En términos del valor bruto de su producción, el banano es el cuarto cultivo alimentario más importante del mundo, después del arroz, el trigo y el maíz. América Latina domina la economía mundial del banano que es cultivado en su gran mayoría en grandes plantaciones de monocultivo.
El sector ha sido un pilar importante de la economía latinoamericana desde la década de 1950, cuando los precios en alza y un aumento de la demanda de los países del norte (hoy Norteamérica y la Unión Europea captan más del 60% de las importaciones del mundo), llevaron a una rápida expansión de la producción. El banano es un producto básico, y como casi todos los productos básicos que se producen en el Sur y se consumen en el Norte, más del 90% del precio que paga el consumidor se queda en el Norte y jamás llega al productor. El comercio mundial del banano está controlado prácticamente por tres empresas transnacionales.
En América Latina, el principal país productor para la exportación de este producto es Ecuador, y le siguen Costa Rica, Colombia, Guatemala, Honduras y Panamá. Sin embargo, otros países como Brasil, los estados del Caribe de las Islas de Barlovento (Santa Lucía, Dominica, Granada, St. Kitts-Nevis y San Vicente), Jamaica, Belice, República Dominicana y Surinam son también grandes productores.
El banano de las plantaciones latinoamericanas es más barato que el de cualquier otro lugar, principalmente porque los costos están “externalizados”, lo que significa que los pagan otros; en este caso los trabajadores de la plantación y el medio ambiente. Si se internalizaran estos costos, se pagaran salarios decentes y se eliminara el daño ambiental, la diferencia desaparecería.
El aumento de la producción se ha alcanzado aumentando el rendimiento (a través de un aumento de los insumos como fertilizantes y plaguicidas) y la superficie cultivada. Esto produjo enormes impactos negativos tanto a escala humana como ambiental.
Las plantaciones de monocultivo bananero se han establecido en zonas donde se ha aniquilado el bosque primario. Una característica de estos suelos tropicales es su dependencia de la biomasa del bosque que lo recubre. Una vez eliminada la cobertura protectora del bosque, la productividad y fertilidad por unidad de superficie disminuye, reduciéndose drásticamente luego de los dos primeros años. Por este motivo los productores bananeros necesitan grandes superficies de tierra --y la consiguiente expansión-- para compensar la caída de la producción por hectárea. Además, estos suelos de baja densidad son los preferidos por las compañías bananeras porque: a) tienen un alto contenido orgánico; y b) no requieren prácticamente ninguna alteración, perturbación o atención ulterior.
De las más de 300 variedades de banano, la Cavendish enana es la más conocida y la más rentable. Esta variedad sin semilla debe propagarse cortando y enraizando un brote de la planta madura, lo que hace que todas las generaciones sean genéticamente idénticas. Miles de plantaciones en toda la región producen fruta a partir de plantas genéticamente homogéneas, por lo que las plantaciones son particularmente vulnerables a enfermedades y plagas.
Para controlar los brotes de plagas en la producción de banana a gran escala --particularmente para la exportación, donde el mercado exige una apariencia sin defectos-- las plantaciones dependen del uso de una gran cantidad de plaguicidas.
Los plaguicidas se aplican continuamente durante los diez meses de la estación de crecimiento. Las plantaciones son rociadas por vía aérea con funguicidas en ciclos de hasta 40-60 aplicaciones por temporada. Los trabajadores utilizan rociadores de mochila para aplicar nematicidas entre dos y cuatro veces por año, y herbicidas como paraquat y glifosato de ocho a doce veces por año. Se aplican fertilizantes continuamente durante toda la estación de crecimiento. Los trabajadores también colocan y retiran bolsas plásticas impregnadas con el insecticida organofosforado clorpirifos sobre los cachos de banano en proceso de maduración. En la planta de empaque, los trabajadores lavan los bananos con agua cargada de plaguicida, y aplican más plaguicida para impedir la “pudrición de la corona” (crown rot) durante el transporte. Finalmente, los trabajadores empacan los bananos en cajas, frecuentemente sin utilizar guantes de protección. Este uso intensivo de plaguicidas es extremadamente peligroso para los trabajadores.
Según estudios llevados a cabo por la Universidad Nacional de Heredia, Costa Rica, los niveles de envenenamiento por plaguicidas son tres veces más altos en las regiones bananeras que en el resto del país. También se constató el aumento de la incidencia de la esterilidad y el cáncer entre los trabajadores bananeros. Otras enfermedades comunes probablemente relacionadas con la exposición a los plaguicidas son las alergias y las dolencias pulmonares. En un caso bien documentado, miles de trabajadores bananeros quedaron esterilizados como resultado de su exposición al nematicida Nemagon (dibromocloropropano –DBCP).
El rociado aéreo y la escorrentía de los plaguicidas contamina el agua que utilizan los trabajadores, sus familias y las comunidades vecinas. La utilización de plaguicidas ha producido la muerte de peces en grandes cantidades, destruyendo una fuente de alimento importante y devastando los ecosistemas circundantes. En algunas zonas, la cantidad de plaguicida absorbida por el suelo lo ha vuelto no apto para la agricultura.
En la medida en que ha aumentado la producción de las plantaciones bananeras, se arrasan grandes zonas de bosque, el hábitat de la vida silvestre y las tierras de pastoreo, para hacer lugar al banano. En Costa Rica, el gobierno colaboró con este proceso cambiando las clasificaciones del uso de la tierra para permitir la producción en plantaciones. Entre 1979 y 1992, la expansión bananera fue responsable de la deforestación de más de 50.000 hectáreas de bosque primario y bosque secundario en la Provincia de Limón en Costa Rica. Una situación similar se repitió en la mayor parte de los países productores de banano.
Las compañías bananeras en vías de expansión presionan a los campesinos que viven en las periferias de las plantaciones para que vendan sus tierras. A los campesinos que se resisten se les niega apoyo productivo como créditos, servicios de extensión agrícola y mercados para sus productos. También se les prohíbe producir el banano criollo tradicional como forma de evitar la difusión de la enfermedad del banano causada por el hongo Micosphaerella Fijensis (Sigatoka negra). En estas circunstancias no causa sorpresa que muchos de estos campesinos independientes pasen a ser jornaleros en las plantaciones bananeras. Lo mismo sucede con los pobladores indígenas que son desplazados de sus tierras y generalmente terminan como trabajadores de las plantaciones.
La escasez de puestos de trabajo y la inexistencia o debilidad de los sindicatos alimentan un ambiente de inseguridad en las plantaciones bananeras, donde los trabajadores son vulnerables a la explotación y temen participar en las organizaciones sindicales. La inseguridad laboral se ve exacerbada por las prácticas de la industria, como la subcontratación de jornaleros por día, la extensión de la jornada laboral, la eliminación de los acuerdos colectivos, los despidos injustificados (inclusive por sospecha de simpatizar con el sindicato), la contratación a destajo para evitar pagar el jornal mínimo por hora, y el cese antes del final de los tres meses del período de prueba de los trabajadores después del cual los empleadores están obligados a otorgarles beneficios sociales. Los trabajadores se ven forzados a adoptar un estilo de vida provisorio en el cual es muy difícil mantener la estabilidad familiar. La inseguridad laboral y la pobreza suelen estar acompañadas de desnutrición y problemas de salud, exacerbados frecuentemente por una presencia más alta entre los hijos de los trabajadores de problemas neurológicos y de desarrollo asociados a la exposición a los plaguicidas en el aire, los alimentos y el agua. Los problemas de salud, sumados al acceso restringido a la educación, determinan logros académicos insuficientes entre los niños de las plantaciones en comparación con sus contrapartes urbanas. De esta forma, las futuras generaciones enfrentan el mismo destino que sus padres y se reproduce el ciclo.
En Latinoamérica la expansión bananera ha sido --y todavía es-- sinónimo de problemas. Las invasiones y los golpes de estado y dictaduras en América Central apoyadas por los Estados Unidos están bien documentadas, y casi invariablemente han estado vinculadas a los intereses bananeros de las empresas estadounidenses en la región. Las llamadas “repúblicas bananeras” fueron el resultado final de esas intervenciones, que implicaron violaciones generalizadas de los derechos humanos. Los bosques biodiversos han sido destruidos y sustituidos por interminables filas de bananos genéticamente idénticos que crecen en un medio ambiente envenenado que a su vez envenena a los pobladores y a la naturaleza. Ésa es la esencia del negocio bananero.
Artículo basado en información obtenida de: "Support Banana Workers: Bring Justice to the Table", Global Pesticide Campaigner (Volumen 14, Número 1), abril 2004, escrito por Kate Mendenhall y Margaret Reeves. Se puede obtener el artículo completo en: http://www.panna.org/resources/gpc/gpc_200404.14.1.06.dv.html , http://www.newint.org/issue317/facts.htm ; http://www.theecologist.net/files/docshtm/articulo.asp?cod=100211 ; Banana Link, http://www.bananalink.org.uk/ ; "The World Banana Economy 1985-2002" , http://www.fao.org/es/esc/common/ecg/47147_en_WBE_1985_2002.pdf
Banana Republic: The United Fruit Company
http://www.mayaparadise.com/ufc1e.htm