30 millones de hectáreas, de los cuales 2,1 millones corresponden a plantaciones. Los bosques chilenos –con más de 100 especies nativas- constituyen uno de los ecosistemas forestales templados más ricos en biodiversidad del mundo. En marcado contraste, el 80% de las plantaciones son monocultivos de pino radiata y el 12% de eucaliptos.
El modelo forestal chileno -basado en plantaciones, a pesar de la vastedad y riqueza de los bosques existentes en el país- ha sido promocionado y divulgado como un ejemplo para los países subdesarrollados y como uno de los factores del boom económico en ese país. Dicho modelo está siendo promocionado en diferentes países, desde Uruguay a Mozambique. Sin embargo su lado negativo permanece escondido.
El impulso a extensos monocultivos forestales en Chile comenzó con la dictadura militar en la década de 1970. En concordancia con el modelo económico impuesto, se estipularon subsidios y exenciones impositivas que beneficiaron a un puñado de poderosos grupos económicos. Hoy en día sólo dos grupos -Angelini y Matte- son dueños respectivamente de 470.000 y 340.000 hectáreas de plantaciones. Los mismos comprenden más de 50 compañías forestales en Chile, así como en Argentina, Paraguay y Perú. Al mismo tiempo, los campesinos están siendo expulsados de sus tierras, progresivamente ocupadas por las plantaciones, o afectados por sus efectos sobre el agua y la biodiversidad. Estudios independientes realizados recientemente han revelado que las plantaciones no han colaborado a aliviar la pobreza en las áreas rurales y que las comunidades locales son contrarias a las mismas.
Uno de los argumentos más utilizados para la promoción de plantaciones forestales industriales sostiene que las plantaciones de rápido crecimiento son útiles para aliviar las principales presiones de uso sobre los bosques nativos y que, por lo tanto, sirven a los fines de su preservación. En el caso de Chile, este argumento es probadamente falso. La tasa anual de deforestación en el período 1985-1994 alcanzó un promedio anual de 36.700 hectáreas, 40% de las cuales fueron taladas para dar lugar a plantaciones forestales industriales. En la sureña VII Región -donde se concentra la mayor parte de las plantaciones- entre 1978 y 1987 el 30% de los bosques costeros andinos fueron cortados y sustituídos por monocultivos de pino radiata.
Por otra parte, la industria de pulpa, íntimamente relacionada a este esquema de plantaciones, es un importante agente contaminador . Cinco de las seis industrias de pulpa existentes en Chile provocan fuertes impactos ambientales, en tanto sólo una está adoptando un proceso de producción menos dañino. Por ejemplo, la comunidad pesquera de Mehuín, en la X Región, está luchando contra un proyecto de Celulosa Arauco y Constitución S.A. (CELCO) -una enorme compañía productora de pulpa y papel- para la construcción de una fábrica de pulpa conectada a una tubería que habrá de descargar sus residuos tóxicos en la bahía donde vive dicha comunidad. De este modo afectaría a la población de peces que constituye su base de subsistencia, además de a la salud de los pobladores.
Algunas de las principales consecuencias de los monocultivos forestales en Chile a ser destacadas son: la destrucción de los bosques nativos, el descenso en los rendimientos hídricos de las cuencas, la pérdida de biodiversidad y de los medios de vida de las comunidades, la migración rural hacia las ciudades, la erosión del suelo y la contaminación industrial. Otro efecto también negativo ha sido la concentración en la propiedad de la tierra y de la riqueza. Es obvio que un modelo con estas características no puede se considerado social ni ambientalmente sustentable.