La sustitución de los combustibles fósiles por biocombustibles (elaborados a partir de biomasa vegetal) puede parecer un paso en la dirección correcta para evitar el agravamiento del cambio climático. Sin embargo, los planes previstos para su producción y uso no sólo no solucionan ese grave problema sino que agravan muchos otros.
Los biocombustibles que se plantea adoptar son el biodiesel (obtenido de plantas oleaginosas) y el etanol (que se obtiene de la fermentación de la celulosa contenida en los vegetales). Entre los muchos cultivos posibles para ese fin, se destacan la soja, el maíz, la colza, el maní, el girasol, la palma aceitera, la caña de azúcar, el álamo, el eucalipto.
Dado que los grandes consumidores del Norte no se plantean seriamente reducir su consumo desmedido de combustibles y que en la mayoría de los casos no disponen de tierras agrícolas suficientes para autoabastecerse de materia prima para producir sus propios biocombustibles, sus gobiernos y empresas planean promover cultivos para biodiesel y etanol fundamentalmente en los países del Sur.
Es importante resaltar que en las áreas boscosas del Sur, tal política no implicará ningún cambio en materia de explotación petrolera o gasífera, que no solo continuará sino que se seguirá ampliando, puesto que los combustibles fósiles seguirán siendo el principal componente de la matriz energética de los países del Norte. Sin embargo, el negocio de los biocombustibles agregará nuevos impactos a los ya existentes en los bosques.
Como prueba de lo anterior alcanza con mencionar la soja y la palma aceitera, que aparecen como las principales candidatas para la producción de biodiesel a gran escala. La primera se ha constituido en la principal causa de deforestación en la Amazonía brasileña y en Paraguay, aun antes de que se la haya comenzado a producir con fines energéticos. La segunda es también la principal causa de deforestación en Indonesia y está impactando en bosques de muchos otros países de África, Asia y América Latina.
Por otro lado, ya se está comenzando a desarrollar tecnologías para convertir la madera en etanol (con el uso de organismos genéticamente modificados), por lo que la industria de los biocombustibles impulsará una expansión aún mayor de los monocultivos de árboles de rápido crecimiento, tanto en áreas boscosas – aumentando así la deforestación – como sobre suelos de pradera.
Tanto la deforestación como el cambio en el uso de suelos de pradera implican la liberación del carbono allí almacenado. A ello se agregan las emisiones resultantes del cultivo, procesamiento y transporte de los propios biocombustibles, realizados en gran medida en base a petróleo y otros elementos que emiten gases de efecto invernadero: la producción de la maquinaria utilizada, el combustible empleado para su funcionamiento, la producción y uso de fertilizantes químicos y de agrotóxicos, los camiones y barcos para el transporte a destino, etc. Es decir, que el balance neto de carbono en las áreas destinadas a la producción de biocombustibles puede ser hasta negativo, aumentando así la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera, que es precisamente lo que se pretendía evitar con este cambio.
En definitiva, el uso de los biocombustibles no sólo no soluciona el problema del cambio climático, sino que a la vez significa el agravamiento de otros problemas igualmente serios.
En efecto, decenas o centenas de millones de hectáreas de tierras fértiles se concentrarán bajo el poder de grandes transnacionales y pasarán, de producir alimentos, a producir combustibles –en un mundo donde el hambre y la desnutrición son ya problemas gravísimos. En el mismo proceso expulsarán a millones de productores rurales y pequeños campesinos, que en su mayoría deberán emigrar a los cinturones de miseria de las grandes ciudades. Los bosques dejarán de asegurar el sustento de millones de personas que de ellos dependen para ser sustituidos por soja, palma aceitera u otros cultivos energéticos. El agua se contaminará (por el uso de agroquímicos) o desaparecerá (por la plantación de árboles de rápido crecimiento), la fauna local se verá gravemente afectada por enormes desiertos verdes que no les proporcionarán alimentos, la flora nativa será eliminada y sustituida por extensos monocultivos y muchas especies locales serán contaminadas por los organismos genéticamente modificados utilizados en dichos monocultivos, en tanto que los suelos se degradarán por el monocultivo y el uso de agroquímicos.
Resulta por tanto evidente que ésta no es una buena solución ni para la gente ni para el ambiente. Sin embargo, es una excelente oportunidad de negocios para grandes empresas que operan a nivel nacional y en particular para las grandes transnacionales. Entre ellas se cuentan las vinculadas a la producción y comercialización de productos agrícolas de exportación, las industrias biotecnológica y química (que aumentarán sus ventas de material transgénico e insumos agrícolas), la industria automotriz (que podrá seguir creciendo bajo un manto “verde”), las nuevas empresas surgidas en la ola de los biocombustibles y las propias empresas petroleras, que ya se están incorporando a este nuevo y lucrativo negocio.
Es por ello que tantos gobiernos, organismos de asistencia, agencias bilaterales, organismos multilaterales y expertos internacionales están involucrados en la promoción de esta absurda solución: para servir los intereses de esos poderosos grupos económicos, que son quienes dictan las políticas globales en su propio beneficio.
Cabe aclarar finalmente, que los biocombustibles en sí no son el problema. Es más, dentro de un enfoque social y ambientalmente adecuado pueden servir para satisfacer parte de las necesidades energéticas de nuestros países y en particular de las comunidades locales. El problema central es el modelo en el que se los pretende implementar, caracterizado por la gran escala, el monocultivo, el uso masivo de insumos externos, la utilización de transgénicos, la mecanización y su exportación para alimentar el consumo desmedido de energía que se realiza en el Norte.
Se hace por tanto imperioso enfrentar esta nueva amenaza que se cierne sobre los pueblos y ecosistemas del Sur e incorporar el tema de los biocombustibles a la lucha por la defensa de los bosques y la biodiversidad, contra el avance de los monocultivos y los transgénicos, por la soberanía alimentaria y por el derecho de los pueblos a decidir sus propios destinos.