Ya sabemos que el excesivo nivel de consumo individual, que resulta del sistema económico capitalista, conlleva gran destrucción de territorios, fuentes de agua, bosques y el sustento de millones de personas, sobre todo en el Sur Global. En el imaginario de muchas personas, el consumismo de las personas es lo que alimenta esta gran destrucción. Pero en este boletín no nos enfocamos en el consumo individual, aunque seguramente importante. Nos preguntamos ¿qué hay detrás de los procesos de producción industriales? Buscando responder a esta pregunta constatamos la existencia de otro tipo de consumo, uno masivo y destructivo: el consumo corporativo. El propio modelo económico capitalista obliga a este consumo sistemático. Debido a sus impactos, las corporaciones buscan esconder este consumo detrás de un engranaje de publicidad y relaciones públicas. El consumo corporativo o industrial muestra también como el consumo es algo muy central para la acumulación de capital.
Así, por ejemplo, uno de los artículos aborda las empresas productoras y exportadoras de celulosa en Espíritu Santo, Brasil, que además de instalar millones de hectáreas de monocultivo de eucaliptos sobre bosques y territorios comunitarios, acaparan el agua de toda la región para abastecer sus fábricas e industrias asociadas, provocando serios impactos sociales y ambientales. Otros dos artículos del boletín nos advierten sobre cómo las políticas públicas pueden también facilitar la dominación del consumo corporativo. Uno de ellos se enfoca en la industria de producción de carne -una causa importante de deforestación y de acaparamiento de tierras- que ha influenciado políticas de subsidios y acuerdos comerciales para su propio beneficio, propiciado el aumento en el consumo de carne a nivel mundial. El otro artículo resalta la política de agrocombustibles de la Unión Europea como motor en el consumo de aceite de palma en la región, lo que ocasiona la destrucción de bosques tropicales a una escala alarmante.
Frente al incesante consumo corporativo y la destrucción asociada, las comunidades afectadas junto a redes internacionales han visibilizado y denunciado eso públicamente, así como también sus luchas de resistencia. Ya que la mala publicidad puede interferir con las ventas y alejar a inversionistas y prestamistas, las empresas y sus aliados se han visto forzados a reaccionar.
Hoy en día, las empresas más destructivas, de la mano de las grandes ONGs de la conservación, pueden obtener “sellos verdes” o financiar proyectos de “compensación” que en teoría suplen la biodiversidad perdida o contrarrestan la contaminación emitida. Las corporaciones gastan trillones de dólares en sus campañas de publicidad, relaciones públicas y actividades de cabildeo cada año y la estrategia de moda es vender la idea de que la producción y el consumo industrial es “sustentable” o “verde”.
En este sentido, un artículo enfocado en la empresa palmícola OLAM Internacional expone, entre otras cosas, cómo los procesos de certificación en realidad benefician a las empresas y refuerzan un modelo basado en el consumo constante. Otro artículo sobre el tráfico ilegal de madera en Papúa Nueva Guinea enfatiza que, a pesar de las políticas de regulación existentes, la madera ilegal –que conlleva la criminalización y despojo de pueblos del bosque- logra entrar a los mercados de los EEUU, Japón o la Unión Europea.
Frente a esta tendencia de vender a los contaminadores como empresas “verdes”, los pueblos siguen imponiendo una fuerte resistencia. En este boletín presentamos cuatro ejemplos de resistencias que visibilizan y exponen la destrucción que los procesos de producción y consumo industrial ocasionan. Los pueblos indígenas Ngäbe-Buglé de Panamá, quienes lograron prohibir toda actividad minera e hidroeléctrica en sus territorios; el pueblo indígena Sarayaku en la amazonia del Ecuador, quienes, en especial las mujeres, siguen en pie de lucha por más de 15 años contra la explotación petrolera en sus bosques; la lucha constante del Movimiento de Pequeños Agricultores del Brasil, quienes afirman que “producir, comercializar y consumir alimentos saludables es un acto político de profundo enfrentamiento al orden, es un enfrentamiento directo a la lógica agroalimentaria impulsada por el capitalismo”; y la creciente organización de las mujeres en Camerún frente a los monocultivos de palma aceitera y sus consecuencias devastadoras, en especial para las mujeres.
La lógica de la economía capitalista se basa en la continua acumulación de riqueza por algunos cuantos, que implica además una persistente producción y consumo. Las nuevas estrategias de presentar a las corporaciones con “sellos verdes” o discursos de sustentabilidad no hacen más que profundizar el modelo extractivista, haciéndole creer a los consumidores que la destrucción está siendo “compensada” o que un proyecto destructivo puede ser de alguna manera “sustentable”.
Una manera de ofrecer nuestra solidaridad con las muchas resistencias locales es hacerle frente directo al modelo económico capitalista, rechazando, denunciando y exponiendo las diversas estrategias corporativas que intentan esconder un sistema de constante extracción, contaminación y destrucción.
¡Buena lectura!