Si preguntamos a cualquier camboyano/a cuál es la base de la sociedad y la vida en su país, la respuesta será probablemente “la tierra”. La tierra es el sustento. Pero, además, es un símbolo de arraigo, de pertenencia y de estabilidad, y todos la perciben como el fundamento mismo de la organización social del país. El apego de cada familia a su pedazo de tierra tiene un significado especial en una sociedad que, durante los últimos cien años, se ha visto sacudida por sucesivos períodos de conflicto civil, guerra, desplazamientos masivos, colectivización forzosa y genocidio, para desembocar finalmente en una economía de mercado capitalista carente de regulación.
Más del 80% de la población del país vive en zonas rurales. El territorio camboyano es apto tanto para la agricultura sedentaria como itinerante y, sea cual sea el método de cultivo, las comunidades rurales dependen en gran medida de los alimentos y productos no madereros de los bosques y cursos de agua de los alrededores, para uso doméstico y como fuente de ingresos. En cualquier aldea, los más pobres suelen ser los que no poseen tierras; de hecho, la falta de tierra o de los recursos necesarios para comprarla puede ser considerada como un indicador seguro de pobreza en Camboya.
En los años 1960, se estimaba que el 73% del territorio camboyano estaba cubierto por bosques, y las comunidades rurales podían talar lo que necesitaban para disponer de más campos, sin provocar impactos ecológicos significativos. La tierra no se comercializaba, no había un mercado formal de bienes raíces, y quienes la utilizaban definían su tenencia y control. En los años 1990, Camboya se vio catapultada hacia la economía de libre comercio, se legisló sobre la propiedad privada para comenzar a definir el uso y la propiedad de los campos, y comenzó a florecer un mercado inmobiliario no reglamentado.
La falta de tierra y la desigualdad en materia de tenencia están aumentando rápidamente en Camboya, tanto entre las
poblaciones rurales como urbanas. La falta de tierra es más frecuente en las familias encabezadas por una mujer que en las encabezadas por un hombre. A esto se agrega un número creciente de personas “casi sin tierra”, es decir que poseen parcelas demasiado reducidas para vivir de ellas. Desde hace más de una década, grandes extensiones han sido transferidas a empresas privadas en forma de “concesiones económicas de tierras”, que son acuerdos contractuales de explotación comercial de la tierra entre el gobierno y entidades privadas, destinados sobre todo a la forestería y agricultura comercial e industrial, la minería, la exploración de petróleo, la pesca y el turismo. Si bien esta forma de concesiones se originó a fines del siglo diecinueve bajo el régimen colonial de Francia (sobre todo para la plantación de caucho), resurgió a principios de los años 1990, cuando el Gobierno Real de Camboya comenzó a otorgar concesiones de tierras y bosques a compañías privadas, supuestamente para estimular la empresa privada, aumentar los ingresos del Estado y disminuir la pobreza en el medio rural. Se estima que a fines de los años 1990 más de un tercio de las poblaciones rurales camboyanas habían perdido sus tierras a manos de esas concesiones de tierras y bosques.
Las concesiones económicas incluyen plantaciones industriales de árboles, principalmente caucho, pino, acacia, palma aceitera, teca, cocotero y eucalipto, y también cultivos industriales de productos agrícolas comerciales. Los concesionarios poseen derechos exclusivos sobre las tierras por un plazo de hasta 99 años. En algunas zonas, las poblaciones han sido expulsadas para hacer lugar a las plantaciones, y las compañías han arrasado con topadoras los bosques de los que dependían para su subsistencia. Los residentes de aldeas adyacentes a las concesiones de las provincias de Kratie, Stung Treng y Mondulkiri (entre otras) dijeron que no se les permitía usar los bosques ni las supuestas “tierras baldías” ahora comprendidos en la zona de concesión, a pesar de que esas tierras habían sido manejadas por ellos durante generaciones, albergaban sus sitios espirituales y sagrados y les eran indispensables como fuente de alimentos y de ingresos. Las comunidades vecinas de muchas concesiones han informado también que las empresas ampliaron la superficie indicada en los contratos e invadieron las tierras comunales de sus aldeas.
Las plantaciones que se realizan son monocultivos de determinadas especies de árboles o plantas agrícolas, y el hecho de
plantar repetidas veces la misma especie en ciclos cortos vuelve necesario emplear en forma intensiva fertilizantes, pesticidas y herbicidas químicos, que se filtran a la tierra y al agua subterránea, reducen la fertilidad de las zonas aledañas, contaminan el suelo y provocan enfermedades en los aldeanos. Las plantaciones de eucaliptos han provocado aridez, han eliminado la humedad y los nutrientes del suelo, han contribuido a disminuir el nivel del agua subterránea y a secar los ríos. El lago Tonle Sap, en el noroeste de Camboya, es uno de los más importantes ecosistemas de agua dulce del país, y alimenta a millones de camboyanos gracias a la biodiversidad acuática que contiene. Ese lago está amenazado por las fábricas de celulosa, que liberan toxinas y productos químicos en los cursos de agua que desaguan en él. En Koh Kong y otras zonas de árboles de hojas caducas, el monocultivo de árboles como la acacia y el pino (que no pierden las hojas) está destruyendo los lugares de desove de los peces, en los lugares que los lugareños llaman “bosques inundados” en la época del monzón.
A los daños económicos y ecológicos se añade la violación de los derechos humanos. Cuando intentan entrar en las zonas
comunales o protestar contra la invasión, los aldeanos reciben constantes intimidaciones de los guardias de seguridad armados contratados por los concesionarios. En varios casos, la intervención de estos guardias armados ha sido violenta y ha dejado heridos y muertos entre los residentes de la aldea. En muchos lugares, las comunidades se han organizado para protestar contra la pérdida de sus tierras y recursos naturales y contra el proceder de los concesionarios. Han pedido ayuda a las autoridades locales, provinciales y nacionales pero, lamentablemente, no recibieron satisfacción. Al contrario, los funcionarios públicos se mostraron inclinados a favorecer a las empresas e intentaron intimidar a los aldeanos para que dejaran de presentar quejas.
La población rural pobre de Camboya ha ganado muy poco con el crecimiento económico del país. No sólo no disminuyó la pobreza, sino que cada vez más personas se empobrecen o se vuelven económicamente vulnerables. La destrucción de la biodiversidad y la imposibilidad de acceso a los productos del bosque, la pesca y otros recursos acuáticos están poniendo en gran peligro la seguridad alimentaria a nivel local. La migración de supervivencia hacia los centros urbanos – especialmente hacia Phnom Penh – está aumentando, pero quienes llegan a las ciudades no encuentran empleo ni refugio seguro; muchos viven en las calles o en asentamientos ilegales, donde siguen siendo vulnerables a la expulsión y al desplazamiento.
En el mundo del desarrollo, Camboya es considerado como un país de posguerra que atraviesa ahora una era de paz, estabilidad y desarrollo social y económico, lo cual, para la mayoría de quienes apoyan el desarrollismo, significa que el país no está en guerra y que ha adoptado un paquete de medidas económicas destinado a facilitar el capitalismo de mercado. Sin embargo, el número creciente de conflictos por la tierra y de comunidades que pierden sus tierras y recursos difícilmente puede ser visto como un signo de paz, estabilidad o bienestar.
Extractado de: “Land and Natural Resource Alienation in Cambodia,” Shalmali Guttal, Focus on the Global South, diciembre de 2006. El informe completo (en ingles) puede ser consultado en: (http://focusweb.org/land-and-natural-resource-alienation-in-cambodia.html).