¡Bienvenidos a la región del Mekong!
Por compartir un mismo patrimonio lingüístico en toda esta región -y en especial, en Laos, Tailandia y Camboya- se usa el mismo antiguo vocablo para describirla como “suvarnabhum”, la tierra dorada. Gracias a los enormes recursos naturales de sus ríos, bosques y tierras, los habitantes del Mekong disponían de una gran riqueza, pues la mayoría podía vivir de su capacidad de trabajar junto con la naturaleza. Los ríos y bosques son lugares donde pueden cazar, pescar y recolectar, y la tierra misma es oro para ellos, pues les da arroz, diversos cultivos y un hogar donde vivir. En otras partes del mundo, la gente ha sentido la necesidad de cruzar siempre “nuevas fronteras”, intentando transponer los límites para encontrar una vida mejor y vivir de una tierra mejor. En cambio, salvo por la fuerza, la gente del Mekong raras veces se ha mudado a otra parte, porque tiene su propia tierra dorada. Quizás sea por eso que los lugareños no entienden la razón de la llegada a la región de ávidos inversores que se abalanzan a explotar la tierra para obtener riquezas y llevárselas con ellos.
Hoy empresas privadas pretenden apoderarse de 180.000 hectáreas en Laos y de más de 800.000 en Camboya. Algunas de ellas son locales, pero la mayoría son internacionales. Los gobiernos de los países del bajo Mekong otorgan concesiones a empresas cuyo principal objetivo es conseguir la mayor extensión posible de tierras, para luego introducir plantaciones a gran escala. Quizás la plantación fracase la primera vez, pero eso no le importa a la empresa, ya que posee una gran propiedad por la que paga bajos impuestos y le sobra el tiempo para volver a intentarlo.
Dos de las mayores amenazas para los pueblos y recursos del Mekong – las plantaciones a gran escala y las represas hidroeléctricas – tienen muchas características comunes, sobre todo en lo referente al papel del sector privado, a la ausencia de políticas claras que den al proceso transparencia y responsabilidad, y a la falta de participación de la población. Sin embargo, las plantaciones han avanzado a toda marcha durante los últimos 10-15 años y, como resultado, la gente perdió su tierra aun antes de saber si tenía algún derecho legal sobre ella. La promoción de estos proyectos ha profundizado la brecha entre la población y los responsables de las políticas, y la gente sigue sin tener la posibilidad de hacerse oír cuando se decide su futuro en su propia tierra. Al sacarles la tierra quedan sin arroz, sin cultivos y sin seguridad alimentaria para su familia. Esto a su vez puede ser desastroso para los países en muchos sentidos, a menos que las políticas en cuestión se reconsideren de modo urgente.
Mientras todos los países del Mekong – Birmania, Camboya, China, Laos, Tailandia y Vietnam – están proveyendo suelos para
grandes plantaciones, ya sean de caucho, de eucalipto, de jatrofa o de palma aceitera, también hay inversores de la región que están ejerciendo su poder sobre los países menos fuertes. Las compañías chinas, tailandesas y vietnamitas y sus correspondientes empresas estatales se precipitan más allá de sus fronteras para satisfacer en los países vecinos, como Camboya y Laos, sus propias necesidades industriales.
Durante la década pasada, la lucha por vigilar y movilizarse en la región en torno al tema de las plantaciones tuvo poco éxito. Sin embargo, la aparición de una red por la tierra y su campaña sobre las concesiones de Camboya, por ejemplo, ha logrado sensibilizar al conjunto de la sociedad. A pesar de eso, los promotores de las plantaciones siguen publicitando las plantaciones a gran escala, dando interminables razones cada vez más complicadas, desde la “estabilización del cultivo itinerante” y la “disminución de la pobreza” hace veinte años, hasta la generación de créditos de carbono y la producción de biocombustibles en la actualidad. A lo largo de los años, las razones que se le da a la gente han ido cambiando, pero lo que no ha cambiado es que los habitantes de los países del Mekong siguen siendo empujados hacia las fronteras de su propia tierra.
En noviembre de 2006, una declaración de unidad surgió de la Conferencia Regional del Mekong sobre Plantaciones de Árboles, que tuvo lugar en la provincia camboyana de Kratie y que permitió a los participantes de cinco países del Mekong compartir sus experiencias y las lecciones aprendidas sobre el problema de las plantaciones industriales de árboles y sus impactos sobre los medios de vida de las poblaciones locales. La gente afirmó que “Contrariamente a lo que afirman los gobiernos, según los cuales las plantaciones contribuyen al desarrollo económico nacional y a la disminución de la pobreza, las plantaciones han acrecentado la pobreza al desplazar a comunidades enteras, al destruir recursos indispensables para la subsistencia y al impedir el acceso de las comunidades a los recursos naturales”. Su conclusión fue que “En todos los casos, la única manera de provocar el cambio ha sido la lucha de los pueblos. Esta lucha no significa violencia; se trata de los diversos medios que adoptan los pueblos para preservar y defender sus derechos”.
Para no tener que irse a otra parte y cambiar sus vidas, los pobladores de la región del Mekong deben ahora dar media vuelta y decir claramente a los promotores de las plantaciones que ya no hay más fronteras que las compañías puedan cruzar. La gente quiere quedarse y recuperar su vida en su propia tierra, esa que han usado durante generaciones. Es decir que desean quedarse en su “suvarnabhumi”, su tierra dorada.
Premrudee Daoroung, Directora de TERRA