Antecedentes
Mucho ha sido escrito sobre el saqueo de la biodiversidad y demás recursos naturales de África, sobre todo cuando han tenido efectos negativos para la sociedad, la economía y el medio ambiente, como sucedió con la tala rasa indiscriminada de bosques, la extracción implacable de minerales y la transformación de territorios comunitarios en plantaciones industriales. Sin embargo, a pesar de los substanciales cambios políticos que se han producido en los últimos 100 años, la relación económica de África con los países del Norte sigue siendo desigual.
Si bien los métodos actuales utilizados para apoderarse de la riqueza de África pueden parecer diferentes a los del pasado, los efectos negativos de la extracción de recursos siguen siendo los mismos. Aunque los países africanos lograron libertad política al volverse “independientes”, muchos siguen controlados por potencias extranjeras, pero no sólo por Gran Bretaña y otros países europeos. La demanda de riquezas africanas también proviene ahora de Norteamérica y Asia.
En los comienzos de la época colonial, la cruda extracción de piedras preciosas, marfil, pieles y plumas de avestruz era celebrada. Se explotaba a los pobladores para obtener conocimientos, alimentos y mano de obra, incluso esclavizándolos; los misioneros, comerciantes y exploradores les pagaban el mínimo imprescindible, principalmente con baratijas como espejos, cuentas y pulseras, pero también con armas de fuego y alcohol. Cuando los gobiernos europeos se dieron cuenta de que las tierras y los yacimientos de minerales de África eran muy valiosos, las incursiones militares se convirtieron en el método de apropiación preferido. Las primeras infraestructuras que se construyeron, caminos y vías férreas para transportar soldados y equipamiento, fueron luego usadas para exportar el botín. Con el tiempo se construyó una extensa red de rutas, vías férreas y puertos para facilitar la extracción y el transporte, principalmente hacia los mercados europeos.
Esto inició una nueva etapa de la explotación de África. Los países extranjeros comenzaron a acumular capital en forma de recursos naturales, y construyeron infraestructuras en los territorios colonizados, pero los beneficios iban a bancos de ultramar, para contribuir a financiar una subyugación aún mayor. Este sistema de extracción de recursos auto-sostenido ha seguido empobreciendo a los africanos hasta hoy, a pesar de que las naciones coloniales han sido reemplazadas por bancos comerciales protegidos por los gobiernos de sus países, una fuerza insidiosa pero más poderosa. Esto también funciona como una conveniente barrera compuesta por el “sector privado” para quienes trabajan entre bambalinas orquestando la apropiación de tierras y la extracción de madera y minerales, o el procesamiento primario del botín, que también depende del acceso a la mano de obra barata de África; del mismo modo, favorece una aplicación laxa de la legislación ambiental y laboral.
Así, a pesar de que el panorama político habría cambiado, las riquezas naturales de África o aquellas que han sido creadas por las comunidades locales del continente, siguen acumulándose, en forma de capital financiero, en países ubicados en otros lugares del mundo.
Situación actual
Actualmente, el señuelo de la denominada “inversión extranjera directa” lleva a muchos líderes y élites políticas de África a fomentar la extracción de una variedad de recursos aún mayor, en forma de “materias primas” necesarias para alimentar las economías industriales del Norte. También una compleja serie de instituciones financieras internacionales (IFI) colaboran entre sí para exprimir al continente hasta la última gota. En los últimos tiempos, los inversores “privados” se han visto opacados por instituciones financieras multilaterales como el Banco Europeo de Inversión (BEI), el Banco Mundial (BM) y su filial, la Corporación Financiera Internacional (CFI), los cuales siguen respondiendo a los gobiernos que las financian.
El Fondo Monetario Internacional (FMI) ejerce desde los bastidores, una influencia desmedida sobre las decisiones económicas de muchos países africanos, alentando una explotación creciente de sus recursos naturales en pos del simple crecimiento económico. El FMI también influye en los países con Producto Bruto Interno (PBI) bajo, otorgándoles préstamos para el sector del transporte y otras obras de infraestructura que favorezcan al movimiento y la exportación de productos básicos, principalmente madera y minerales sin procesar, pero hace poca cosa en favor de proyectos emprendidos por comunidades locales. El FMI también intenta influir sobre el destino de su ayuda financiera y la forma de gastarla, como sucede en Kenia (1).
El FMI promovió el concepto de “crecimiento económico” continuo, basado en el aumento del PBI, el cual no sirve para lograr un desarrollo local sostenible que beneficie a los ciudadanos y no a las multinacionales. Se basa en la explotación y el consumo a corto plazo de recursos limitados o finitos, como el agua, para impulsar actividades económicas. Esto lleva a que los recursos naturales se agoten rápidamente, y reduce las posibilidades de procesamiento y creación de empleo a nivel local. Un ejemplo es lo que sucedió en Kenia, donde el FMI influyó para que se tomaran medidas para “rehabilitar” las torres de agua, lo cual llevó a que se expulsara a las comunidades y los pueblos indígenas de algunas zonas del Complejo del Bosque Mau y, más recientemente, a expulsar a los Sengwer de las montañas Cherangany. Al mismo tiempo, el Servicio Forestal keniata planea realizar, en esas mismas zonas, plantaciones industriales de árboles para madera, las cuales consumirán más agua que la agricultura de subsistencia que vienen a reemplazar (2).
Otra amenaza para la independencia económica de los países africanos es el programa de las Naciones Unidas para “salvar el clima”, llamado REDD+ o “Reducción de las Emisiones debidas a la Deforestación la Degradación de los Bosques”. Todo parece indicar que REDD+ contribuyó a la expulsión de los Sengwer, debido a la posibilidad de obtener pagos en efectivo por los créditos de compensación de emisiones generados gracias al “manejo sostenible de los bosques”. Esto se relaciona con los proyectos ya mencionados, consistentes en transformar reservas de bosque en plantaciones industriales de pinos exóticos que no sólo son mucho más perjudiciales para la biodiversidad, los suelos y el agua sino que terminarán liberando en la atmósfera mucho más dióxido de carbono que la agricultura de subsistencia (3).
En muchos casos, los Estados africanos aún mantienen fuertes lazos culturales y económicos con los países coloniales que los gobernaron anteriormente. Ejemplos de esto son las relaciones entre Francia y sus antiguas colonias del África occidental, y las de Portugal con sus ex provincias africanas, Angola y Mozambique. Pero sean cuales fueren los lazos históricos, el principal interés de las antiguas metrópolis sigue siendo el mismo: mantener su influencia sobre los gobiernos y pueblos africanos para lograr la propiedad o el control de sus recursos. La ayuda al desarrollo (incluida la ayuda alimentaria) es una herramienta poderosa para tal fin, porque puede ser utilizada para acrecentar el endeudamiento y la dependencia económica. También sirve para que los propietarios legítimos (comunidades locales y pueblos indígenas), que han preservado los bosques y demás ecosistemas de donde se extraen los recursos, reciban una parte bastante menor de los beneficios.
Con el fin de desbaratar la resistencia popular contra el robo de los recursos africanos, los agentes de los poderes neocoloniales suelen emplear tácticas militares con costosos equipos y armas para desestabilizar los países. Es probable que el uso de grupos locales para ayudar a las corporaciones mineras y extractivas a afirmar y mantener el control de los bosques o recursos minerales sea más la regla que la excepción. Esto se ve ilustrado por los conflictos armados relacionados con el acceso a los recursos que ha habido recientemente en varios países: Sudán del Sur, República Centroafricana, Uganda, Somalia, Kenia y la República Democrática del Congo. En casi todos los casos, el armamento y la tecnología militar vinieron del exterior del país en cuestión, lo cual significa que fueron provistos o al menos pagados por una entidad extranjera interesada en obtener acceso a la tierra o las riquezas minerales de los países africanos. El financiamiento de la “infraestructura militar” ha reemplazado en gran medida el uso de mercenarios extranjeros, pero la política básica es la misma: dividir para reinar, aprovechando los conflictos locales.
Una nueva forma de extracción
África está siendo considerada como un mercado consumidor crédulo para productos importados con alto costo pero de baja calidad. ¡El mundo de los negocios ve oportunidades en África, ya se trate de agua azucarada enlatada, semillas genéticamente modificadas, comida chatarra o prendas de vestir baratas! Para las multinacionales que buscan acrecentar las ventas y ganancias o prevenir iniciativas de negocios locales que puedan amenazar su dominación en los mercados mundiales, África está en la mira para el saqueo.
Países como Sudáfrica han pagado enormes cantidades de dinero por armamento militar excesivamente caro, supuestamente para protegerse contra enemigos potenciales. Sin embargo, suelen no tener los medios para mantener adecuadamente los nuevos juguetes de “disuasión masiva”. Aparte de Sudáfrica, pocos países africanos tienen la capacidad de fabricar sus propias armas, por lo cual África es un blanco fácil para los países extranjeros que quieren vender material militar excedente u obsoleto. Es probable que muchas compras de armas no se paguen en efectivo pues el dinero suele escasear, de modo que los gobiernos africanos pueden terminar ofreciendo como forma de pago concesiones mineras o derechos comerciales a bajo precio. Cuando se ponen armas cargadas en manos de soldados poco disciplinados, las cosas terminan mal (4).
La filosofía falsa que motiva este tipo de codicia y ambición se basa en la idea disparatada de que la producción y el consumo pueden crecer sin límites, gracias a un aumento también infinito del número de habitantes del mundo. Se prevé que la población mundial sobrepasará los nueve mil millones de aquí a la segunda mitad del siglo, aparentemente en respuesta a las plegarias de las grandes empresas. Pero basta aplicar la simple lógica, y estar al tanto de que ocupamos un planeta cuya superficie habitable se achica rápidamente, los recursos naturales disminuyen, los ecosistemas corren peligro de colapsar y el cambio climático se acelera, para entender que se requiere un cambio radical de las posturas humanas. Sin embargo, para que esto sea posible también debe cambiar el sistema económico mundial, pasando del capitalismo desenfrenado a un sistema que respete los derechos de la Naturaleza y de la gente.
Los efectos perversos de la infraestructura
La construcción de infraestructuras “sólidas” aparece en respuesta a una necesidad específica, como las vías férreas para transportar minerales desde el interior hasta los puertos costeros, o bien como una iniciativa basada en el riesgo, en la que se asume que la demanda de determinados servicios va a crecer a un ritmo previsto y terminará justificando los costos de construcción, como el caso de una nueva autopista para la cual no hay aún suficiente demanda pero que puede llegar a ser utilizada al máximo en un futuro no determinado. En Sudáfrica hay excelentes ejemplos de “elefantes blancos” construidos para impresionar, como los carísimos estadios que se edificaron para la Copa Mundial de Fútbol de 2010.
En Durban, el aeropuerto internacional King Shaka fue construido principalmente para recibir una breve afluencia extra de pasajeros que venían a ver la Copa Mundial, pero ahora está funcionando muy por debajo de su capacidad, mientras que el antiguo aeropuerto, recientemente actualizado y en perfecto estado de funcionamiento, no está siendo utilizado. Aparte del proyecto extravagante del gobierno, de convertir el aeropuerto en un puerto de contenedores en algún momento del futuro, es probable que sólo siga sirviendo para malgastar fondos públicos. En vista de que es urgente combatir el cambio climático reduciendo las emisiones de los combustibles fósiles, tanto el nuevo aeropuerto internacional como el nuevo puerto de contenedores propuesto parecen ser malas ideas; sin embargo, la compañía aérea South African Airways, subsidiada por el gobierno, ¡está planeando aumentar su flota de aviones!
Un aspecto importante de cualquier proyecto de infraestructura es que debería responder desde el inicio a una necesidad local ya existente, en lugar de ser construido para lograr algún otro propósito imaginado o deseado; además, debería ser capaz de generar desde el arranque ingresos suficientes para reembolsar los préstamos con los que se pagó su construcción. Los ejemplos de gastos superfluos antes mencionados, no son los únicos de África que han dilapidado recursos financieros escasos. No hay que olvidar que cuando un país toma la decisión irracional de pedir prestados grandes montos de dinero para construir infraestructuras innecesarias, el peso de la deuda interna de ese país ciertamente aumentará y, por consiguiente, su capacidad de crédito.
En toda África se están construyendo o planeando ambiciosos proyectos de infraestructura a gran escala: enormes represas en los ríos Congo y Nilo, autopistas, vías férreas, puertos, centrales eléctricas. ¿Mejorará esto el nivel de vida de las comunidades africanas, o servirá más bien para aumentar la extracción de recursos, el daño ambiental y el sufrimiento humano?
Notas:
(2) www.imfbookstore.org/ProdDetails.asp?ID=9781455207589&PG=1&Type=BL
(3) www.no-redd-africa.org/images/pdf/sengwernranletter12march2014.pdf
(4) www.amnesty.org/en/news/dr-congo-arms-supplies-fuelling-unlawful-killings-and-rape-2012-06-12- Chasing bullets in the DRC, http://reliefweb.int/report/democratic-republic-congo/chasing-bullets-drc
Por Wally Menne, The Timberwatch Coalition (www.timberwatch.org)
Email: plantnet@iafrica.com