No hay nada como crear un problema para obtener un negocio. Al menos para los avezados hombres y mujeres de negocios. Así, detrás de las guerras está el negocio armamentista. Detrás de la inseguridad ciudadana, producto en gran medida de modelos de inequidad económica y social, está el negocio de la seguridad: seguros, sistemas de vigilancia, rejas, alarmas y políticos “salvadores” de mano dura. Detrás de la enfermedad está el negocio de la “salud”: la industria del medicamento y el poder médico corporativo. Y detrás del cambio climático están – ya adivinaron: las empresas y gobiernos que con su modelo de desarrollo extractivista, globalizado y consumista lo provocaron. Desde la Revolución Industrial destaparon la caja de Pandora de los combustibles fósiles enterrados en el subsuelo durante millones de años y los liberaron en forma de gases de efecto invernadero, provocando el recalentamiento de la atmósfera de la tierra. Después de muchos años se comprobó los graves impactos que ha tenido esto en el clima. Pero ellos no tienen miras de cambiar, y encima de todo quieren hacer dinero. Aquí llegan los trapecistas.
El mercado de carbono, adoptado por el Protocolo de Kyoto de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, es un sistema complejísimo que ha sido adoptado por gobiernos, instituciones financieras y empresas para hacer frente al cambio climático. Se basa principalmente en tratar la capacidad del planeta de reciclar el dióxido de carbono, uno de los principales gases de efecto invernadero causantes del cambio climático, como un nuevo recurso escaso al que se lo convierte en mercancía, se le pone un precio y se lo vende al mejor postor. Esto evita que empresas y gobiernos cumplan verdaderamente el objetivo de reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero. Se apuesta así a una “solución de mercado”, vale decir, a crear sistemas de compra y venta de carbono, que se divide en unidades medibles. Supuestamente la “mano escondida” del mercado dará la solución. Mientras, el cambio climático es una “oportunidad” para el negocio. Y tras ella se lanzan los trapecistas, columpiándose en sus mercados, haciendo piruetas en el aire. Las piruetas son tales que terminan cumpliendo los objetivos de reducción ¡sin que ocurra ninguna reducción!
La comercialización de carbono adopta dos formas principales: el mecanismo bautizado como ‘cap and trade’ y la “compensación”.(1)
En el “cap and trade” un gobierno o autoridad central (como la Comisión Europea, por ejemplo) establece un tope (cap) sobre la cantidad de gases de efecto invernadero que puede emitirse en un área específica. Todas las empresas tienen determinados permisos de contaminación (créditos de carbono) y aquéllas que exceden el límite fijado pueden comprarles créditos a las que emiten menos. A la fecha, gran parte de los permisos se han otorgado de manera gratuita. El número de permisos concedidos se calcula de acuerdo a los niveles actuales de contaminación por gases de efecto invernadero, así que quienes más emitieron en el pasado, hoy son los más recompensados por el subsidio. En este estilo funciona el Sistema Europeo de Comercio de Emisiones (ETS), actualmente el mayor mercado de carbono.
La otra forma de comerciar el carbono es la “compensación”. Este sistema habilita a empresas, gobiernos, instituciones financieras internacionales e individuos – inicialmente de países del norte – que realizan actividades contaminantes, a financiar en otro lado - países empobrecidos del sur a los que hay que llevarles el “desarrollo” - proyectos que supuestamente permiten evitar emisiones de carbono. Con eso se supone que estarían compensando las emisiones – que de todas maneras continúan haciendo. La fórmula es: yo contribuí al cambio climático, te pago para que no lo hagas (supuestamente), pero ¡yo lo sigo haciendo! Perdón, ¿y la reducción? Así funciona el Mecanismo de Desarrollo Limpio administrado por Naciones Unidas.
Varios agentes bursátiles y economistas de la escuela de quienes estuvieron detrás de la reciente crisis financiera fueron los ideólogos del mercado de carbono, que ha resultado ser un fracaso con respecto a su pretendido objetivo de hacer frente al cambio climático. En efecto, desde su creación ha hecho lo opuesto a incentivar y reunir fondos para una transición hacia una economía libre de combustibles fósiles: no solamente permite a los principales contaminadores de combustibles fósiles eludir su responsabilidad de realizar un imperioso cambio estructural sino que sigue “exportando” ese modelo destructivo a países del sur. Un ejemplo son los proyectos de plantaciones de árboles a gran escala como “sumideros de carbono”, o para agrocombustibles, que ocupan territorios, desplazan pueblos, acaban con ecosistemas.
Por otro lado, la mercantilización de las emisiones de carbono ha dado lugar a un nuevo “colonialismo climático”. El comercio de carbono constituye una forma de privatización del aire limpio, de la atmósfera, y la privatización del permiso a contaminar. Quienes pueden pagar, pueden comprar “permisos” para contaminar el aire de otros.
Otras propuestas, como el uso de biochar, energía nuclear e ideas fantasiosas como las referidas en algunos artículos de este boletín, están siendo consideradas seriamente en diversos sistemas de comercio de carbono. El propio inversionista multimillonario George Soros lo dijo con claridad: “Es posible especular con el sistema; es por eso que gusta a tipos de las finanzas, como yo – porque allí se encuentran oportunidades financieras”.
Más allá de la insensatez e irresponsabilidad de estos trapecistas de lanzarse – y lanzarnos – alegremente al vacío, y sin red, la tragedia es que crean entelequias, como los “créditos de carbono” o la “compensación” de emisiones, y hacen creer al mundo que funcionan como mercancías. O que funcionan siquiera. Así se han armado estructuras enormes, sesudas, con economistas y premios Nobel incluidos y alimentadas por cuantiosas cantidades de dinero, en torno a una enorme incoherencia. Esa incoherencia es la de igualar las emisiones de carbono de la biosfera (de los vegetales, el suelo, los océanos, los animales y los humanos), cuyo carbono se ha mantenido circulando en equilibrio desde que la vida humana se desplegó en el planeta, con las emisiones de carbono de los combustibles fósiles, el carbono subterráneo que recién irrumpió en la atmósfera hace unos 200 años y alteró ese equilibrio. Ese carbono sencillamente no puede ser devuelto por ahora al fondo de la tierra.(2) Y todas las propuestas que se hacen desde el mercado de carbono meten todo en la misma bolsa (o Bolsa) y no contemplan la medida de parar con lo que es el origen del problema: la extracción de combustibles fósiles.
¡Qué lejos está la solución del mercado de carbono de la verdadera solución al cambio climático: encontrar para la humanidad las formas de mantener bajo tierra lo que queda de combustibles fósiles y reorganizar los sistemas de energía, transporte y vivienda de las sociedades industriales!
(1) “Carbon Trading. How it works and why it fails”, Tamra Gilbertson and Oscar Reyes, Dag Hammarskjöld Foundation, November 2009, http://www.dhf.uu.se/pdffiler/cc7/cc7_web.pdf
(2) “An Introduction to Carbon Trading”, European Youth for Action,http://eyfa.org/eyfa_newsletter/carbon_trading