Artículos del boletín

Los bosques tropicales han sido habitados durante miles de años por comunidades que hicieron uso de ellos para su sustento en diversas formas, incluso a través de la agricultura. Se trataba de un tipo de producción agrícola que tenía en cuenta las interacciones de los cultivos y era llevada a cabo de forma tal que no suponía la destrucción del bosque sino que convivía con él. Promovieron zonas en que concentraron diversidad de especies útiles para consumo humano, dentro de un escenario diverso, sin socavar las bases biológicas del bosque.
En 1944 la Fundación Rockefeller financió la introducción de una serie de tecnologías a la producción agrícola de México, a partir de lo cual se creó un modelo de producción agrícola denominado “Revolución Verde”, que tiene como categoría central el concepto de “variedades de alto rendimiento”, desarrolladas en el marco de monocultivos apoyados por un paquete tecnológico que incluye la mecanización, el riego, la fertilización química y el uso de venenos para el combate de plagas.
A partir del siglo XV, el progreso tecnológico le permitió a Europa tomar una enorme delantera en el trazado del mapa mundial, con la invasión del continente americano, la aniquilación casi total de la población indígena y la apropiación absoluta del poder político y económico.
La agricultura y la ganadería son causas directas de deforestación. Pero es necesario mirar en profundidad y ver qué las impulsan, quiénes se benefician, cómo surgen. Podría decirse que se trata de un proceso en embudo. En la periferia se ubica lo más visible, la desaparición del bosque como consecuencia de esas actividades. Ahondando, se identifican una serie de políticas y programas que las promueven, así como los actores que las aplican y se benefician de ello, incluso actores de deforestación que no necesariamente son beneficiarios sino más bien víctimas de dichas políticas.
La deforestación de los bosques tropicales ha tenido lugar a razón de 10-16 millones de hectáreas por año durante las dos últimas décadas, y no da señales de disminuir. Ya ha desaparecido el 16% de la totalidad de la selva Amazónica y cada día se pierden otras 7.000 hectáreas de bosque –una superficie de 10 por 7 kilómetros. Las causas son complejas y a menudo están interrelacionadas, pero entre ellas juega un papel la agricultura comercial en gran escala.
La noción sobre los manglares está cambiando positivamente en todo el mundo. Lo que antes se describía como tierras improductivas, malolientes e infestadas de insectos, es ahora definido más correctamente como, “raíces del mar”, “bosques tropicales anfibios” o “viveros costeros”. Esta nueva actitud constituye un primer paso positivo hacia su conservación, porque un ecosistema valorado tiene mayores probabilidades de ser protegido que otro considerado inútil.
Según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, 38 por ciento de la costa de Africa y 68 por ciento de sus áreas marinas protegidas están amenazadas por proyectos de desarrollo sin la debida regulación. Preocupan especialmente las granjas camaroneras mal planificadas o reguladas.
Conjuntamente con la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), el Banco Mundial está apoyando el desarrollo de nuevas leyes forestales generales en el Congo, además de la zonificación de toda el área de bosque del país, lo que implica el madereo de unas 60 millones de hectáreas de bosque tropical. Más de 100 grupos de medio ambiente, desarrollo y derechos humanos se habían opuesto en febrero de este año a esos proyectos (ver boletín del WRM No. 80).
Años atrás, en 1994, los Masai invitaron a un grupo de integrantes de ONGs, entre ellos el actual coordinador del WRM, a visitar un bosque que trataban de salvar del “desarrollo” turístico. Como forma de ofrecer apoyo internacional a su lucha, en noviembre de ese año la Red del Tercer Mundo publicó en su revista "Resurgence" un artículo que fue ampliamente difundido (disponible en http://nativenet.uthscsa.edu/archive/nl/9412/0140.html ). La lucha continúa, pero apareció en escena un nuevo actor, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).
La red ambiental Geasphere ha acusado al Consejo de Manejo Forestal (FSC, por su sigla en inglés) de actuar irresponsablemente certificando la expansión en gran escala de plantaciones forestales industriales en Sudáfrica. Las plantaciones forestales industriales tienen un costo gigantesco en lo ambiental y en lo social, y esos costos no han sido cuantificados, dice Philip Owen, de Geasphere, en una carta abierta al presidente del FSC, David Nahwegabouw.
La edición marzo-junio de la revista “Watershed” (publicada en inglés) está dedicada al tema de las plantaciones de árboles en Camboya, Laos, Tailandia y Vietnam como parte del cuadro más amplio de la expansión de las plantaciones industriales de árboles en el Sur. Esta edición de Watershed es el resultado del trabajo en colaboración de un gran número de personas y organizaciones –la mayoría pertenecientes al interior mismo de la región del Mekong pero también externas— preocupadas por los impactos sociales y ambientales de los monocultivos de árboles a gran escala.
En una carta enviada el 24 de junio al primer ministro de la República Popular China, Wen Jia-Bao, más de 12 grupos conservacionistas y 30 individuos de comunidades ambientales y académicas internacionales manifestaron preocupación por la tala de bosques en el área de N’Mai Hku, en el norte de Birmania (la carta completa en ingles está disponible en http://www.rainforestrelief.org/News_and_Events/ Rainforest_Relief_News/Burma_Forests_Letter/Letter.html ).